lunes, 23 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 59





Kiara se había despertado de la siesta, y se despabiló del todo después de comer un poco y de jugar en el parque. Si por ella hubiese sido, se habría quedado allí toda la tarde, pero Columbus estaba a ciento cincuenta kilómetros y aún les quedaba un buen trecho hasta la granja. 


Se dirigieron hacia el sur por la autopista. 


Durante el camino llamaron a Henry, que se había ofrecido a quedarse en la casa, con Mackie. Todo estaba tranquilo y el FBI no había vuelto a hacer acto de presencia.


Pedro encendió la radio justo después de pasar Lagrange, a tiempo de escuchar los informativos. La noticia de portada era que el juez Claudio Arnold había sido asesinado a tiros en el garaje de su casa, como consecuencia de un presunto intento de robo.


—¿Has oído eso? —le preguntó Paula, sin poder dar crédito a sus propios oídos.


—Desde luego.


—Por fuerza esto tiene que estar relacionado con la investigación…


—Quizá no seas tú la única persona a la que alguien está intentando mantener callada.


—Pero el juez era uno de nuestros principales sospechosos… ¿Qué consecuencias crees que podrá tener esto?


—De momento, complicar aún más la investigación.


—Ya sabes que detesto equivocarme, Pedro, pero este asunto me está empezando a parecer cada vez más siniestro. Mucho más que un simple caso de desvío de fondos públicos.


—¿Asesinato, quieres decir?


—Sí, pero todavía no lo he admitido. Sólo estoy más cerca que antes de pensarlo.


—Es ahí precisamente donde a mí me gustaría estar equivocado.



****

Eran más de las ocho y media de la tarde cuando llegaron al hospital de Columbus. La enfermera Juana saludó amablemente a Paula y se la llevó a ver a Ana sin perder tiempo.


—Sólo puede quedarse con ella unos minutos —le advirtió—. Se cansa con facilidad.


Paula intentó disimular su impresión cuando vio a su amiga rodeada de un enorme despliegue de tubos y aparatos. Pero tenía los ojos abiertos y la mirada despierta, tan vivaz como siempre.


—Me alegro tanto de que estés mejor… —pronunció, tomándole una mano.


—Me golpearon en la cabeza.


—Ya lo sé. Lo siento muchísimo. Yo creía que el apartamento era seguro y que…


—No fue culpa tuya —susurró—. ¿Qué tal en la cabaña?


—Bien —mintió, decidida a retrasar todo lo posible el momento en que tuviera que darle la noticia del incendio—. Estamos muy bien en las montañas.


—Me alegro —Ana soltó un profundo suspiro—. Espero que encuentren al tipo que me atacó.


Paula vaciló. No había querido sacar aquel tema por miedo a incomodarla o molestarla, pero dado que lo había mencionado ella misma, no había razón alguna para evitarlo.


—¿Podrías describirlo?


—Llevaba un pasamontañas —se humedeció los labios con la lengua—. Necesito un poco de agua.


Paula le sirvió un vaso y se lo acercó a los labios. 


Tras beber unos sorbos, le indicó con un gesto que era suficiente.


—¿Viste… Sus zapatos?


—Sí. Cuando me golpeó en la cabeza, caí al suelo y empezó a darme patadas. Eran marrones. Con cordones. Caros. El muy canalla…


Paula experimentó una punzada de furia. Tenía que ser el mismo hombre que la había sorprendido en el servicio del restaurante. A ella la había amenazado para que se mantuviera callada, pero a Ana la había atacado sin motivo alguno, sólo porque era su amiga.


—Lo encontraremos, Ana.


—Eso espero.


Hablaron durante unos minutos más antes de que la enfermera diera por terminada la visitara. 


Y Paula se marchó apresurada, deseosa de contarle a Pedro lo que le había dicho su amiga. 


Se preguntó si el hombre de los zapatos marrones estaría huyendo en aquel preciso instante… Con la cicatriz de una mordedura de perro en una pierna.



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