viernes, 6 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 9





Era como la escena de una película de terror. La única diferencia estribaba en la mirada interrogante de Pedro. Paula atrajo a Kiara hacia sí, protegiéndola con su cuerpo.


—¿Qué está haciendo usted aquí?


Se detuvo, mirándola fijamente.


—Limpiando de hierbas el sendero, para que no le cueste tanto caminar por él. ¿Qué creía que estaba haciendo?


—No lo sé. Me ha asustado. No me gusta que se me acerquen sigilosamente, sin hacer ruido.


—No era esa mi intención, sino desbrozar el sendero y reforzar un poco esa pasarela. Pero me marcharé ahora mismo, si usted quiere.


—A mí no me ha asustado, mami —terció Kiara—. Él es mi amigo —se acercó a Pedro, señalando su hoz—. ¿Qué es eso?


—Es una herramienta para cortar hierbas. Pero está muy afilada, y los niños tienen que mantenerle lejos de ella —la lanzó a un lado, lejos del sendero, y se volvió nuevamente hacia Paula—. A ver si lo entiendo bien… ¿Se ha asustado porque se ha sobresaltado al verme o porque me tiene miedo?


Paula soltó un suspiro de frustración. No sabía con quién estaba más enfadada, si con Pedro o consigo misma, pero quería ser razonablemente sincera.


—Lo cierto es que todavía no lo conozco a usted. Nos encontramos anoche, en la tienda de Mattie, y nos acompañó hasta aquí. Nada más.


—Efectivamente. Y en vez de eso, pude haberla dejado que encontrara sola el camino hasta la cabaña. Y sin molestarme en descargar su equipaje. Ahora mismo, por ejemplo, no tengo ninguna necesidad de estar aquí.


Paula pensó que a aquel hombre le gustaba ir directo y al grano.


—Perdone. Supongo que he exagerado un poco.


—Entonces… ¿Quiere que termine lo que he venido a hacer o no?


—Le agradecería que lo hiciera, si es que podemos volver a hablar civilizadamente.


—No se me dan muy bien las habilidades sociales.


—Ya lo he notado —Paula miró a su alrededor—. ¿Ha venido andando hasta aquí? No he visto su moto.


—No podía transportar mi herramienta en ella. Le he pedido prestada la camioneta a Bruno.


—¿Y dónde está?


—Tomé para venir la antigua pista forestal. Sale justo detrás de la cabaña.


—¿Entonces por qué no me trajo por allí anoche?


—Dudo que su furgoneta lo hubiera soportado. Está llena de baches. No creo que le hubiese gustado quedarse atascada allí.


—No, desde luego. Con la carretera Delringer ya tengo más que suficiente.


—Necesitaré usar la red eléctrica de la cabaña para encender la motosierra. Pero no se preocupe, haré fuera la conexión. Bruno tiene una buena extensión de cable en su caja de herramientas.


—Bien. Porque allí dentro no hay nada, la cabaña está desierta —repuso Paula, exagerando.


—¿Seguro? Tuve la impresión de haber descargado un montón de cosas de su furgoneta.


Acababa de hacer una pequeña broma, con un amago de sonrisa asomando a sus labios. Aquel leve cambio lo hizo parecer mucho más joven… 


Y mucho menos inquietante. Tenía una buena dentadura, blanca y muy cuidada.


Ahora que se fijaba en ello, su ropa no parecía encajar con su cabello y su barba, tan desaliñados. Sus vaqueros eran viejos, pero limpios. Y se había planchado la camisa.


—Estaré por aquí el resto del día si necesita algo —le dijo, y tomó a su hija de la mano para empezar a caminar por el sendero.


Estaba absolutamente despejado de maleza.


—Mami, me gusta Pedro —comentó Kiara—. Ha cortado las malas hierbas.


Efectivamente. Y no les había cortado el cuello, tal como había temido en el escenario de terror que había asaltado su imaginación apenas unos minutos antes. Se sentía ridícula por haber pensado algo semejante, pero aun así seguía habiendo algo en aquel hombre que la inquietaba…



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