lunes, 25 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 33





Por la mañana, cuando Pau llegó a su puesto de trabajo, encontró a sus compañeras revolucionadas. ¿Qué les ocurría?


Poco después supo el porqué.


Todas estaban entusiasmadas por el cambio físico que el hijo del dueño del hotel había dado. 


Sin duda, aquel Pedro actualizado llamaba escandalosamente la atención y las volvía locas.


Durante horas oyó a sus compañeras hablar de él, mientras Tamara la miraba y le sonreía. ¡Si ellas supieran!


Sin decir nada, las oía suspirar y se mordía el labio cuando alguna insinuaba que se haría la encontradiza con él en los pasillos.


A media mañana no pudo más y, cogiendo una bandeja con café y una taza, subió a su despacho.


Cuando la secretaria la vio aparecer, sonrió y le indicó que podía pasar. Golpeó con los nudillos en la puerta y abrió. Cuando él la vio entrar sonrió. 


—¿A qué se debe esta agradable sorpresa? —le preguntó mientras se levantaba.


Pau, al verlo vestido con aquellos vaqueros y una simple camisa negra, entendió el motivo de la revolución y suspiró. Mientas dejaba la fuente sobre la mesa, murmuró para que la secretaria no los oyera:
—Si me entero de que miras a otra compañera con ojitos o que...


Pero no pudo decir más. Pedro se acercó a ella y la besó hasta dejarla sin resuello; al acabar el beso, susurró:
—Te dije que sólo tengo ojos para ti; ¿lo has olvidado, cariño?


Feliz por aquella aclaración, lo besó hasta que un ruido los alertó y se separaron inmediatamente.


Un par de segundos después, se abrió la puerta del despacho y entró Agustina en él, junto al padre de Pedro. Aquella despampanante mujer, sin reparar en Paula, lo miró y preguntó:
—Pero, Pedro, mi amor, ¿eres tú?


Oír que lo llamaba de aquella manera a Paula le revolvió el estómago y, sin poder evitarlo, vio cómo la ex se acercaba hasta él y, poniéndole los brazos alrededor del cuello, murmuraba:
—Si ya eras atractivo, ahora estás terriblemente tentador y seductor.


«Te arrancaría los brazos y después la lengua, perra», pensó Paula justo antes de oír al señor Alfonso decir:
Pedro, ¿qué haces vestido así?


Sin querer permanecer un segundo más allí, la joven intervino:
—Si no desea nada más, señor, regresaré a mi trabajo.


Sin mirar atrás, salió de la habitación todo lo rápido que pudo, sin saber que Pedro la había mirado deseoso de que no se marchara.


A la hora de la comida, mientras servía en el restaurante, vio a la imbécil de Agustina llegar del brazo de Pedro, junto a los padres de
ambos. Paula los miró. Y por el gesto de Pedro supo que éste estaba bastante molesto. Es más, parecía enfadado.


Los cuatro se sentaron a una mesa y Paula, acercándose a su compañera Tamara, le pidió que le cambiara la zona de servir. No quería
verlos ni atenderlos. Sólo quería desaparecer. 


Tamara, al entender lo que ocurría, asintió y fue a servirles.


Cuando Paula huyó del comedor, rápidamente salió a la terraza trasera y se encendió un cigarrillo. Lo necesitaba. Saber que aquella mujer tan sobona y estúpida había estado todo el día con él le provocó un ataque de celos tremendo; en ese momento, su teléfono sonó. 


Había recibido un mensaje.
«¿Dónde estás?»


Era él; molesta, respondió: «Fumando».


En el comedor, mientras oía hablar a su padre y a aquellos dos, Pedro miró su móvil y rápidamente contestó: «No me gusta que fumes.
¿Dónde estás?».


Paula, sin querer decirle dónde se hallaba, estaba pensando qué responder cuando recibió otro mensaje que decía: «Si no me lo dices, le diré a Tamara que te busque y te traiga ante nosotros».


Al leer aquello, la joven blasfemó y contestó: «Si haces eso, no me volverás a ver en tu vida».


Incómodo por no poder hablar con ella, Pedro finalmente se disculpó y, tras decirle algo a Tamara, mientras caminaba hacia su despacho escribió: «Te quiero en mi despacho en tres minutos o yo mismo te iré a buscar».


Paula miró hacia los lados. ¿Se había vuelto loco? Sin moverse, continuó fumando; recibió otro mensaje que ponía: «No hagas que mi yo más maligno salga. Ven al despacho ¡ya!».


En ese instante apareció Tamara, que la miró angustiada, y Pau dijo:
—Vale... vale... ¡Iré!





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