jueves, 2 de abril de 2020

RECUERDAME: CAPITULO 25





Antonia, o alguna otra de las criadas, le había dado un toque romántico a la habitación. En el salón había un ramo de lirios blancos y en el dormitorio una rosa roja en un jarroncito de cristal al lado de una chaise longue de estilo victoriano. Una docena de velas iluminaban la cama, dejando a oscuras el resto de la estancia.


Paula intentaba mirar alrededor con lo que esperaba fuese la nota justa de curiosidad, como si no hubiera estado allí antes, pero no podía dejar de mirar hacia la puerta cerrada. 


—Da igual que no la reconozcas —sonrió Pedro, llevándola hacia la terraza—. Esta noche empieza el futuro para nosotros, tesoro mío.


Fuera, alrededor de la piscina, había más velas dentro de lámparas de cristal y sobre la mesa una botella de champán y dos copas. Era la introducción perfecta para una noche de seducción, Paula no podría haber pedido nada mejor.


—No es exactamente eso —murmuró, pisando una fina línea entre la verdad y la mentira.


—No quiero apresurarme a hacer el amor antes de que estés lista —le aseguró él—. Iremos al ritmo que tú quieras, Paula.


En realidad, ella se sentía culpable. De haber sabido que así era como iba a terminar la noche no habría entrado en la suite.


Un matrimonio de verdad debería estar basado en la confianza y el respeto mutuo y... ¿qué decía sobre el suyo que hubiera hecho aquello?


—¿Qué te pasa, Paula?


Estás siendo tan paciente conmigo —suspiró ella—, pero yo no estoy siendo una esposa considerada.


¿Por qué dices eso? ¿Tú tienes idea de lo vacía que me ha parecido esta habitación y qué largas las noches desde que volviste?


Aunque nunca hiciera nada más que hablarle de esa forma, mirarla de esa forma, Paula podría morir feliz.


Pedro la hipnotizaba con sus ojos oscuros y, con un beso aquí, una caricia allá, la llevaba a otro mundo; un mundo en el que no había más preocupaciones.


Él trazó sus labios con un dedo, una caricia tan exquisita que Paula empezó a temblar. Luego acarició su clavícula, el contorno de su garganta, dejándola estremecida. Lo hacía con tal ternura que Paula apenas se dio cuenta de que volvían a la habitación. Y tampoco podría decir cómo habían acabado desnudos el uno frente al otro.


Como si estuvieran viéndose por primera vez, Pedro deslizó la mirada desde sus pechos a su cintura, pasando por la curva de sus caderas hasta el triángulo de rizos entre sus piernas. Y cada sitio que miraba se encendía como una llama.


—Pensé que recordaba lo hermosa que eras —dijo con voz ronca—, pero mis recuerdos no te hacían justicia.


—Sí —musitó Paula, el deseo dándole valor para mirarlo como la miraba él—. La memoria a veces crea recuerdos falsos.


La luz de las velas creaba sombras sobre el torso masculino, iluminando sus hombros, su estómago plano, sus largas piernas... mostrando una erección que le decía mucho mejor que cualquier palabra lo que sentía por ella.


El día que bajó del avión y lo vio por primera vez le había parecido el hombre más guapo del mundo. Pero sólo ahora podía apreciar la extensión de su masculina belleza. Estaba frente a ella como un dios hecho de bronce, orgulloso, poderoso, invencible.


—Pedro...


—Estoy aquí, soy todo tuyo —dijo él, el timbre de su voz haciendo que sintiera escalofríos—. Dime lo que quieres, amore mio, y te lo daré.


Hipnotizada por el brillo de sus ojos, Paula puso una mano sobre su torso para sentir los fuertes latidos de su corazón, trazando un diminuto pezón con el dedo.


—Te deseo a ti —murmuró, deslizando la mano hasta su miembro. Qué duro y suave a la vez. Suave como la seda y duro como el hierro—. Quiero sentirte dentro de mí y oírte jadear. Quiero que me lleves a la cama y me llenes para que no haya ninguna esquina en la que esconderme.


Dejando escapar un gemido ronco, Pedro la tomó en brazos para llevarla a la cama y tumbarse a su lado.


Movidas por la brisa, las cortinas de la habitación se levantaban suavemente mientras la luz de las velas bailaba, creando extrañas sombras en las paredes.


Como si hubiera estado esperando que le diera permiso, Pedro la besó por fin, profunda, ansiosamente. Y cuando eso no era suficiente para satisfacerlos a los dos, puso su boca en otros sitios, trazando un camino de fuego desde sus pechos a su ombligo y más abajo, entre sus piernas.


Momentáneamente sorprendida, Paula se puso tensa. Pero Pedroo estaba haciendo algo más que abrir sus piernas, estaba abriendo un trocito de su memoria. Su cuerpo recordaba otros momentos como aquél, aunque su mente siguiera plagada de nubes.


Habían hecho aquello antes y se recordaba a sí misma agarrándose a sus hombros, a Pedro sujetando sus caderas para que no pudiera escapar del placer que le daba.


Las caricias de su marido hacían que la tensión aumentase hasta que, por fin, dejó escapar un gemido; el placer explotando en cien prismas de luz, cada uno más cegador que el anterior.


Desesperada por agarrarse a la tierra, Paula gritó su nombre. Pedro escuchó su súplica y, apoyándose en los antebrazos, se inclinó hasta estar dentro de ella, llenándola del todo. Primero con un ritmo lento, tan íntimo que sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo quería todo de él. 


Quería su corazón a cambio del que él le había robado.


Pero debería haber sabido que todo tenía un precio porque mientras se apoderaba de su alma. Pedro se la robaba por segunda vez. 


Cuando se estremeció, cayendo sobre ella, su mundo se partió en mil fragmentos y pensó que su corazón iba a estallar.


El silencio que siguió sonaba en su cabeza como un tornado. Si era así como había sido antes entre ellos, ¿cómo podía no recordarlo? ¿Y por qué le había hecho ver Pedro que algo iba mal en su matrimonio?


El día anterior pensó que encontrar respuestas la ayudaría a recordar, pero ahora no estaba tan segura. Tal vez lo mejor sería hacer lo que él le había pedido: dejar atrás el pasado y crear un futuro nuevo para los dos.


—¿Te ha gustado, cariño?


—Sí, mucho —sonrió Paula—. No me había sentido tan completa y tan feliz en mucho tiempo.


La sombra que había sobre su cabeza desde el accidente empezaba a despejarse y, por primera vez en semanas, durmió profundamente, a salvo en los brazos de su marido.




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