sábado, 9 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 33





Pedro no dejó de observarla mientras balanceaba a Martin en sus brazos.


Como siempre, Paula estaba muy guapa. 


Llevaba el pelo sujeto en lo alto de la cabeza y sus pantalones verdes holgados y el top que llevaba a juego caían con suavidad sobre su bonita figura. Y sus piernas seguían siendo magníficas.


El deseo se agitó en su interior como un león despertando de un largo sueño. Había pasado tres semanas reprimiéndolo, aplastándolo como si se tratara de algún insecto del jardín.


Procuraba por todos los medios que su fantasía no galopara más allá del punto al que podrían haber llegado aquel día si hubieran querido. 


Paula era una misión y nada más. Podía recitar los nombres de las personas a las que más veía, enumerar los restaurantes a los que solía acudir, las tiendas en las que le gustaba comprar. 


Conocía los detalles externos de su vida, y eso era todo lo que le interesaba.


Pero no era cierto. Sabía mucho más de ella, y cuánto más sabía más despertaba su curiosidad. Paula era una mujer desconcertante; cuando creía que había llegado a comprenderla, lo sorprendía con algo nuevo.


Era valiente y realista respecto a su seguridad, y a la vez tímida e insegura respecto a su futuro papel de madre. Era eficiente y controlada en su vida profesional, pero parecía sentirse perdida en cuanto a su futuro personal. Podía reír sus bromas un minuto y al siguiente ponerse a llorar.


En aquellos momentos se movía con gran naturalidad y elegancia por la sala ofreciendo una bandeja con galletas de navidad, y sin embargo era capaz de ruborizarse y ponerse a balbucear en cuanto alguien le preguntaba por el bebé.


Debió sentir que la estaba observando, porque volvió la mirada hacia él y la apartó enseguida al ver que la estaba observando.


Pedro tuvo que reconocer que aquella mirada lo había asustado, y no sabía por qué.


O tal vez sí. Le había recordado a la que solía dirigirle Barby en la oficina cuando aún no había nada personal entre ellos. Y Barby buscaba algo.


¿Qué quería Paula de él?


Más de lo que estaba obteniendo. Una mujer no miraba a un hombre de aquel modo cuando ya tenía lo que quería de él, o cuando no quería nada en absoluto. ¿Pero qué era? Ella parecía tan decidida como él a rechazar la química que existía entre ellos. El la estaba protegiendo como mejor sabía, hasta dónde Ella lo había aceptado. Entonces, ¿qué quería? «Olvídalo», se dijo. «Mantente dentro de los límites. Recuérdale que los límites están ahí. Eso es todo lo que tienes que hacer».


—¿Puedo conservar mi oreja, por favor, Martin?—preguntó a su pequeño, que llevaba un rato estrujándosela y estirándola—. Forma parte de mi cuerpo y no quiere despegarse.


Paula se puso a tirar de su mano libre.


—Domos. Ver domos.


—¿Quieres ver los adornos?


—Tú ven también.


—Sí, yo también voy.


Pasaron un rato viendo el nacimiento y el árbol de navidad. Cuando llegó la hora de comer, Pedro dejó que los pequeños eligieran lo que quisieran. Después de comer cantaron villancicos y luego llegó Santa Claus.


Gran desastre. Leonel y Martin se quedaron aterrorizados al verlo y se negaron a acercarse. 


Dorotea Minter decidió intervenir y trató de animarlos sin ningún éxito. No podía creerlo cuando Pedro le dijo que no pasaba nada y que ya lo intentarían al año siguiente.


—¡Pero debes hacerles una foto con Santa Claus! 


—Será mejor no hacerles llorar. Los demás niños podrían animarse a imitarlos. 


—Pero si los distrajéramos... 


Pedro tuvo que inventarse un cambio urgente de pañal para librarse de ella. Cuando finalmente logró escapar al baño con un niño bajo cada brazo, no estaba preparado para encontrar a Paula observándolo de nuevo. Con la misma mirada.


—Tal vez deberías irte —le dijo con deliberada frialdad, y mucha menos sutileza de la que pretendía—. Bruno podría llegar tarde a celebrar la Navidad con su familia.


Y fue recompensado exactamente con lo que quería. Paula dio marcha atrás. Se puso seria. 


Empezó a disculparse.


Pedro la interrumpió diciéndole que no había problema y que Bruno se las arreglaría. Tras desearle una feliz Navidad, supo que se había condenado a sí mismo a pasar todas las fiestas sintiéndose como un auténtico miserable. 


Odiaba herirla de aquel modo, pero estaba seguro de que, a la larga, era lo mejor para ambos. Él no tenía nada que ofrecerle; ni amistad, ni sabiduría, ni compromiso de ninguna clase. Y quería dejárselo bien claro.




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