domingo, 17 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 6




Pipipipiiiiiiii... Pipipipiiiii...


Cuando sonó el despertador a las seis menos cuarto de la mañana, Paula se quiso morir. 


Estaba agotada. Apenas había dormido cuatro horas y eso la mataba.


Tras desperezarse, se sentó en la cama, resopló, se levantó y se encaminó a la ducha. Allí se quitó el vendaje que llevaba en el codo sin mirar demasiado. No quería marearse.


Cuando el agua comenzó a correr por su cabeza murmuró:
—¡Qué placer!


Durante varios segundos se apoyó en la pared de la ducha mientras el agua resbalaba por su cuerpo; la imagen del hombre con el que había terminado la noche cruzó por su mente y suspiró. Pensar en él, en su sonrisa, en su mirada y en su segura más que potente virilidad le calentaba el alma y, sin saber por qué, se pasó las manos por el cuerpo hasta llegar a su ombligo. Allí paró y, sonriendo, dijo:
—Pau... Pau... ¡No alucines!


Suspiró tratando de olvidar lo que segundos antes imaginaba y terminó rápidamente su ducha. Una vez que se hubo vestido, y ya más despejada, se dirigió hacia la cocina, donde cada mañana sus padres la esperaban tomando café.


—Buenos días, mi preciosa Paula —saludó su padre.


Con una candorosa sonrisa, se aproximó al hombre que adoraba y lo besó en la mejilla. Luego se acercó a su madre para besarla y, mientras se servía un café, preguntó guiñándole un ojo a su padre:
—Mamá, ¿has hecho tostadas?


La mujer le puso rápidamente un platito delante y, satisfecha, contestó:
—Por supuesto, Aurora. Sé que te gustan mucho.


Su padre le guiñó un ojo y Pau, encantada, sonrió. Sabía lo importantes que eran aquellos pequeños detalles y no le costaba nada hacerle saber a su madre lo mucho que aquellas tostadas representaban para ella.


—Mamá, ¿qué planes tenéis para hoy?—se interesó mientras desayunaba.


—Iré a comprar fruta al mercadillo y luego, esta tarde, tu padre y yo nos iremos a casa de tu tía Lina a jugar unas partidillas al mus. Por cierto,
ese amigo tuyo, el Garbanzo, cada día tiene más pinta de delincuente.


—¡Mamá!


—Ni mamá, ni memé, Aurorita. Pero ¿qué se ha hecho en las orejas ese muchacho? Si parece un batusi. ¡Qué disgusto debe de tener su madre!


Paula no pudo evitar reír; el Garbanzo llevaba meses dilatándose los agujeros de las orejas.


—Sólo pido al cielo que nunca te enamores de un hombre que lleve las orejas así ni...—prosiguió su madre


—Ni que lleve pearcing, ¡ya lo sé, mamá!—la interrumpió ella.


Su madre suspiró. No entendía a la juventud actual y, mirando el pelo de su hija, protestó:
—Mira tu cabello. ¡Ay, qué pena, hija mía! Con la bonita melena que tienes, ¡menudo crimen te has hecho rapándote un lado de tu hermosa cabeza!


—Mamáaaaaaaaaa...


—Vale. Me callo... Mejor me callo y no digo nada más.


Dicho esto, salió de la cocina y Pau sonrió, aunque sintió pena por no ser la princesita que su madre anhelaba. Su padre, que había seguido la conversación en silencio, miró a su hija y murmuró:
—A mí tampoco me gustan los chicos agujereados, cariño, y sé que tú serás algo más selectiva.


Dispuesta a cambiar de tema, se le acercó y cuchicheó con sorna:
—Jugar al mus. ¡Qué planazo!


Durante un rato comentó con su padre las noticias que éste leía en su tableta. Desde que le había regalado aquel juguetito, él era feliz, aunque de vez en cuando se aturullaba dándole a todo lo que salía en la pantalla y la liaba.


Cuando se acabó el café y las tostadas, la joven se levantó y, tras percatarse de que él la miraba con una ternura increíble, le dijo mientras le daba otro beso en su regordeta mejilla:
—Me voy a trabajar. Hasta luego, guapetón.


Él, encantado con la jovialidad y el cariño que la chica le demostraba todos los días, respondió a la vez que le guiñaba un ojo:
—Hasta luego, Paula. Que tengas un buen día.





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