viernes, 29 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 4




A pesar de que los sándwiches de queso se habían quemado sólo de un lado, ese éxito en la cocina no bastó para subir el ánimo de Paula. 


Suspiró, recogió la bandeja con los sándwiches distribuidos de forma artística, dos servilletas y los llevó al salón para reunirse con su amiga Eugenia, que se negó a dejarla cancelar su habitual noche de Amigas.


Buenas amigas desde sus días en la exclusiva escuela secundaria de monjas, ambas habían estudiado Dirección de Hoteles en la universidad, para ponerse a trabajar en Porter Resort Corporation a las pocas semanas de graduarse. Eugenia ya era ayudante de dirección del hotel de Sydney, mientras Paula trabajaba en administración, dirigiendo el departamento de promoción de la empresa. El hecho de que fuera la ahijada de Damian Porter significaba que la gente tendía a pasar por alto su cualificación, pero hacía tiempo que había superado las acusaciones de nepotismo. Era buena en su trabajo, y si otras personas no percibían su dedicación o su agradecimiento por el puesto prestigioso que ostentaba, era su error. 



El hecho de considerar su actual carrera como algo temporal, aspirando a los papeles más duraderos de esposa y madre, no quería decir que no le gustara su trabajo; únicamente anhelaba un futuro distinto.


No hacía falta un psicólogo para descubrir que el ansia por formar parte de una unidad familiar compacta nacía de haber perdido a sus padres a la edad de seis años, y así como quería a Damian Porter, y siempre le estaría agradecida por ocuparse de ella y tratarla como si fuera su propia hija, en realidad no era familia. Y tampoco Pedro, a pesar de que prácticamente habían crecido como hermanos. Además, ¿quién querría estar genéticamente relacionada con un idiota de mente estrecha, egoísta y santurrón como él?


—Me encanta el sofá, Pau. Tienes un toque especial para la decoración —Paula dejó la bandeja en la mesita junto al vino y logró sonreírle a su amiga mientras se dejaba caer en el rincón del sofá en cuestión, tapizado de amarillo y blanco—. Las clases de cocina deben estar funcionando —comentó Eugenia—. La mayor parte sólo se ha quemado por un lado.


—Experimenté con una mezcla de quesos gruyere y roquefort. Dime qué te parecen —alargó la mano para recoger la copa de vino.


—¿Tú no vas a tomar ninguno? —su amiga frunció el ceño.


—No podría. Estoy demasiado deprimida para comer.


—¿Deprimida? Antes me dijiste que querías cancelar nuestra reunión porque estabas demasiado enfadada para ver la tele.


—Y lo estaba. Ahora me siento deprimida.


—¿Porque Pedro no te quiso ayudar con Ivan?


—¡No! —espetó—. ¡Eso me pone furiosa!


—Cielos, no tienes que arrancarme la cabeza de un mordisco...


—Lo siento, Euge —suspiró y se reclinó en el sofá—, no pretendía saltar contigo. Es que no he podido ponerme en contacto con Ivan desde anteayer; no se lo espera de vuelta en la oficina hasta dentro de dos semanas.


—Ah, la luna de miel.


—¡Euge! ¡Ivan y Kiara no están juntos! Simplemente se tomaron las vacaciones al mismo tiempo por las apariencias. No se tiene una luna de miel con un matrimonio de conveniencia.


—¿Y eso?


—¡Porque no habría nada que hacer, desde luego!


—Por todos los santos, Pau, tu no eres tonta —Eugenia se echó el largo cabello castaño hacia atrás— Nada dice que el sexo no puede ser conveniente —sonrió—. En realidad, la idea de tener a un chico atractivo bajo contrato me parece excitante.


—¡Eres tan mala como Pedro! ¿Por qué nadie puede aceptar que Ivan y Kiara no están interesados en una relación física?


—Porque... —el tono que empleó su amiga por lo general lo reservaba para aclarar bien las cosas— ...Ivan Carey es arrebatador y Kiara podría trabajar como modelo si alguna vez necesitara dinero.


—Como de costumbre, exageras. Hay un  montón de hombres más atractivos que Ivan. Y Kiara Dent es demasiado dotada para ser modelo.


—Lo que quieres decir es que, a diferencia de ti, ella tiene busto.


—Yo tengo busto —se defendió Paula con toda la convicción que pudo—. Sólo está sutilmente poco resaltado, eso es todo. Además, no todos los hombres tienen obsesión por los globos y un aspecto voluptuoso, ¿sabes? Algunos, como Ivan, prefieren la inteligencia y la personalidad en una mujer.


—Sí, pero no necesariamente en la cama —la respuesta de Paula fue el silencio y una mirada dura—. Vale, vale, lo siento —se disculpó su amiga—. Estoy segura de que todo lo que te dijo Ivan sobre su matrimonio es verdad. Más allá de los límites de la credibilidad —no pudo evitar añadir—. Pero verdad al fin y al cabo. He de reconocer que en las pocas ocasiones que lo he visto, siempre me ha parecido directo y de confianza.


Paula asintió, aunque deseó haberse enterado de la boda antes de que tuviera lugar, y no después, una vez consumada.


Aunque sólo había regresado de Sydney hacía unos días, tras cinco semanas de ausencia, Ivan y ella habían hablado varias veces en ese tiempo, y a pesar de que todas las llamadas se habían iniciado por cuestiones de trabajo, ninguna había terminado de esa manera. No había forma de que hubiera podido adivinar el interés de Ivan, pero como la ley en Nueva Gales del Sur requería un periodo de «meditación» de cuatro semanas entre la solicitud de una licencia matrimonial y la celebración del enlace, Ivan había estado «técnicamente» comprometido durante todas las conversaciones que mantuvieron, y eligió no mencionárselo.


No había resultado fácil ocultar su asombro cuando el padrino mencionó descuidadamente el ascenso de Ivan durante la cena que tuvieron tres días atrás, después de que la recogiera en el aeropuerto. En el espacio de unos segundos había pasado de aturdida a incrédula, de tener el corazón roto a estar furiosa.


Nunca en la vida había estado tan encolerizada, ni siquiera con diecisiete años, cuando Pedro, que era cuatro años mayor, le había contado al padrino que ella salía con un chico de veinticinco años. Lo que entonces le había indignado era que mientras Pedro jugaba a ser un alguacil moral con su romance inocente, estaba inmerso en una aventura con una divorciada que le doblaba en edad. A pesar de que esa actitud rebosaba hipocresía, resultaba insignificante comparada con descubrir que el chico del que estaba un noventa y nueve punto noventa y nueve por ciento enamorada se había casado con otra.


De algún modo había logrado mantener un semblante de normalidad durante la cena con Damian, pero en cuanto se marchó se puso a llamar a Ivan. Al no localizarlo ni en su casa ni en el móvil, marcó el numero de Pedro, con la esperanza de tener un oído compasivo, pero respondió una mujer jadeante. De nuevo sus emociones habían pasado de la desesperación a la furia. Demasiado herida para dormir, pasó el resto de la noche alternando entre el llanto y tramar formas espantosas de asesinar tanto a Ivan como a esa mujer sin aliento ni rostro.




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