martes, 14 de abril de 2020

TODO COMENZÓ CON UN BESO: CAPÍTULO 23


+18

Pedro


La tuve en mis brazos, me di la vuelta y la recosté en el colchón un segundo después.


Me obligué a retroceder un paso para poder controlarme, así que no terminé la noche antes de que empezara por completo. Pero ahora tenía que tenerla. La miré completamente, toda inocencia y vulnerabilidad.


Quería - necesitaba sentir su coño virgen apretando mi polla. Quería que dijera que era mía, sólo mía, mientras que mi polla grande y gruesa estaba metida profundamente dentro de ella.


Me encontré caminando hacia ella, sabiendo que probablemente me veía salvaje en ese momento. 


—Recuéstate por mí—exigí. Apenas me estaba aferrando a lo que era.


Una vez que volvió a la cama, la miré fijamente, me encantaba que me estuviera esperando para tomar su virginidad, para hacerla venir. 


—Extiéndete para mí. Déjame ver todo de ti—.
Me agarré la polla, me acaricié.


Yo estaba encima de ella un segundo después, tenía mi boca en su cuello, y usé mi mitad inferior para abrirle los muslos para poder meterme entre ellos. Sentí sus suaves pliegues rodeando mi polla, y empecé a moverme de un lado a otro, trabajando entre sus piernas sin penetrarla.


Maldición, se sentía bien. Suave y húmedo. 


Perfecto.


Cerré los ojos y gemí. 


— ¿Cómo se siente?— Ella jadeó suavemente cuando le di un toque en el clítoris. 


—Tan bueno. — Abrí los ojos para ver los suyos cerrados, sus labios abiertos.


Me metí entre nuestros cuerpos y encontré su clítoris, burlándome de él. Se retorció debajo de mí.


Tuve que probarla de nuevo. El sabor de su coño todavía estaba en mis papilas gustativas, volviéndome loco, haciéndome desearla.


Me moví a lo largo de su cuerpo, incapaz de ayudarme a mí mismo. Cuando mi cara estaba junto a su precioso coño rosa, puse mis manos en sus muslos internos y la mantuve abierta para mí.


Levanté la mirada y la miré fijamente. 


— ¿Estás lista, nena?— Se levantó un poco y asintió. 


—Te quiero a ti—susurró ella.


Si supiera que la necesito, estaría muerta de miedo.


Mantuve mi mirada fija en la suya mientras arrastraba mi lengua a través de su hendidura. 


Tenía mi mano en su vientre, sosteniéndola en su lugar mientras la comía. Su sabor explotó a lo largo de mi lengua.


Me convertí en una bestia entonces.


Una y otra vez, la lamí y la chupé, sabiendo que nunca sería suficiente. Quería tener mi cara enterrada entre sus muslos para siempre. 



—Me corro—, gritó largo y tendido.


Cuando sentí su cuerpo tenso y supe que se venía, le chupé el clítoris con fuerza y salí del orgasmo con ella. Ella tenía sus manos en mi pelo, tirando de las hebras con dolor, haciendo que mi placer se elevara aún más. Y sólo cuando se hundió contra la cama le di a su coño una lamida larga más antes de alejarme. 


—Llévame—, murmuró casi somnolienta.


Moví su cuerpo hacia arriba. Mi polla estaba presionada entre sus suaves pliegues. Tomé su boca en otro beso duro y profundo, haciéndola saborear en mi lengua. Me clavó las uñas en la piel, acercándome más.


Ella jadeó contra mi boca y abrió más sus piernas. Presioné mis caderas más dentro de las suyas, mi polla deslizándose justo entre los labios de su coño, a lo largo del centro de ella.


Me incliné hacia atrás, apoyando mis manos a su lado, mirándola. Era tan jodidamente hermosa, su coño rosa y mojado.


Ella era toda mía. Necesitaba estar dentro de ella. Agarré mi polla y finalmente puse la punta en su entrada. 


—Dime que eres mía, que siempre será así.


—Sí, Pedro. Siempre será así.


Y luego, en un rápido movimiento, enterré mi polla en su húmedo y apretado coño virgen, r
reclamandola como mía. 


