sábado, 9 de mayo de 2020
SU HÉROE. CAPÍTULO 31
Quince minutos después se detenían ante la entrada del restaurante. Pedro salió del coche para ayudar a Paula, algo que siempre hacía y que ella agradecía.
—No hace falta que te molestes en entrar. Solo hay dos pasos hasta la puerta. Estoy bien.
—Esperaré hasta que estés dentro —el tono de Pedro cambió mientras la miraba—. Ojalá hubiéramos podido ir a tomar ese chocolate.
—Ojalá.
El corazón de Paula latió con más fuerza. Un beso pendía en el aire entre ellos como un precioso diseño de cristales de nieve. Frágil, bello, dispuesto a evaporarse en un momento.
Pedro estaba mirando su boca, pensando en lo mismo. Al acercarse instintivamente a ella chocó contra su abultado vientre, una barrera tan física como emocional. No podían hacer aquello.
—Habrá alguien esperándote cuando termines de cenar —dijo—. Puede que Carlos. O Alex. Ya los conoces a ambos. Te avisarán cuando lleguen y esperarán en algún lugar discreto. Tú y yo nos veremos el lunes.
—Gracias.
—Gracias por lo de las luces.
—No, gracias a ti por lo de las luces.
Pedro sonrió y Paula hizo lo que tenía que hacer; pasar junto a él y entrar en el restaurante.
—La verdad es que estoy empezando a acostumbrarme —dijo Paula a Pedro una semana después, en Nochebuena—. Pensaba que nunca llegaría a hacerlo.
—Suele suceder —contestó él, sonriente.
Deseando ganarse más sonrisas como aquella.
Añadió:
—Aunque podría pasarme sin el tipo al que le faltan los dientes delanteros.
—Eso es un poco injusto. Los perdió galantemente en el cumplimiento de su deber.
—Bueno, en realidad no son los dientes, sino el aliento.
—¿Le das de comer sándwiches de ajo?
—Y la risa.
—No le cuentes chistes. Y ahora, hablando en serio, Carlos es un buen tipo, pero si quieres puedo asignarle alguna otra misión.
—No —contestó Paula de inmediato—. Tienes razón. Carlos es muy agradable. Estoy siendo injusta. Y Bruno es estupendo.
Paula miró a través de la ventana al guardaespaldas que estaba apoyado contra su coche. Tenía los hombros encogidos y parecía tener frío, pero no apartaba la mirada de los coches que entraban y salían del aparcamiento adyacente a la iglesia a la que asistía Pedro.
—Sí —asintió él—. Es el mejor.
—Mmm.
Paula no quería admitir que el único guardaespaldas que le gustaba tener alrededor era Pedro. Y por todos los motivos equivocados, como, por ejemplo, la gran sonrisa que acababa de dedicarle. La amenaza a su seguridad no había aumentado durante las semanas anteriores, pero tampoco había desaparecido.
Justo cuando empezaba a relajarse había llegado otra carta.
Se suponía que la policía seguía trabajando en el caso, pero ella sospechaba que era la minuciosa vigilancia de Pedro la que estaba haciendo desistir a sus enemigos.
Desafortunadamente, el trabajo de Pedro consistía en protegerla, no en investigar de dónde procedían las amenazas. Ella sabía que no dejaba de pensar en ello, porque le había hecho varias preguntas crípticas al respecto, pero, como la policía, Pedro tenía otros casos de los que ocuparse.
Paula sabía que no podía pedir más. Estaba segura de que Pedro estaba desatendiendo en parte su trabajo como ejecutivo de Alfonso Security Systems por ella. O, más bien, por su padre. El sentido del honor y el deber que Pedro había heredado del suyo estaba muy desarrollado.
Y su fe también era sosegada y sincera. Aquella era la cuarta visita de Paula a su iglesia. Sabía que Pedro se sorprendió la primera vez que le dijo que iba a asistir al servicio religioso en su iglesia, y aún más cuando volvió a hacerlo las siguientes semanas. Pero ella había descubierto que le gustaba más el relajado ambiente de aquella iglesia que el de la suya, demasiado formal y estirada.
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