domingo, 5 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 35





Un helicóptero los llevó a Rapallo y desde allí fueron en coche hasta Portofino, donde ya estaba preparado el yate.


Paula iba temblando en la motora, aunque Dario no sabía si por el frío de la noche o por miedo. 


Aunque daba igual. Llevaban demasiado tiempo esperando y había llegado el momento de contarle la verdad. Peruzzi podría decir lo que quisiera sobre que la naturaleza debía seguir su curso, pero Peruzzi no era quien tenía que sufrir la angustia de Paula.


—Toma —murmuró, cubriéndola con una manta cuando llegaron al yate—. Así entrarás en calor.


—Gracias‐‐dijo Paula, mirando el camarote—. ¿Es aquí donde empezó todo?


—No, en realidad no. Esa noche la pasamos en cubierta.


—Cuéntamelo.


Y Pedro lo hizo, sin dejarse nada en el tintero. No era momento para mentiras piadosas. Se había portado mal y lo mejor sería que Paula lo supiera todo.


¿Entonces tuvimos relaciones la noche que nos conocimos?


—Yo prefiero decir que hicimos el amor. Paula hizo una mueca de incredulidad. —¿Cómo pude hacer eso? Nunca había estado con un hombre.


—Lo sé.


—Tener que soportar a una novata no debió ser muy divertido para ti.


Divertido no es la palabra que se me ocurre, Paula —murmuró él, tomando su mano—. Incluso en tu inocencia fuiste apasionada y generosa y yo no pude resistirme. Pero admito que me llevé una sorpresa al saber que era tu primer amante. Entonces tenías veintiocho años y eras una chica preciosa. ¿Cómo es posible que aún fueras virgen?


—Nunca tuve demasiado tiempo para romances. Estaba demasiado ocupada con mi trabajo. Y me alegro de haberte conocido sólo a ti.


¿Sería así de verdad o recordaría a otro amante antes de que la noche terminase?


—¿Qué pasó después? —le preguntó—. ¿Supimos desde el principio que estábamos hechos el uno para el otro?


Pedro apartó la mirada.


—No, no fue así. Tú volviste a Vancouver un par de días después y yo no esperaba volver a verte nunca. Pero descubrí que no era fácil olvidarse de ti.


—Olvidar siempre es fácil. Lo difícil es recordar —suspiró Paula.


Pensando en el día que le propuso matrimonio, Pedro tuvo que admitir que en cierto modo tenía razón. Porque él daría lo que fuera por no recordar lo que pasó después...


Una tarde a finales de agosto, Pedro se detuvo en Vancouver de camino desde Seattle a Whistler. Localizarla fue muy fácil porque sólo había una Paula Chaves, Compradora Personal, en la guía telefónica.


Vivía al oeste de la ciudad, en la sexta planta de un edificio frente a una playa llena de familias y niños tomando el sol.


Un espectáculo doméstico muy agradable, pero no algo que lo atrajera demasiado, decidió Pedro, buscando el nombre de Paula en el portero automático. Había demasiadas mujeres guapas en el mundo como para atarse a una
sola; mujeres que entendían el juego del amor.


«¿Es por eso por lo que estás aquí, porque Paula Chaves es una de esas mujeres?». La pregunta apareció de repente y Pedro se detuvo cuando iba a pulsar el botón.


¿Qué demonios estaba pensando? Ellos no tenían nada en común, aparte de una noche que los dos querían olvidar. ¿Por Qué iba a querer verlo otra vez? Y, sobre todo, ¿por qué quería verla él? ¿Para enaltecer su ego a expensas de Paula otra vez?


Disgustado consigo mismo, Pedro se dio la vuelta... y se quedó inmóvil.


Una rubia de pantalón corto estaba intentando sujetar varias bolsas a la vez mientras sacaba la llave del bolso.


Recortada contra el horizonte, podía ver su silueta, sus largas piernas, su abultado vientre...


Ella no lo había visto, pero Pedro tuvo tiempo de estudiarla y lo que vio lo llenó de angustia. 


Aquella mujer era Paula, sin ninguna duda. Y sin ninguna duda también, estaba embarazada. 


Debía estarlo de unos cuatro o cinco meses.


Y la última vez que vio a Paula era el mes de abril...


Había llegado a un punto crítico en su revelación. O le contaba la verdad, algo que los expertos le habían advertido que no hiciera, o se detenía y seguía rezando para que ocurriese un milagro. Aunque, en el fondo de su corazón sabía que no iba a ocurrir. Ni la isla, ni el ático de Milán ni ver a su familia había despertado recuerdo alguno. Portofino era su última esperanza:.. y aun así Paula no recordaba nada.


A pesar del aire fresco de la noche, Pedro estaba sudando y tuvo que quitarse la corbata y desabrochar los dos primeros botones de su camisa para poder respirar un poco.


Suspirando, salió a cubierta y se apoyó sobre la borda, intentando llevar aire a sus pulmones. La luna apareció entre las nubes, lanzando destellos plateados sobre la torre de la iglesia de San Giorgio. Más cerca, las olas golpeaban el casco del yate, pero la escena que aparecía en su memoria no era tan idílica...


Sin saber que estaba observándola, Paula se había colocado el bolso en bandolera y se disponía a subir los escalones con las llaves en la mano cuando...


Ciao,Paula.


Ella se detuvo de golpe y, al verlo, palideció.


¿Qué haces aquí?


He venido a verte.


Me temo que no es buen momento —murmuró Paula, intentando ocultar su abultado vientre tras las bolsas—. Tengo otros planes para esta noche.


Cancelalos —dijo él—. Es evidente que tenemos cosas que discutir.


—Pensé que la última vez que nos vimos había dejado claro que no quería volver a verte.


Eso fue hace casi cinco meses y han cambiado muchas cosas desde entonces. Para empezar, estás embarazada.


¿Y qué tiene eso que ver?


Mucho si, como tengo razones para sospechar, ese niño es hijo mío.


Paula levantó la cabeza, orgullosa.


Que tú fueras el primero no significa que hayas sido el último.


—Posiblemente no, pero eso no me asegura la paternidad del niño.


Paula se puso colorada hasta la raíz del pelo.


¿Estás sugiriendo que soy la clase de mujer que no sabe quién es el padre de su hijo?


—No, en absoluto. Una mujer así no espera 
hasta los veintiocho años para perder la virginidad.


—Ahora tengo veintinueve. Soy lo bastante mayor como para vivir mi vida sin tu ayuda así que, por favor, márchate.


—Me da igual que tengas cien años —replicó Pedro, enfadado por su actitud—. No pienso ir a ningún sitio hasta que hayamos establecido si soy yo quien te ha dejado embarazada. Dame las bolsas y vamos a seguir con esta conversación en un sitio menos público.


—No me des órdenes. No soy tu criada.


—No —asintió él—. Pero los dos sabemos que eres la madre de mi hijo y, te guste o no, eso me da algún derecho.


Paula abrió el portal y subieron en el ascensor sin decir una sola palabra. Una vez en su apartamento, abrió la puerta del balcón para dejar entrar la brisa del mar y luego se volvió para mirarlo.


Muy bien. ¿Y ahora qué?


Ahora vamos a hablar como dos adultos razonables.




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