jueves, 28 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 3




«¡Maldita sea! ¿Cómo lo conseguía?», se preguntó, y se resignó al hecho de que probablemente estaría muerto antes de ser inmune a ello. Y a pesar de que le encantaría echarla de su despacho y olvidar que alguna vez habían mantenido esa absurda conversación, no podía, no cuando se la veía tan vulnerable; Pau y Damian eran lo más próximo a una familia que jamás iba a tener. Si no podía darle su simpatía, al menos le debía dejarla hablar para descargar su problema.


—De acuerdo —dijo con voz cansada—. Te escucho. Pero en diez minutos tengo una reunión con Damian y los chicos del departamento financiero, así que dispones de ocho para decir lo que quieras decir. Y no se te ocurra pedirme que te cubra el trasero —alzó la voz ante el gesto de ella de querer interrumpirlo— si el jefe llega a averiguar que te acuestas con un hombre casado.


—¡No me acuesto con él!


—¿No?


—¡Sólo he salido con él una media docena de veces!


—¡Demonios! Paula, prácticamente me dijiste...


—Cielos, Pedro —quedó boquiabierta, con una expresión entre asombrada y dolida— ¿Cómo puedes decir algo semejante? ¿Cómo puedes pensar siquiera que me metería en la cama con un chico que apenas conozco? ¿Cómo...?


—Quizá —cortó su insinuación de que él era el villano ahí— se debe a que acabas de contarme que tu objetivo inmediato en la vida es ser la amante de ese tipo.


—¡Jamás dije eso! —negó con pasión, desterrado ya su aspecto vulnerable.


—Pues es la impresión que recibí.


—Para tu información, el amor tiene algo más que sexo. En contra de tu experiencia personal, no todas las relaciones entre un hombre y una mujer son físicas.


—Es cierto, no todas —coincidió—. Algunas son simplemente exasperantes —se enfrentó a su mirada indignada, sin saber si la emoción que predominaba en él era el enfado o el alivio. Se sintió aliviado al saber que no era amante de Carey, pero, maldita sea, quiso estrangularla por dejar que pensara lo peor y por su renuencia a no cortar dicha relación.


La estudió, preguntándose cómo una mujer tan atractiva, inteligente y culta como Paula podía ser tan estúpida cuando se trataba de su vida personal. A pesar de que su pelo revuelto, su graciosa boca y su falda demasiado corta en las reuniones con clientes varones hacían sospechar que sólo era una decoración, Paula era un miembro valioso de Porter Resort Corporation. Aunque su objetivo en la vida era el matrimonio, una casita con valla blanca en un suburbio, un montón de hijos y un perro labrador, durante las horas de negocios se centraba absolutamente en su trabajo.


—¿Y bien? preguntó, con los brazos cruzados como una institutriz que recibe a su díscolo pupilo.


—¿Y bien, qué?


—Estoy esperando que te disculpes por sacar conclusiones precipitadas.


Pedro no pudo dejar de esbozar una leve sonrisa ante su tono de voz. Intentó ocultar la facilidad con que podía aprovecharse de él. Fue un sentimiento sincero de culpabilidad lo que lo impulsó a romper su duelo de silencio.


—Más que sacar conclusiones, me empujaron a ellas —dijo—, y alzó una mano cuando ella amagó con debatir esa cuestión—. Sin embargo, lamento haber dicho lo que dije.


—Entonces, ¿me ayudarás? —su rostro expresó felicidad.


—¿Ayudarte cómo? —frunció el ceño.


—Seduciendo a Kiara.


—¿Qué?


—Oh, Pedro, por favor —suplicó—. Si consigues que Kiara salga contigo, entonces Pedro no se sentirá culpable por salir conmigo —incapaz de hablar por la audacia de su petición, Pedro sólo pudo menear la cabeza, pero Paula dominó incluso su pequeño logro al enmarcarle la cara en sus manos—. ¿No lo ves, Pedro? —habló con voz ligera y amable, sin duda en deferencia a su estado de estupefacción—. Es la solución perfecta. De hecho, es la única. Y será fácil. ¡Kiara no se te resistirá! Después de todo, eres inteligente, rico, atractivo, sexy... —casi ronroneó la palabra—. Y, mejor aún, el siguiente en la línea para ser presidente de Porter Resort Corporation. Reconócelo —añadió con sonrisa confiada—, por ser una mujer dedicada a su carrera, aunque Kiara te considere el idiota más grande de la historia, no salir contigo sería la peor decisión profesional que podría tomar.