Jadeó, su dolor claro. Le ahueque el lado de la cara y la tranquilicé, dejándola que se acostumbrara a mi tamaño, a la penetración y a la intrusión. Y cuando su coño se apretó alrededor de mi polla, gemí de un placer brutal.


Tenía sus brazos alrededor de mi cuello, sus uñas pinchándome la piel. Siseé, amando el dolor. Trajo mi placer más alto. 


— ¿Estás bien, cariño?— Ella asintió, sus ojos un poco abiertos. 


—Estoy bien. No te detengas.


Apoyé mi frente contra la de ella y exhalé lentamente mientras me retiraba y luego me empujé hacia adentro con toda la gentileza que pude reunir.


Empecé a entrar y salir de ella lentamente, tratando de controlarme cuando todo lo que quería hacer era follarla duro. Sentí lo mojada que se había vuelto por mí y oí que su respiración cambiaba.



Entrar y salir.


Lento y fácil.


Pero hacerlo de esta manera era muy difícil y mi control se estaba resbalando.


El sudor empezó a cubrir mi piel, mi corazón se aceleró y mis pelotas se tensaron. Tenía muchas ganas de venirme, pero no quería que esto terminara.


Empujé profundamente.


Vi la muestra de placer que se movía por su cara. La empujé una vez más y me quedé quieto, sintiendo que sus músculos internos se relajaban y se contraían a mí alrededor. 


— ¿Todavía te duele?— Agitó la cabeza lentamente. 


—Se siente bien.


Así que empecé a mecerme de un lado a otro, empujando mi polla dentro de ella y sacándola. 


Y en poco tiempo, mi control se deslizó, el placer se apoderó de mí. 


—Me voy a correr. — Apreté los dientes, las palabras no eran más que un susurro áspero.


Pero antes de que pudiera correrme, quería que ella se viniera primero, necesitando sentir que me ordeñaba mientras encontraba su éxtasis.



Me metí entre nosotros y empecé a frotar su clítoris.


De un lado a otro.


Círculos lentos.


Y entonces sentí su tensión debajo de mí. Agitó la cabeza hacia atrás, el cuello forzado, un llanto bajo la dejó. El hecho de que ella se viniera -por mi culpa- hizo que mi autocontrol se desvaneciera.


Sólo cuando ella se relajó, cuando su orgasmo terminó, retrasé mis acciones. 


—Mírame—, le pedí, pero instantáneamente la besé, tratando de ser gentil. Ella se merecía eso y mucho más.


Cuando ella abrió los ojos y miró a los míos, quise decirle que la amaba, que pensé que me había enamorado de ella la primera vez que la vi.


Pero no dije nada, y en vez de eso empecé a bombear dentro y fuera de ella, llenándola con mi polla, haciéndola mía. 


—Te sientes tan bien—. Y entonces sentí que mi orgasmo se elevaba. El placer me consumió, se apoderó de mí hasta que fui su esclavo, hasta que golpeé mi polla contra su calor acogedor y apretado.


La cabeza hacia atrás, el cuello arqueado, lo dejé ir y lo absorbí todo.


Y cuando el placer comenzó a disminuir, solo entonces forcé mis ojos a abrirse; solo entonces salí de su coño y miré entre sus piernas. 


Cuando sentí que mi subidón comenzaba a disminuir su control sobre mí, finalmente me permití caer sobre el colchón a su lado. Respiré, mi pecho subiendo y bajando ásperamente, el sudor cubriendo mi cuerpo. No pude evitar mirarla fijamente, no pude evitar estirar la mano y jalarla contra mi pecho. La posesividad y la sensación de ser territorial cuando se trataba de Paula me bañó con tanta intensidad que supe que ya no volvería a ser el mismo después de esto.


Ella era mía, lo entendiera o no.


Paula pudo haber empezado siendo inocente, pero yo había cambiado eso. Ella sabría lo que es ensuciarse un poco, pero sólo conmigo.


El orgullo y el placer se estrellaron contra mí, y no pude evitar el sonido de la necesidad que venía de mí.


Era territorial, pero cuando se trataba de Paula, no había otra forma de serlo.




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