martes, 12 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 43




—¿Cómo ha ido? —Pedro había estado caminando de un lado a otro de la consulta del tocólogo, inquieto.


—El doctor Feldman dice que todo va bien —contestó Paula —. El latido es fuerte y el bebé aún está creciendo. La cabeza está hacia abajo y bien encajada. Eso significa...


—Sé lo que significa.


—Entonces supongo que sabrás que he empezado a dilatar, ¿no?


—Significa que aún podrías estar esperando tres semanas más.


—Dispuesta a cometer algún asesinato.


—Hablando de asesinatos, aún no te he preguntado si has...


Paula anticipó la pregunta de Pedro.


—Sí, he visto a Connie esta tarde. Y sí, aún conserva todo su pelo.


—Eso está bien.


—No perdí el control —Paula deslizó una mano por el brazo de Pedro, como si estuviera calmando a un niño pequeño. ¿Habría notado que algo lo molestaba? Pedro sintió la tentación de pedirle que lo ayudara a averiguar de qué se trataba—. Me he sentado en mi gran escritorio, en mi gran despacho, con mi abogado presente. He mantenido el control, la he obligado a mirarme a los ojos y he conseguido lo que quería.


—¿Y qué querías? Ayer no me lo dijiste.


—Ayer no parecías muy dispuesto a escuchar. Quería averiguar más de lo que Connie pretendía decirme respecto a lo que está pensando Benjamin, y lo conseguí. Ahora sé cómo están las cosas respecto al bebé. Benjamin no va a volver a los Estados Unidos porque tendría que enfrentarse a la justicia. Dice que puedo visitarlo en Europa si quiero que vea al bebé. «Nada de resentimientos», o algo así. Connie planea reunirse pronto con él. Al parecer, su viaje a Europa antes de las navidades fue para consolidar su relación, aunque me había mentido al respecto, claro está. Y Benjamin «lamenta» las amenazas que he estado recibiendo. Planea ofrecerme alguna clase de acuerdo, pero no voy a aceptarlo, porque el dinero que tiene no es suyo. Y no pienso llevar al bebé a Europa. Estoy sola.


Aquello fue como un nuevo cubo de agua fría para Pedro. Se sentía más emocional respecto a todo aquello que la propia Paula. Pero lo cierto era que Paula aún no había pasado por todo lo que le esperaba. Su bebé aún estaba por nacer. No sabía en qué se estaba metiendo. ¿Sería ese el motivo por el que se sentía tan inquieto?


—¿Y qué sientes al saber que estás sola? —preguntó—. ¿Te importa?


—Es una buena sensación. Dadas las circunstancias, y teniendo en cuenta las opciones, es una buena sensación.


Paula hizo un gesto de dolor que sugería que la sensación no era precisamente buena y se frotó la espalda. Pedro conocía el gesto. Estuvo a punto de ofrecerse a hacerlo él, pero se sentía cauteloso y estaba replanteándose un montón de cosas.


Si por él hubiera sido, Paula no habría visto a Connie aquella mañana, pero las cosas habían salido como ella había querido. El día anterior le había dicho que necesitaba dejar zanjadas las cosas, que no podía quedarse a medias. ¿Sería aquello lo que hacía que aquel día pareciera distinta?


Más calmada, más introspectiva, más feliz.


Sí, parecía feliz, y la felicidad parecía proceder de su interior. Su actitud no era la de «voy a disfrutar de esto aunque me mate», como dos semanas atrás en la fiesta de Año Nuevo de la empresa.


—¿Qué ha cambiado, Paula? —preguntó de pronto, mientras salían de la consulta del tocólogo.


Ella se detuvo y lo miró.


—¿Se nota?


—Sí. Tienes un aspecto magnífico. No pareces tan... tensa.


—¿Crees que es una cuestión de hormonas?


—Más que eso.


—Tienes razón. Lo cierto es que me siento diferente. Supongo que tiene que ser porque ahora sé qué terreno piso y quienes son mis amigos. Benjamin no, desde luego, ni Connie. Eileen, Bridget, Stefania, Carina y los otros. Ellos son mis amigos. Y tú —un instante después, añadió—. ¿No?


—Sí, por supuesto que soy tu amigo —dijo Pedro con suavidad. «Yo nunca te traicionaría», estuvo a punto de añadir, pero en lugar de ello dijo.— Aún está el tipo de los anónimos.


—Ese tipo nunca me ha molestado, Pedro. Lo que sí me ha molestado ha sido que revisen mis cosas íntimas.


Se hallaban junto a unos ventanales desde los que se veía gran parte de la zona centro de Philadelphia.


—Mira —dijo Paula a la vez que señalaba—. Desde aquí se puede ver la parte alta del edificio en que la empresa de Benjamin tenía sus oficinas. Me fijé hace unas semanas. El cartel aún sigue puesto. Tenían seis plantas del edificio y creo que aún no se han alquilado. Debe haber bastante gente a la que no le haga ninguna gracias seguir viendo el cartel.


—Supongo que no —dijo Pedro, sin pensar demasiado en ello.


Al menos al principio.


—La visita a la unidad de maternidad va a empezar en unos minutos —le recordó Paula—. Será mejor que vayamos para allí.


Se encaminaron hacia los ascensores.


—Van a pensar que soy el padre.


—Lo sé. Si quieres se lo aclaramos.


—Da igual. Deja que piensen lo que quieran.


Paula asintió.


—¿Quién necesita preguntas, o miradas raras?




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