lunes, 6 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 39




—Llevabas muchas cosas de Sebastian en el coche: su ropa, su osito de peluche favorito... y una maleta con tus cosas. Ibas con Yves Gauthier, un hombre que había aparecido en Pantelleria de repente y que se había metido en tu vida aprovechando que yo tenía trabajo en Milán...


—Yves... —repitió ella, pensativa—. Yves era canadiense, como yo.


—Lo sé.


—Es natural que nos hiciéramos amigos.


—¿Y también es natural que alquilase una casa para tres meses y que, de repente, unas semanas después, fuera de camino al aeropuerto con un billete de vuelta a Canadá?


—¿Yo tenía un billete para Canadá? ¿Llevaba el pasaporte de Sebastian conmigo?


—No —contestó Pedro—. Pero el día anterior tú y yo habíamos tenido una pelea... y pensé que querías abandonarme y llevarte al niño.


—Recuerdo esa pelea —murmuró Paula, la secuencia de eventos cayendo en su sitio poco a poco—. Nos peleamos porque tú querías que volviese a Milán contigo y yo te dije que no porque no quería tener que lidiar con las injerencias de tu madre, que intentaba decirme cómo debía cuidar de Sebastian.


—Así es.


Y luego dijiste que no te habías casado para vivir como un monje... y te fuiste dando un portazo.


—Sí, más o menos fue así.


—Estuve paseando por la casa durante toda la noche, dándole vueltas a lo que había pasado —siguió ella, cerrando los ojos—. Y decidí que no iba a dejar que tu madre siguiera metiéndose en mi vida... pero no quería huir de ti, Pedro. Iba a buscarte porque había decidido plantarle cara a tu madre y dejar de esconderme.


¿Y por qué ibas en el coche con Gauthier?


—Al día siguiente, Yves fue a decirme que tenía que volver a Canadá por razones de salud. Tenía un problema de corazón y debía consultar urgentemente con su cardiólogo. Como tenía que ir al aeropuerto me llevó en su coche... él se iba a Canadá, pero yo iba a Milán.


Pedro la miró, perplejo.


¿Eso es verdad?


—¡Pues claro que es verdad! Pero ya que no pareces confiar en mí, ¿por qué no le preguntas a Yves?


No puedo hacerlo porque Yves murió en el accidente. Aparentemente, sufrió un infarto mientras iba al volante.


Paula se tapó la boca con la mano.


Oh, no... yo no sabía que estuviera tan enfermo. Era una persona tan encantadora, tan amable...


—Siento darte tan malas noticias y siento mucho haber dudado de tu lealtad. Soy tu marido y debería haber confiado en ti.


Pero no lo hiciste dijo Paula—. Tal vez porque estabas buscando una excusa para librarte de mí.


—¿Por qué iba a querer librarme de ti? Me casé contigo, ¿no?


—Oh, sí, desde luego. Has hecho muy bien el papel de marido, en público y en privado, pero era sólo, eso, un papel. Me pediste que me casara contigo al descubrir que estaba esperando un hijo tuyo porque te pareció que era tu deber, nada más.


—Admito que eso es verdad —dijo él, apenado.
Paula apretó los labios, preguntándose por qué aquella admisión le dolía más que las demás. Pero yo no sabía que estuvieras embarazada cuando fui a buscarte a Vancouver —Pedro se pasó una mano por el pelo—. ¿Qué quieres que diga, Paula?


—Que estabas un poquito enamorado de mí cuando nos casamos... como yo lo estaba de ti.


—No puedo —murmuró él—. El amor llegó después.


—¿Ah, sí? Pues nunca me lo has dicho. Yo estaba enamorada de ti, pero tú no me dijiste «te quiero» ni una sola vez.


—Pensé que lo sabías. Y si recuerdas todo lo que pasó, no puedes haber olvidado las noches que hacíamos el amor...


—El sexo nunca ha sido un problema para nosotros, no tienes que decírmelo.


—Era algo más que sexo. Siempre lo ha sido.


—¿Incluso la primera noche?


—Yo no sabía que fueras virgen, Paula. Y no nos conocíamos —Pedro se quedó callado un momento—. Pero tú eras diferente a las demás mujeres. Puede, que no pensara casarme contigo, amore mio, pero si quieres saber la verdad, ahora considero que es la mejor decisión que he tornado nunca.


—Quiero creerte —suspiró ella—. Pero no dejo de pensar que no has sido sincero conmigo. Me has hecho creer que ésta era una segunda luna de miel mientras estabas convencido de que yo iba a dejarte... que había querido llevarme a Sebastian sin decirte nada.


—¿Eso importa ahora? —Pedro tomó su mano, mirándola a los ojos—. Tenemos que olvidar el pasado, Paula. Los dos hemos cometido errores. ¿No podemos aprender de ellos, perdonamos y empezar otra vez? Aún tenemos una oportunidad. ¿Qué dices, mi amor? ¿Podemos recoger los pedazos y unirlos para ser una familia otra vez?


—Quiero hacerlo, pero...


—¿Pero qué? Dime qué deseas y yo te lo daré. 


—Lo que quiero es abrazar a mi hijo, Pedro. ¿Puedes hacer que amanezca ahora mismo?


—No, desgraciadamente no. Pero se me ocurre una manera estupenda de pasar el tiempo hasta entonces.






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