Sintió una cierta dosis de satisfacción al asirle las muñecas y apartar sus brazos. Se inclinó y pegó la nariz a la suya.


—No.


—No, ¿qué? —ella parpadeó.


—No, no pienso caer ante una sonrisa dulce, una voz suave o alguno de los ardides femeninos con los que acabas de intentar machacarme. Y, no, no voy a pedirle a Kiara Carey que salga conmigo.


El intento de Paula de soltarse hizo que pegara su torso al de Pedro; su furia era tan evidente como el subir y bajar de sus pechos contra su camisa y su rostro acalorado.


—Ella... se hace llamar... Kiara Dent.


—Puede hacerse llamar como mejor le plazca; no altera el hecho de que está casada con Ivan Carey.


Ella trató de soltarse con más vehemencia, algo que él le negó durante unos segundos, tentado a meterle cierto sentido común en la cabeza. Pero cuando ese impulso benigno de pronto se vio dominado por uno más perturbador de hacerle perder el sentido con un beso, Pedro la dejó libre; de inmediato lo lamentó al darse cuenta de que Paula empleaba todo su cuerpo para soltarse. Sus esfuerzo fueron en vano, y un segundo después ella terminó con el trasero en la alfombra. En el acto se puso en cuclillas a su lado.


—Demonios, Pau, ¿te encuentras bien? Cariño, lo siento —extendió una mano para ayudarla a incorporarse—. No esperaba...


—¿Cuánto lo sientes? —los ojos le brillaron con un placer y una expectación casi infantiles.


—No tanto...


—Lo cual demuestra que hablar es fácil —le apartó la mano—. Si de verdad lo lamentaras aceptarías invitar a Kiara. Es lo menos que puedes hacer por tirarme al suelo y lastimarme el trasero.


—No te tiré al suelo —Pedro apretó los dientes—. Y si pensara que serviría para algo y le daría algo de cordura a tu tonta cabeza romántica, te azotaría el trasero.


—Y si yo pensara que serviría para algo —repitió con ardor, poniéndose de pie con una celeridad que le proporcionó a él una tentadora visión de su pierna—, apelaría a tu gentil corazón y te pediría que lo reconsideraras. ¡Pero es evidente que no tienes corazón, Pedro Alfonso!


—¿Sí? Bueno, otra cosa que no tengo es tiempo para quedarme contigo y correr otra vez el riesgo de que me manipules —más enfadado que lo que justificaba la situación, recogió unas carpetas del escritorio—. Nos vemos; tengo una reunión a la que asistir.


—¡Pedro, aguarda! —le agarró el brazo. Su cara era una mezcla de súplica y cálculo—. ¿Y si te prometiera cocinarte durante una semana por sólo invitar a Kiara a comer?


—Paso. Los dos sabemos que eres una paciente potencial de urgencias cada vez que entras en una cocina; lo mismo le sucede a cualquiera que coma tus platos.


—¿Y si te contara que hace dos semanas empecé a tomar clases de cocina?


El anuncio lo sorprendió, ya que siempre había dicho que en cuanto encontrara al Señor Perfecto dejaría de ser autodidacta en la cocina y asistiría a clases de cocina. Pero, a pesar de las ideas equivocadas que giraban en su cabeza, Carey, casado o no, no era su Señor Perfecto.


—Diría —respondió con los puños apretados para contener su creciente frustración—, que si supones que con eso me vas a convencer... te equivocas. Ahora mismo la única lección que necesitas, Paula, es no jugar con hombres casados. Un plato caliente no es lo único que puede quemarte los dedos.


Pedro, por favor.


—Lo siento, Pau, no. Si quieres fastidiar tu vida, adelante; depende de ti. Pero no esperes que te ayude.


La dejó sola en su despacho, sabiendo que no tenía más que dos opciones para tratar el asunto. O bien podía pasar por el departamento de diseño de camino a la reunión y darle un puñetazo a Ivan Carey por tontear con Pau, o bien podía comportarse de una manera racional y mantenerse al margen hasta que ella recuperara el sentido común... ¡y luego darle un puñetazo a Carey por tontear con Pau!





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