viernes, 8 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 28





Pedro decidió preparar unos filetes al ver que Paula no parecía especialmente animada ante la sugerencia de encargar la comida fuera.


—Ahora mismo, la idea de que venga un extraño a la casa, aunque sea para traer comida, no me hace ninguna gracia —confesó ella mientras preparaba la ensalada—. ¡Tengo que superar esto! ¡Voy a superarlo!


—¿No podrías quedarte con tu padre?


Paula negó con decisión.


—Se preocupa demasiado por mí y ambos acabaríamos neuróticos.


—¿Y en casa de alguna amiga?


—Pretendo ser más independiente, no menos. No me hizo ninguna gracia tener que recurrir a Connie la otra noche. Me sentí débil; me mimó como si estuviera enferma.


—Supongo que exageró un poco su reacción.


—Tiene buena intención. Nuestra amistad ha tenido sus más y sus menos, pero nos conocemos desde que íbamos juntas al colegio.


—¿Estuvisteis juntas todo el rato?


—Bueno, comimos, vimos una... —Paula se interrumpió al comprender a qué se refería Pedro—. Si estás sugiriendo que Connie es la que ha abierto mi armario archivador...


—¿Quién se acostó primero?


—Yo. Pero...


—¿Quién más ha venido aquí desde entonces?


—Papá vino el domingo por la noche. Patricio y Catrina Callahan, unos amigos, pasaron a devolverme unos vídeos. Tengo una asistenta que viene los lunes, Bianca O'Meara, pero es una viuda irlandesa de cincuenta y siete años y no resulta muy sospechosa.


—Pero esas son las posibilidades, Paula. A menos que haya una ventana o alguna cerradura forzada en la que no te hayas fijado.


—Compruebo cada puerta y cada ventana cada vez que entro en la casa.


—Bien hecho.


—Lo odio.


—Ya lo habías mencionado.


—¿No lo odiarías tú?


—Sí, pero trataría de reaccionar racionalmente, no emocionalmente.


Paula dedicó a Pedro una mirada gélida, pero el sonrió.


—Sigue luchando. Eso está bien.


Ella lo ignoró.


—«Racionalmente», he recordado que vino alguien más el lunes cuando estaba en el trabajo. Me trajeron una silla nueva —Paula se llevó una mano a la espalda, que le estaba dando más problemas según aumentaba el tamaño de su bebé. Se suponía que la nueva silla iba a ayudar algo—. Según Bianca, el tipo estuvo aquí un rato montándola mientras ella limpiaba.


—Es otra posibilidad. Después de comer será mejor que compruebes si falta algo. Supongo que Bianca tiene su propia llave, ¿no?


—Si no fuera así sería muy difícil que viniera a limpiar, porque yo no suelo estar.


—Debes recordarle que la tenga siempre controlada. Mañana me ocuparé de que cambien las cerraduras.


Paula asintió y fue a poner la mesa. Cuando se volvió vio que Pedro la observaba.


—Comparada con lo ordenada que está tu casa, la mía debió parecerte un auténtico caos —dijo.


Ella se dejó caer en la silla más cercana y suspiró.


—La verdad es que suelo ponerme a limpiar y ordenar como terapia cada vez que siento que estoy perdiendo el control.


—Ya lo había supuesto —dijo Pedro con delicadeza.


—Oh.


Sus miradas se encontraron y una sonrisa curvó levemente los labios de Pedro antes de que se encogiera de hombros.


—Lo siento. Suele ser una reacción bastante normal cuando alguien está amenazado.


—Oh, me encanta ser clasificada como un estereotipo.


—Por otro lado, tu sarcasmo es único —la mirada de Pedro fue más burlona que sus palabras. Paula trató de enfadarse, pero no pudo—. Mantenlo vivo si hace que te sientas más fuerte. Y tienes razón, por supuesto. El control es importante.


—A veces pienso que el control me está matando —confesó Paula, que se sentía especialmente vulnerable ante la mirada de Pedro—. Cuando logro olvidarlo me siento mucho mejor. Me gustó tu casa, Pedro. Me gustó que estuviera un poco «descontrolada».


—En ese caso, ¿qué te parece si me cedes parte de ese control que no deseas de manera que te quede algo de energía para cuando nazca tu bebé?


El microondas sonó en aquel momento. El aroma de los filetes invadió la nariz de Paula, que empezó a salivar de anticipación. Sentía un hambre casi feroz. El bebé crecía deprisa y necesitaba calorías.


«Tiene razón», pensó. «No puedo enfrentarme a esto sola».


—De acuerdo. Tú ganas. Haremos las cosas de la forma que te parezca más conveniente, pero tendrás que atenerte a una regla.


—¿Qué regla?


—Cuando quiera que los guardaespaldas esperen fuera, eso harán.


—Eso es aceptable —respondió Pedro —. Y has tomado la decisión correcta. Me alegro.


Pero Paula no pudo evitar notar que, a pesar de sus palabras, no parecía nada contento.


—Nunca voy a acostumbrarme a esto —murmuró Paula.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario