sábado, 4 de abril de 2020
RECUERDAME: CAPITULO 33
Las bromas desinhibidas y la pasión de aquel día marcaron el tono de los siguientes. Sin criados monitorizando todos sus movimientos, Paula se sentía más libre y Pedro y ella vivían como un matrimonio normal.
Paula llevaba el albornoz mientras desayunaban y si alguna vez Pedro la sentaba sobre sus rodillas y el café se quedaba frío,ella no se quejaba. Pedro volvía a casa a la hora de comer y a menudo no regresaba a la oficina hasta la tarde porque, de una manera o de otra, acababa distrayéndose.
De vez en cuando salían a cenar y un jueves Paula decidió comprar un vestido para la cena benéfica porque, aunque su vestidor estaba lleno de ellos, casi todos eran de invierno o verano y necesitaba algo de entretiempo. Encontró el vestido perfecto en un atelier en la Via de Montenapoleone, de gasa y seda color marfil, con escote palabra de honor. Como tenía la piel muy clara, en otra ocasión habría elegido un tono más oscuro, pero el color contrastaba con el bronceado que había adquirido en Pantelleria.
No necesitaba accesorios, pero tenía que arreglarse el pelo y pidió hora para el sábado en una exclusiva peluquería donde, además de peinarla, le hicieron la manicura, la pedicura y un masaje facial, todo servido con champán y una bandeja de aperitivos.
Cuántos mimos, pensaba, divertida. Antes se hubiera arreglado el pelo ella misma, pero esa noche era demasiado importante para un trabajo de aficionado.
Quería estar guapa para Pedro y también ganarse el favor de su familia.
Y cuando salió del vestidor unos minutos antes de ir a la cena, supo que sus esfuerzos no habían sido en vano porque Pedro se quedó sin palabras, mirándola como si no la hubiera visto nunca.
—Vaya, vaya —dijo por fin, mirándola de arriba bajo—. Una signora cosi bella e mia!
—¿Eso significa que no te avergüenza presentarme a tu familia otra vez?
—¿Avergonzarme? —Pedro tomó su cara entre las manos para darle un apasionado beso en la boca—. Paula, cara mia, no podría estar más orgulloso de ti.
Su aprobación la animó mientras iban al hotel y la sostuvo cuando le ofreció su mano para entrar en el salón, donde todos los invitados disfrutaban de un cóctel. Estar con él le daba valor para mirar a los extraños a la cara e incluso pudo sonreír cuando la llevó hacia un grupo de gente.
Cuando se acercaban, un hombre de pelo blanco y ojos oscuros como Pedro dio un paso adelante.
—Mi padre, Edmundo.
—Buona sera, signor —lo saludó ella, horriblemente incómoda siendo el centro
de atención de todo el mundo; sobre todo de
Celeste, cuya expresión sugería que acababa de ser asaltada por un olor desagradable.
—¿Qué es eso de signor? —sonrió Edmundo—. Puede que tú hayas olvidado que una vez me llamabas padre, pero yo no.
Su amabilidad, especialmente en contraste con la desagradable expresión de Celeste, hizo que los ojos de Paula se empañaran.
—Ah, claro.
—Y mi hermana Juliana —la presentó Pedro, pasándole un brazo por la cintura.
—Paula, cara! —Juliana le dio un abrazo que la dejó sin aire, pero que hizo mucho por restaurar su equilibrio emocional—. Cuánto me alegro de volver a verte. Estás preciosa, ¿verdad, Lorenzo?
—Sí —el hombre alto que iba con ella se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Ciao, Paula. Todos te hemos echado de menos.
Durante las presentaciones, la madre de Pedro seguía observándola con desdén.
—No esperaba que vinierais. ¿Estás seguro de que es sensato traerla aquí? — preguntó por fin, con un suspiro tan teatral que seguramente lo habrían escuchado hasta en Pantelleria.
—Ya conoces a mi madre —dijo él, la mirada helada que lanzó sobre Celeste suficiente para hacerla callar.
—Sí —contestó Paula, ofreciéndole su mano—.Me alegro de volver a verla, signora Alfonso.
Ningún abrazo afectuoso por su parte, ni oferta de llamarla «madre». Aunque tampoco lo hubiera deseado Paula. Celeste Alfonso no se parecía en absoluto a la madre a la que ella tanto había querido.
—Me alegra que tu atuendo de hoy sea más apropiado que el que llevabas cuando nos vimos la última vez.
Era evidente que el resto de la familia se alegraba de verla, pero cualquier esperanza que Paula hubiese tenido de hacer las paces con su suegra murió en ese momento. La guerra sólo acababa de empezar.
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