martes, 12 de mayo de 2020
SU HÉROE. CAPÍTULO 41
Pedro no sabía quién estaba haciendo más ruido, si los hombres que se hallaban en el sótano viendo el partido en la televisión, o las mujeres en el salón riendo y gritando.
—Si queréis más cerveza, ya sabéis donde está —dijo a ocho espaldas masculinas. Acababa de empezar el tercer cuarto del partido y estaban realmente concentrados.
Alguno murmuró un distraído «gracias», pero casi todos lo ignoraron. Lo cierto era que ni los maridos ni los novios de las amigas de Paula parecían tener ningún motivo siniestro para estar allí aquel día.
Hacía dos semanas que Pedro había hecho cambiar las cerraduras y desde entonces no había habido evidencia de que alguien hubiera entrado en la casa. Pero Paula había recibido otros dos anónimos. Debido a cómo estaban redactados, Pedro seguía pensando que debía tratarse de algún joven estudiante que no era tan sofisticado como creía, pero la policía había ampliado el círculo de sus investigaciones y aún no había averiguado nada.
Volvió a subir discretamente. En la cocina, Bridget preparaba canapés fríos y calientes con la ayuda de su hija Tamara, de veintitrés años. Ambas mujeres le sonrieron y le ofrecieron picar algo. Parecían muy ocupadas y satisfechas y no resultaban nada sospechosas.
Cuando se encaminaba hacia el dormitorio de Paula oyó su voz procedente del salón.
—¡Oh, Catrina! ¡Esto es precioso! ¡Muchas gracias!
Estaba desenvolviendo los regalos, que Stefania había ido amontonando en un lateral de la mesa según iban llegando los invitados. Incluyendo a Paula, había catorce mujeres en la fiesta.
El cuarto del bebé estaba en completo silencio, así como el estudio. Tras comprobar que el dormitorio de Paula estaba vacío, Pedro estaba a punto de salir cuando oyó un ruido procedente del baño. La puerta estaba cerrada.
Al oír ruido de agua cayendo al lavabo pensó que para eso estaban los baños y volvió al salón.
Al pasar junto al baño de invitados vio que la puerta estaba abierta. Aquello le hizo preguntarse por qué estaría utilizando alguien el baño del dormitorio de Paula si aquel estaba vacío.
Fue a la cocina a por otro canapé de Bridget y se apoyó en el marco de la puerta mientras lo comía. Desde allí tenía controlada una gran zona del salón a través de las dobles puertas que daban al comedor. Se había aprendido la lista de invitados de memoria y podía ver a todo el mundo excepto a Catrina Callahan, a Ana Hazelwood y a Connie Alexander. Era posible que dos de ellas estuvieran sentadas en la parte del salón que no podía ver.
Después detuvo su mirada en Paula.
Tenía un aspecto magnífico. Llevaba el pelo suelto y sus ojos brillaban. Llevaba un vestido de color rosa brillante, un color frivolo y femenino que normalmente desdeñaba como ejecutiva de la empresa de su padre. La suavidad que irradiaba aquel día conmovió a Pedro. ¿Sería porque en aquellos momentos solo estaba pensando en el bebé, y no en todos los demás problemas que había en su vida?
Al tratar de imaginar el aspecto que tendría cuando tomara por primera vez a su bebé en brazos sintió tal necesidad de estar presente en aquel momento que se asustó. Pero su mente se llenó de pronto de imágenes asociadas a su pasado, imágenes que hablaban de compromiso, de ataduras, de infelicidad, de fracaso.
Oh, no, en realidad no quería estar presente para ver la expresión de Paula cuando tomara a su hijo en brazos por primera vez. Le asustaba demasiado todo lo que iba unido a ello.
Volvió a recorrer el pasillo, atento a la posibilidad de que alguno de los hombres subiera del sótano, pero oyó un coro de voces masculinas que sugería que estaban totalmente centrados en el partido. A él no le habría importado verlo, pero últimamente habían cambiado algunas de sus prioridades gracias a Paula, y su bienestar era más importante que cualquier partido de fútbol.
El baño de su habitación seguía ocupado. Ya no se oía ruido de agua. En lugar de ello, Pedro percibió el sutil clic de la puerta de un armario al cerrarse, el sonido de un cajón al abrirse.
Esperó.
Los sonidos continuaron un par de minutos más y luego se oyó el de la cerradura. La puerta se abrió y apareció Connie. Por un momento, su rostro perfectamente maquillado la traicionó, pero enseguida sonrió.
—Hola, Pedro —dijo, y trató de pasar junto a él.
