jueves, 21 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO 19





Aquella tarde, cuando Pedro fue a buscarla a la puerta de su casa, bajó corriendo. No quería que sus padres fueran alertados por los cotillas de los vecinos, y más cuando vio que éste había acudido con chófer a buscarla.


Al salir del portal, lo miró y sonrió. Como siempre, llevaba un encorsetado traje, pero estaba muy guapo. Pedro, caballeroso, la esperaba fuera del vehículo y, al verla acercarse, la contempló con intensidad y murmuró mientras le abría la puerta del vehículo:
—Paula, estás preciosa... y sin botas militares.


Llevaba un vestido azulón, el cabello suelto y unos tacones de infarto; ella se burló:
—Gracias, Pepe, tú también estás muy guapo... y con traje.


Entre risas, besos, arrumacos y bromas, durante más de hora y media el coche les dio un paseo por las calles de Madrid hasta que ella habló de cenar. Una vez que lo mencionó, Pedro le dio la dirección al conductor y éste los llevó a un fantástico restaurante donde todo era lujo, clase y minimalismo. Y aunque en un principio se sintió incómoda rodeada de aquella gente tan fisna, como decía su madre, poco a poco, gracias a él y a sus atenciones, se relajó y lo disfrutó.


—¿Te ha gustado el postre?


Paula miró su plato vacío y, como no quería ser descortés, respondió:
—Sí.


Aquella afirmación tan rápida a Pedro le hizo sospechar y, escrutándola, le preguntó:
—¿Qué ocurre?


—Nada.


Pedro dejó la cuchara sobre el plato y, recostándose en la silla, insistió.


—No voy a dirigirte la palabra hasta que me digas qué ocurre.


La joven puso los ojos en blanco y, tras percatarse de que nadie la escuchaba, murmuró:
—Vale... vale... te lo diré. Todo está buenísimo, pero yo necesitaría tres raciones de cada cosa para quedarme con el estómago en condiciones.


Aquella apreciación sobre la comida a Pedro le hizo sonreír y ella, señalando su plato de postre vacío, murmuró:
—El plato es enorme y de diseño, pero la comida, escasa. Y yo soy de las que, cuando tengo hambre y salgo de cena con los colegas, me meto en el cuerpo dos hamburguesas con queso, aros de cebolla, patatas fritas y nuggets.


Boquiabierto, la miró y preguntó:
—¿Eso quiere decir que te has quedado con hambre? —Paula asintió —. ¿Y qué comerías ahora? —añadió divertido.


Avergonzada por su aplastante sinceridad, resopló.


—Pues, aunque me consideres una tragona, te diría que una hamburguesa, un pincho de tortilla, unas empanadillas... No sé. Algo con consistencia. A mí, tanta espumita y cosas así, no me llenan.


Sin demora, Pedro pidió la cuenta y, una vez que los dos estuvieron fuera del bonito restaurante, dijo:
—Vayamos a saciar tu apetito. ¿Dónde quieres ir?


Encantada por ello, la joven lo cogió de la mano y entraron en un bar que había dos calles más abajo. Allí, entre risas, Paula pidió una ración de calamares y una de patatas bravas y, cuando acabó, murmuró:
—Esto es comer y lo demás son tonterías.


Contento, Pedro asintió. No le cabía la menor duda de que la chica tenía buen apetito.


Al salir del bar, Paula propuso ir a tomar algo y, cuando él aceptó, lo llevó a beber unas copas a un local de moda de Madrid. Si lo hubiese dejado elegir a él, habrían ido a un sitio almibarado donde sólo se tomaban cócteles escasos y de diseño.


Una vez que entraron en el local y la luz azulada los envolvió, Paula hizo lo que llevaba toda la noche deseando. Se tiró a su cuello y lo besó con pasión.


Pedro, dejándose llevar por la fogosidad de ella, en un principio aceptó sus besos con gusto, nada le chiflaba más que sentirla tan cercana, pero, cuando su mano subió peligrosamente hacia su entrepierna, decidió parar aquello. Él no era así.


—Aquí no, Paula —murmuró nervioso.


Sin sorprenderse mucho por aquella reacción, la chica sonrió y, apoyándose en la barra, preguntó:
—¿Has mirado a tu alrededor?


Él lo hizo. Pero, cuando vio a varias parejas desfogadas besándose y tocándose, insistió:
—Yo no soy así. Lo siento, pero soy incapaz de demostrar mi afecto en público.


—¿Por qué?


Incómodo con la mirada de ella, respondió:
—Hay ciertas cosas que, repito, deben hacerse en la intimidad.


Juguetona por aquello, sonrió. En cierto modo estaba de acuerdo con él, pero susurró haciéndolo sonreír:
—Menudo trabajito que voy a tener contigo para que te sueltes la melena.


Divertido por su comentario, fue a decir algo cuando ella pidió dos copas y después comenzó a bailar una canción. Le encantaba bailar, aunque los zapatos de tacón la estuvieran matando. Así estuvo un rato hasta que, al sentir la mirada de él, preguntó:
—¿No te gusta Lenny Kravitz?


El nombre de aquel artista le sonaba y preguntó:
—¿Éste es Lenny Kravitz?


Ella asintió y, mientras bailaba, afirmó:
—The Chamber es de su último disco. ¡Buenísimo! Vamos, Pepe, baila un poquito.


Como si mirase una nave especial, él negó con la cabeza y sentenció:
—No. Yo no bailo.


Paula soltó una risotada y, acercándose a él, murmuró alborotándole el pelo:
—No bailas. No besas en público. Tu mundo está lleno de ¡noes! Vamos, Pepe, desmelénate un poco, que la vida son dos días.


Arreglándose el descolocado cabello, él cogió su bebida y sonrió.


Sin duda lo suyo no era desmelenarse.


Aquella noche, tras varias copas, risas y confidencias, Paula sólo consiguió que la acompañara hasta su casa y la besara en la oscuridad de su portal. Allí no los veía nadie.


Pedro, excitado por la noche que ella le había hecho pasar, por un instante se le pasó por la cabeza proponerle ir a su casa. La deseaba.


Pero finalmente se contuvo. Debía respetarla.


Consciente de lo que ambos deseaban, Paula sonrió. Sin duda Pedro era diferente, un caballero, y una vez más, al no proponerle sexo esa noche, se lo demostró.




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