lunes, 29 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 48





La luz del sol se derramaba por la ventana a espaldas de Paula, envolviéndola en un aura dorada. Conteniendo la respiración, Pedro la contemplaba mientras desnudaba sus preciosos senos y se desabrochaba la falda. Provocativa y sensual, sus lentos y deliberados movimientos transmitían la impresión de que estaba haciendo mucho más que desnudar su cuerpo.


Incapaz de soportar la tensión de sus vaqueros, Pedro se levantó para quitárselos y despojarse de sus calzoncillos. Mientras tanto Paula se acostó, ya completamente desnuda.


—Es maravilloso pensar que una nueva vida se está desarrollando aquí dentro —le comentó Pedro, acariciándole el vientre—. Es un milagro. Estar contigo es un milagro. Y sentir lo que siento ahora mismo, también.


—¿Qué es lo que sientes? —le rozó los labios con los suyos.


—Es como si el corazón se me estuviera saliendo del pecho. Como si no pesara nada y a la vez sintiera un profundo dolor. Creo que no me estoy explicando bien.


—Te estás explicando perfectamente —lo besó en la boca, explorando con la lengua su dulce interior.


A partir de aquel momento, Pedro perdió toda capacidad de hablar o de pensar. Paula le cubrió el cuerpo de besos mientras acariciaba una y otra vez su miembro excitado. Luego le tomó una mano y se la colocó allí donde ella quería que la tocara.


Su piel era tan tersa como la seda. Gimió de deseo cuando él se dedicó a acariciarla meticulosamente, primero con los dedos y luego con los labios. Un segundo después, cuando se tensó, Pedro pudo sentir su cálida humedad.


Paula pronunció varias veces su nombre entre jadeos antes de tomar nuevamente su sexo entre los dedos, tocándolo, frotándolo, acariciándolo… Hasta que lo arrastró al orgasmo.


—Paula, Paula… —su nombre le estalló en los labios, y quedó sumido en un maravilloso mar de placidez. Ansió que aquella sensación durara toda una eternidad. Deseó que la vida entera fuera así: perfecta, hermosa. Un sueño.


Pero sabía que la pesadilla estaba a solo un paso del sueño. Sabía que un solo hombre, un asesino, podía robarles todo lo que habían descubierto y encontrado juntos. Eso, sin embargo, solamente podría suceder si fallaba, si cometía un error. Si se dejaba enredar demasiado por las emociones que tanto lo habían trastornado hacía unos segundos.


No podía consentir que eso sucediera. 


Permanecieron así durante largo rato, sin hablar, envueltos en un cómodo silencio. Como si ambos necesitaran tiempo para absorber lo que acababa de suceder. Finalmente, Pedro escuchó el suave y rítmico rumor de su respiración: se había quedado dormida. Consciente de que necesitaba descansar, se levantó sigilosamente de la cama y se puso los vaqueros. Tenía un asesino que atrapar.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario