viernes, 29 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 5





Al ir a trabajar al día siguiente, se enteró por la secretaria del departamento de que Ivan se hallaba de «vacaciones» y que sólo se lo podía  localizar ante una emergencia.


Por suerte, una de las ventajas de ser la ahijada del dueño de la empresa era que podías decir: «No intentaría hablar con él si no fuera una emergencia, ¿verdad?» y que nadie lo cuestionara.


No cabía duda de que Ivan se había quedado perplejo al oír su voz cuando al fin pudo hablar con él, pero supuso que se lo podía perdonar, ya que su modo de saludarlo había sido: «Hola, miserable pozo de escoria de dos caras». O palabras por el estilo. Al final, sin embargo, se había mostrado sinceramente arrepentido por no contarle lo que pasaba; le explicó que no había querido que sintiera que la ponía en una posición en la que tendría que elegir entre la lealtad hacia su padrino y su empresa por encima de su amistad con él. Ese era el Ivan que ella conocía, del que se había enamorado y, tal como le había prometido, existía una carta que le había enviado y que esperaba entre todas las que había recogido aquella misma tarde su vecina.


Fue después de leerla por enésima vez, y tras derramar el correspondiente número de lágrimas, cuando Paula tuvo la idea de encontrar una distracción para Kiara; con la ayuda de Pedro, el matrimonio profesional de Ivan no tenía por qué representar la muerte automática de su floreciente relación con él. 


Pero Pedro se había negado a ayudarla.


—¡Cerdo egoísta de corazón frío!


—¿Perdón? —Euge enarcó una ceja—. Pensé que Ivan era el hombre más amable y maravilloso que Dios había creado.


—Lo es. ¡El cerdo es Pedro!


Pedro es un encanto.


—Ser atractivo y sexy no tiene por qué serio todo, Euge.


—No, pero Pedro Alfonso lo es —repuso con vehemencia—. Jamás te perdonaré por no arreglar que saliera con él.


—Mira, Euge, lo intenté, ¿vale? Contigo, con Julia, con Katy, con toda maldita mujer que cometí el error de presentarle —sacudió la cabeza y se adelantó para servirse más vino—. Sinceramente, a veces creo que el único motivo por el que hice tantas amigas en mi adolescencia era porque vivía en la misma casa que él.


—Pau...


—¿Hmm?


—Lo era —la expresión de su amiga tuvo éxito en conseguir que Paula riera—. ¡Bueno, al menos eso es algo! —aprobó Eugenia—. ¿Soy yo quien mejora tu estado de ánimo o esa botella de vino cada vez más vacía?


—Las dos —le guiñó un ojo—. Aparte del hecho de que esta noche espero una llamada de Ivan. Pásame un sandwich, ¿quieres?


—¿Estás segura? Ya me comí los que se podían comer.


—¡Todos! Creía que seguías una dieta.


—Pau... sólo había dos.


—Oh. Bueno, ¿cuál es el veredicto?


—Deja que lo exprese de esta manera... no te saltes más clases de cocina.




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