lunes, 6 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 38




La habitación cerrada en Pantelleria era la habitación de su hijo, llena de peluches, cajas de música y móviles sobre su cuna. Había mantitas y una colcha que le había hecho ella misma antes de que naciera. Paula recordaba las nanas que le había cantado a Sebastian, los cuentos que le había leído, aunque aún era demasiado pequeño para entenderla.


«Dios mío, Dios mío, no puede ser».


El suelo pareció tragársela y tuvo que doblarse sobre sí misma para evitar que el dolor la partiese por la mitad.


¿Paula?


Apenas se dio cuenta de que Pedro la tomaba del brazo para sentarla en el sofá.


Mi hijo... mi hijo está muerto.


No, Paula, Sebastian está bien...


—No, es imposible. Lo he visto, he visto su cara... 


—Sebastian está vivo. ¿Me oyes? Está vivo —insistió él.


—Estás mintiendo. Me has mentido desde el principio —lloraba Paula, angustiada.


Sí, te he mentido, por omisión. Para protegerte cuando tuvieras que enfrentarte con la verdad, pero nunca te mentiría sobre esto. Sebastian está vivo, Paula, te doy mi palabra de honor.


Su precioso niño, con su sonrisa sin dientes, con esos enormes ojos azules y la piel más suave y más bonita que el pétalo de una rosa...


Pero yo vi sangre en su cara, Pedro.


—No fue nada, un corte sin importancia debido al impacto. Estuvo hospitalizado unos días, pero ahora está bien. Mejor que bien.


¿Dónde está? —exclamó Paula—. ¿Por qué no lo he visto desde que salí del hospital?


—Viviendo con mi hermana hasta que tú te recuperases. Está en Pantelleria, Paula, con la hija de Juliana y su niñera.


Paula pensaba que Pedro no podría darle más sorpresas, pero aquello...


¿Durante todo este tiempo ha estado tan cerca de mí y tú no me has dicho nada? ¿Cómo te atreves?


—Paula...


Pedro intentó estrecharla entre sus brazos, pero ella se apartó.


—¡Me has escondido a mi hijo!


—Tampoco yo he podido verlo, Paula. Y si crees que ha sido fácil para mí, estás muy equivocada. He hecho lo que debía hacer, lo que el neurólogo me dijo que hiciera.


—¡Quiero ver a mi hijo! —gritó ella, sus ojos llenos de lágrimas—. ¡Maldito seas, quiero ver a mi hijo ahora mismo!


Mañana —le prometió él—. Volveremos a la isla mañana a primera hora.


No, quiero que volvamos ahora mismo.


Sé razonable, Paula. Es más de medianoche... no podemos irnos ahora.


¿Cómo que no? Tú eres el todopoderoso Pedro Alfonso. Puedes pedir un jet como otros piden un taxi. Tú puedes hacer que un niño desaparezca sin dejar rastro alguno para que su madre no recuerde su existencia. ¿Cómo sé que no lo has enviado a algún sitio donde yo no pueda encontrarlo?


No digas tonterías —replicó Pedro—. Lo he hecho por recomendación de tu neurólogo. Escondí todas sus cosas hasta que estuvieras lo bastante bien como para lidiar con el accidente.


No tenías derecho a hacerlo...


No, es cierto. Pero, según Peruzzi, me arriesgaba a que recibieras un golpe terrible al saber que no recordabas a tu hijo... te lo repito, lo hice pensando en ti.


¿Desde cuándo esconder a un hijo es en interés de su madre, Pedro?


—Cuando la madre ha sufrido un trauma y no recuerda que ha tenido un hijo. O tal vez cuando hay razones para creer que dicha madre estaba a punto de dejar a su marido y llevarse al niño.


Paula lo miró, perpleja.


—¿Qué quieres decir?




No hay comentarios.:

Publicar un comentario