lunes, 11 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 38




La fiesta a la que iban a asistir era el mayor acontecimiento social del año de la empresa Chaves, con barra abierta, un suntuoso bufé y un grupo de música en vivo para bailar. El padre de Paula solo hizo una aparición simbólica, de manera que Paula tuvo que ocuparse de todas las formalidades, cosa que hizo con estilo y gracia, una habilidad que procedía en parte de la práctica, pero sobre todo de una intuición que no se podía aprender.


Pedro, que no se apartó de ella, apreció el modo en que distribuía su atención y pasaba de un grupo a otro sin ofender a nadie y llamando a casi todo el mundo por su nombre. A él apenas le hizo caso, cosa que le pareció bien.


Por lo menos al principio. Pero, según fue transcurriendo la tarde empezó a sentir cierta incomodidad que no supo cómo explicarse.


Desde luego, Paula tenía que hablar con la mujer del director de la sección de contabilidad. 


Y también tenía que asegurarse de que el director creativo de la agencia de publicidad que trabajaba para la empresa se pusiera en contacto con el director del equipo de diseño responsable del aspecto de los puntos de venta.


Pero no entendía por qué en las pocas ocasiones en que se dirigía a él se limitaba a decir cosas como: «ve a cenar cuando quieras, Pedro», o: «puedes buscar una pareja para bailar un rato si quieres», o: «no tienes por qué seguirme todo el rato. Estoy bien».


Su trabajo no consistía en comer o bailar, sino en protegerla.


—Tu padre quería que me asegurara de que no te estabas excediendo —Pedro murmuró aquellas palabras como un oso con la cabeza metida en una lata.


—No me estoy excediendo.


—No te has sentado ni un momento y apenas has comido.


—Comeré más tarde, cuando haya hablado con todo el mundo.


—Si aún queda comida, y si te queda energía suficiente como para sostener el tenedor. Estás embarazada de ocho meses y medio.


—Estoy bien —el tono de Paula cambió mientras se alejaba—. ¡Pablo! ¿Cómo estás? ¿Ha venido Cindy?


Pedro apoyó la espalda contra la pared y observó cómo se alejaba, preguntándose si habría notado que ya no la seguía. Al parecer acabó por darse cuenta, porque regresó veinte minutos después.


—Ahora estoy lista para comer. ¿Quieres acompañarme?


—Solo para asegurarme de que te sientas.


—¡Por eso lo estoy haciendo yo! Para asegurarme de que tú lo hagas.


—Sí, claro...


Pedro sentía la lengua de trapo y no se le ocurría nada más que decir. ¿Quién era aquel desconocido que había invadido su cuerpo? 


Normalmente no se quedaba sin palabras cuando las necesitaba. Y tampoco solía comportarse como un matón profesional, dedicándose a observar a un cliente en taciturno silencio durante toda la tarde.


Pero si a Paula le molestó su actitud, no lo demostró y se limitó a ir seleccionando lo que iba a comer.


—¿No te hartas de comer vegetales y ensaladas sin aderezar? —preguntó Pedro, y enseguida se arrepintió de haberlo hecho. ¡Así era como se hablaba a las chicas cuando uno tenía dieciséis años!


Estaba tan ocupado maldiciéndose a sí mismo que ni siquiera escuchó su respuesta. Lo intentó de nuevo un minuto después con algún comentario estúpido sobre la música, pero lo único que se le ocurrió fue:
—¿Te apetece bailar?


—Temía que no fueras a preguntarlo nunca.


Paula se inclinó hacia Pedro para dedicarle una sonrisa, ofreciéndole accidentalmente una magnífica visión de los contornos que había bajo su escote. A él le gustaban aquellos contornos. 


Llevaba semanas deseando echarles un buen vistazo. Totalmente desprevenido, casi gruñó ante la inconfundible e instantánea respuesta de su cuerpo.




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