Pedro se limitó a apoyar una mano en el marco de la puerta. Su tamaño y fuerza hicieron el resto.
—¡Por favor, Pedro! —Connie dejó escapar una risita nerviosa—. Quiero ver cómo desenvuelve Paula el regalo que le he hecho.
Pedro se volvió sin decir nada y cerró la puerta del dormitorio. Luego apoyó ambas manos en sus caderas como si fuera un gorila de discoteca y miró atentamente a Connie sin decir nada. Le daría uno o dos minutos, y estaba bastante seguro de que ella misma se ocuparía de cavar su propia tumba. Si no era así, él la cavaría por ella.
Como esperaba, Connie le ahorró el esfuerzo.
—No es lo que piensas —murmuró tras un tenso silencio.
—Dime lo que pienso.
—Que le estoy robando.
—No tienes aspecto de necesitar robar.
—¡Exacto! —Connie parecía aliviada—. Tú estás en esto profesionalmente, Pedro—su tono de voz adquirió un matiz casi seductor—. Admito que yo solo soy una aficionada, pero mi actividad es perfectamente válida. Lo único que estoy haciendo es buscar alguna evidencia para apoyar la solicitud de Benjamin Deveson para obtener la custodia de su hijo, si es que decide llevar el caso a juicio. Lleva meses sopesando sus opciones y quiere más información.
—¿Información sobre qué?
—Oh, ya sabes. Evidencias de empleo de drogas, de una personalidad inestable, de múltiples parejas sexuales... Dada tu profesión, supongo que lo comprenderás, Pedro. Pero lo cierto es que todas tus medidas de seguridad han hecho que esto resultara mucho más complicado de lo que esperaba. Pero seguro que los abogados de Paula tendrán gente intentando obtener la misma basura que los de Benjamin.
—¿Supuestos amigos íntimos suyos, tal vez?
Pedro no se había sentido tan enfadado en su vida, pero ella ni siquiera parpadeó.
—Paula lo dejó plantado —dijo—. ¡Yo lo conocí primero! ¡Incluso los presente, por Dios santo! ¿De dónde se saca Paula el derecho a asumir que estoy de su lado?
—Tal vez lo ha asumido porque así se lo has hecho creer tú. ¿Y qué me dices de las ruedas pinchadas, las pintadas y las cartas?
—Yo no tengo nada que ver con eso.
Pedro ya lo había imaginado, pero tenía que preguntarlo.
—No sé quién fue —continuó Connie—. ¡Yo jamás le habría hecho algo así a Paula! —Dijo, pero arruinó su poco convincente actuación al añadir—: Además, ya no tiene por qué preocuparse por el asunto de la custodia. La muchacha está tan limpia que podríamos utilizarla de mantel. Creo que Benjamin olvidará el asunto ahora, cosa que me conviene —sonrió—No quiero tener al bebé de Paula rondando a mi alrededor cuando me vaya a vivir con él.
—Gracias por informarme —dijo Pedro entre dientes —. Ahora ya puedes irte.
Sin añadir nada más, la tomó del brazo, se lo dobló tras la espalda y le hizo salir de la habitación.
—Me estás haciendo daño —gimoteó Connie.
—Te aseguro que si te estuviera haciendo daño lo notarías de verdad —murmuró Pedro.
—¿A dónde me llevas?
—A la puerta. Vas a irte al infierno sola. Y te aseguro que si me entero de que vuelves a aparecer en la vida de Paula haré que la policía te arreste tan rápido que ni te enterarás de lo que te está pasando.
—¿Con qué cargos? ¿Con qué evidencia?
—Hace más de una semana que hay cámaras ocultas por toda la casa.
No era cierto, porque Paula no se lo había permitido, pero su enfado dio a sus palabras una convicción que Connie no se atrevería a cuestionar. Y si era lo suficientemente estúpida como para volver a por más, el se ocuparía personalmente de que pasara el resto de su vida arrepintiéndose.
Cuando cerró la puerta tras Connie, tuvo que apretar los puños para que dejaran de temblarle y no pudo moverse durante unos minutos.
Su necesidad de proteger a Paula era tan intensa que le asustaba. Estaba molesto consigo mismo por no haber investigado a Connie más concienzudamente. Se había asegurado de que no era una de las inversoras de la empresa de Benjamin y de que no tenía antecedentes, pero nada más. También había investigado los negocios de Benjamin hasta donde había podido, pero aquella no era su especialidad.
Inquieto, y aún enfadado, volvió a la cocina y probó otro de los canapés de Bridget. Lo comió sin saborearlo mientras escuchaba de nuevo la animada voz de Paula procedente del salón.
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