domingo, 28 de junio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 45
—Así que es usted el atractivo forastero del que tanto he oído hablar.
—Espero que sí —repuso Pedro.
—No exageraban nada —le tendió el plato, todavía caliente—. Hoy he estado haciendo lasaña, y me ha sobrado esto. Supongo que Paula no tendrá muchas ganas de cocinar.
—E incluso aunque las tuviera, seguiría prefiriendo tu lasaña —terció Paula, reuniéndose con ellos en el salón.
—Me llevo esto a la cocina. ¿Queréis que os traiga algo? ¿Un refresco, agua?
—No, gracias —dijo Sandra—.Voy a la feria de artesanía. Solo se me ocurrió pasarme un momento por aquí y preguntarle a Paula si quería que le trajera algo de Fairhope.
Pedro intentó pensar en algo que la convenciera de que se quedara más tiempo. Por lo poco que Paula le había dicho de ella, aquella mujer era un pozo de información sobre Orange Beach. Y sobre la propia Paula.
—Bueno, al menos unos minutos sí que se quedará. Precisamente me estaba comentando Paula lo mucho que echaba de menos hablar con una amiga.
Paula le lanzó una desaprobadora mirada. Pero Pedro sonrió tranquilamente, ignorándola.
—En ese caso sí que me quedaré un rato, por supuesto.
Pedro llevó la lasaña a la cocina, se sirvió una taza de café para él y dos vasos de refresco para las mujeres. También añadió unas galletas a la bandeja: un buen estímulo para hacer hablar a Sandra Birney. Cuando volvió al salón, estaban hablando de las reparaciones de la casa.
—Tengo entendido que Mateo Cox ha estado trabajando en tu casa —pronunció Sandra—. El invierno pasado estuvo haciendo algunas reparaciones en la mía. Hizo un trabajo muy bueno. Y a un precio razonable. Esas grandes empresas le sacan a una un ojo de la cara por cualquier cosa.
—Paula me ha dicho que su madre y usted son muy buenas amigas —intervino Pedro, intentando derivar la conversación hacia donde a él le convenía.
—Solíamos serlo. Crecimos juntas y fuimos a la escuela del pueblo. Yo la ayudé a elegir el vestido que llevó la noche que la coronaron Miss Alabama.
—Aquello debió de ser todo un acontecimiento.
—Desde luego que sí. Mariana era sin lugar a dudas la chica más bonita de todo el estado. Quedó finalista en el torneo de Miss América, aunque ella era mucho más guapa que la ganadora.
—Mi madre dice lo mismo —añadió Paula—, así que debe de ser cierto.
—Tu madre nunca pecó de inmodesta. Sabía muy bien lo que valía. ¡Y cómo bailaba! Yo la vi una vez en Broadway. Era la mejor bailarina del coro. Habría podido hacerse muy famosa si no se hubiera liado con ese empresario italiano para marcharse a recorrer Europa.
—¿Eso fue antes o después de que naciera Paula?
—Después. Paula nació al año siguiente de que ella ganara el título. Mariana solo tenía dieciséis años cuando se quedó embarazada. Pobrecita. Vino a verme tan pronto como se enteró. Estaba terriblemente asustada. Yo la acompañé a decírselo a la abuela de Paula.
—¿Se llevó un gran disgusto mi abuela? —le preguntó Paula, incapaz de contener la curiosidad.
—Oh, cariño, nunca antes la había visto, ni la vería después, ni tan disgustada ni tan triste. No podría olvidar aquella noche ni aunque viviera ciento cincuenta años. Las dos lloraron tanto… Probablemente fue por eso por lo que seguí virgen hasta que me casé con Jorge.
Pedro dejó su taza de café sobre la mesa.
—Entonces usted debió de conocer al padre de Paula…
Sandra lo miró como si acabara de preguntarle por un secreto altamente confidencial del Pentágono.
—¿A qué viene esa pregunta?
Paula terció en ese momento, inclinándose hacia ella.
—Es importante, Sandra. Si sabes quién fue mi padre, dímelo.
Lo dijo con un tono suave, pero a la vez tenso. Pedro le tomó una mano. Hasta ese momento nunca había imaginado que, al pedirle que lo ayudara a encontrar un dato de su vida que pudiera explicar el móvil de aquel asesino, le estaba demandando que rebuscara en un pasado que todavía podía ocultar secretos muy dolorosos.
—¿Le has preguntado eso a tu madre alguna vez? —inquirió Sandra, nerviosa.
—Muchas, cuando era adolescente. A mi abuela también. Solo me decían que era un hombre al que conoció mi madre durante una de sus viajes fuera del pueblo, y que las dos estábamos mejor sin él.
—Eso es lo único que puedo decirte yo también. Ese hombre nunca formó parte de tu vida, y en realidad tampoco de la de tu madre. Ella ya se ha olvidado de él y tú deberías hacer lo mismo.
—¿Pero sabes cómo se llama?
Sandra negó con la cabeza, aunque Pedro habría jurado que estaba mintiendo. Y eso lo incitaba aún más a descubrir la verdad. La mujer se removió en su asiento mientras acariciaba con el dedo índice el borde de su vaso de zumo, inquieta. Indudablemente había dicho mucho más de lo que le habría gustado. Se levantó de repente, recordándoles que tenía que ir a la feria antes de que se acabaran los mejores productos. Para cuando se dirigía hacia la puerta, sin embargo, parecía haberse recuperado ya de su momentáneo nerviosismo y reía y charlaba con Paula acerca del bebé.
Pedro seguía pensando en Mariana Chaves, Miss Alabama. Se acercó al piano, donde había una fotografía enmarcada de la madre y de la hija. Detestaba incluso pensar en los secretos que podía ocultar aquella mujer.
Afortunadamente, Paula solo había heredado de ella su espléndida belleza.
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