lunes, 25 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 32




Llegaron hasta la zona más comercial de la ciudad cogidos de la mano. Allí entraron en varias tiendas, y Pedro, por darle el gusto, se probó mil vaqueros. Se negó a comprarse unos que se llevaban caídos.


¡Por ahí no pensaba pasar! Era un señor.


Finalmente cambió el traje oscuro que llevaba por unos vaqueros Leviʼs que le sentaban de maravilla, una camiseta básica gris y unas zapatillas de deporte del tono de la camiseta.


Satisfecha por el cambio que había dado, ambos se contemplaron en el espejo y él preguntó:
—¿No voy haciendo el ridículo con esto?


El dependiente, al oírlo, sonrió y respondió por ella:
—Le sienta muy bien esta ropa, joven. Ya les gustaría a muchos tener su percha.


Sorprendido porque el dependiente hubiera respondido, y en especial porque le hubiera llamado «joven» en vez de «señor», Pedro miró a Pau y ésta, encantada, afirmó:
—Lo dicho, «joven», ¡estás guapísimo!


Con el traje, la camisa, la corbata y los zapatos metidos en una bolsa, y otros vaqueros y un par de camisas en otra, salieron de la tienda de la mano y, al pasar por una peluquería, Pau expuso:
—¿Me permites sugerirte el último cambio?


Pedro suspiró y ella cuchicheó:
—Dime que sí... Dime que sí, por favor.


Pedro la miró y preguntó:
—¿Por qué no puedo decirte que no a nada? ¿Por qué me dominas así?


Ella sonrió y, mimosa, respondió consciente de lo que decía:
—Porque tú me dominas en la cama.


Al oír aquello, él sonrió con picardía y, contento con todo lo que estaba pasando, murmuró:
—De acuerdo... Entraremos en la peluquería. Pero a cambio, además de dominarte en la cama, a partir de este momento y hasta que regreses a tu casa, sólo fumarás tres cigarrillos, ¿aceptas?


—¿Sólo tres?


—Sólo tres. Fumar no es bueno para la salud —afirmó convencido.


—Otro como mi madre. ¡Qué cruz!


Tras soltar sendas carcajadas, encantada lo empujó dentro de la peluquería. Habló con el peluquero sobre lo que quería para él y, una vez hubo acabado y éste se miró en el espejo, con gesto incrédulo murmuró:
—Cuando me vea el señor Banks, le dará algo.


—¿Quién es el señor Banks?


—El barbero de toda la vida de mi familia —respondió Pedromirando su corto pelo sin rastro de gomina.


Pero Paula estaba feliz. Aquel que tenía ante ella era un Pedro moderno y actual. Estaba impresionante y pronto él mismo lo comprobó, pues, al salir a la calle, todas las jovencitas que se cruzaban con él lo miraban.


—Me estoy empezando a arrepentir de los cambios —comentó Paula.


Pedro soltó una risotada y, besándola sin impedimentos, murmuró:
—Tranquila, cariño... Sólo tengo ojos para ti.


Ella sonrió. Por primera vez la había llamado «¡cariño!», y eso le gustó. Le encantó.


Aquella noche, tras un maravilloso día en Toledo, cuando regresaron a Madrid Pedro propuso ir a cenar a algún restaurante, pero Paula se negó. Pedirían unas pizzas por teléfono. Ya estaba cansada de que todas las mujeres lo mirasen y necesitaba sentir su posesión.


Como era de esperar y ella deseaba, en cuanto se desnudaron el Pedro dominante y exigente resurgió y, cuando le abrió las piernas a su antojo para hacerla suya, Paula no se resistió y lo disfrutó.


Tras un buen maratón de sexo en el que jugaron hasta saciarse, a las tres de la madrugada, Pedro, con pesar, la llevó hasta su casa. La despidió en el portal con un beso y quedó en verla al día siguiente en el hotel.






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