domingo, 17 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 7




Cuando llegó al hotel, eran las siete menos diez. Rápidamente, se cambió de ropa en el vestuario frente a las taquillas, se puso su uniforme y corrió al restaurante, donde comenzó a servir desayunos mientras tarareaba la suave música que sonaba por los altavoces.


Su trabajo le gustaba, aunque a veces, cuando hacía algún extra como el de la noche anterior, al día siguiente estaba agotada.


—Buenos días...


Aquella voz la sacó de su ensimismamiento y, al mirar, se encontró con el guapo y apuesto hombre de la noche pasada. Pero ¿no le había dicho que no estaba alojado en el hotel?


Sin muchas ganas de confraternizar con nadie, Paula asintió con la cabeza y, aún molesta porque, en cierto modo, el día anterior él la había llamado fea en su cara, cogió una bandeja vacía y, sin mirar atrás, entró en las cocinas.


Allí se sentía a salvo. Pero cinco minutos después tuvo que salir.


Aquél era su trabajo y él continuaba sentado a la misma mesa que minutos antes. Lo miró de reojo. Estaba muy elegante, vestido con aquel traje oscuro, la camisa celeste y corbata. 


Demasiado elegante para su gusto. Él, al verla, se levantó y caminó hacia ella con decisión.


Sin querer darse por enterada de que iba a su encuentro, suspiró cuando oyó a su lado:
—Buenos días, Paula.


Incómoda por la familiaridad con que la trataba en el trabajo, murmuró:
—Buenos días, señor.


Sin más, se separó rápidamente de él. Tenía que seguir preparando mesas para los comensales, pero él la siguió y le preguntó:
—¿Has descansado?


—Sí, señor.


Al ver la distancia que la muchacha marcaba entre ellos, a pesar de que el comedor estaba prácticamente desierto, murmuró:
—Te he llamado por tu nombre. ¿Qué tal si me llamas por el mío?


—Señor, estoy trabajando y le rogaría que me dejara hacerlo.


Ahora era ella la que marcaba las distancias y con rapidez se separó de él, pero a los dos segundos ya volvía a tenerlo detrás. Tras comprobar que nadie los observaba, le siseó:
—¿Qué pasa? ¿Qué quiere ahora?


—¿No te permiten hablar con los huéspedes del 
hotel? —le preguntó divertido.


Con ganas de degollarlo, clavó sus ojos en él y murmuró:
—Mire, señor, dejemos algo claro: yo trabajo aquí y usted, al parecer, se aloja aquí. Creo que, con ese simple matiz, ya se lo he dicho todo. —Pedro sonrió y ella añadió—: Por lo tanto, una vez aclarado ese detalle, haga el favor de regresar a su mesa para que yo pueda seguir con lo que tengo que hacer o mi jefe de sala me llamará la atención y yo pagaré algo que usted ha iniciado.


—¿Cómo está tu herida del codo? —se interesó él haciendo caso omiso a su comentario.


—Bien.


—Pero, bien, ¿cómo?


—Y daleeeeeeeeeee... ¿Es que no me ha oído? —Y al ver que esperaba una contestación, agregó—: Está perfecta. Es usted perfecto curando... ¿Contento con la respuesta?


—Sí.


—Pues me alegro.


De nuevo se alejó de él. Se dirigía hacia las bandejas calientes para revisarlas cuando oyó:
—¿Por qué estás de tan mal humor?


«Dios mío, dame pacienciaaaaaaaaaaaaaa», pensó cerrando los ojos.


Y, cuando los abrió, sin mirarlo, insistió en que la dejara en paz al ver entrar a su jefe de sala en el restaurante.


—Haga el favor de regresar a su mesa, señor. Mi jefe acaba de entrar y no quiero líos. Si necesita cualquier cosa, pídamela y yo se la llevaré a la mesa encantada.


De nuevo se alejó, esta vez en dirección a las cocinas.


«¡Vaya un pesadito!»






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