jueves, 19 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 46




—Mami, mami, ¿a que no adivinas lo que ha pasado?


Paula abrazó a su hija, emocionada.


—Vamos a ver… —repuso, pensativa—. Has montado en elefante por la jungla.


—No, mami. He ayudado al señor Henry a recoger pepinos y calabazas, y me ha llevado a dar una vuelta en su tractor. ¡Íbamos tan altos!


—Parece que te has divertido.


—Desde luego. ¡Y Dolores y yo hemos hecho galletas!


—Ya las estoy oliendo —comentó Pedro, detectando el aroma a canela y a masa recién horneada que impregnaba la casa—. ¿Podemos probarlas?


—Claro que sí, ¿verdad, Dolores? —preguntó Kiara, volviendo a la cocina.


—Por supuesto, pequeña. Tan pronto como apartemos las que nos corresponden a las cocineras.


—Esas somos nosotras —exclamó alborozada.


Paula se relajó visiblemente por primera vez en aquel día. No era que no hubiese esperado encontrar a Kiara feliz, perfectamente cuidada en la granja de los Callahan. No la habría dejado allí si no hubiera estado convencida de ello. 


Pero en la situación en que se encontraba, casi no podía soportar perderla de vista. Y ahora que tenía alojado en su mente el cuerpo de una niña de cuatro años asesinada a tiros… Más todavía.


Se quedaron a merendar, y Henry les cargó la camioneta de verduras antes de que se marcharan.


—A Mattie no le va a gustar que le hayas recortado los beneficios —bromeó Pedro.


—No te creas. En realidad, si vende tanta verdura en la tienda es más que nada por mantener el negocio abierto y hablar con la gente. Podría hacer más dinero vendiéndosela a los tenderos de la región, pero entonces yo tendría que soportarla durante todo el día…


Paula pagó a Dolores sus servicios como niñera y volvió a darles las gracias mientras los tres subían a la camioneta.


—¿Sabías que hay una mina de oro en Dahlonega? —le comentó Kiara, varios minutos después—. Una mina de oro de verdad.


—Ya lo había oído —repuso Pedro—. ¿Qué os parece si vamos allá a buscar un poco de oro?


—Sí, hagámoslo, señor Pedro. Vayamos a buscar oro.


—¿Oro? —inquirió Paula.


—La mina lleva años cerrada. Explotarla cuesta hoy más de lo que vale el mineral en el mercado, pero algunas de las mayores fortunas del Este se hicieron aquí, en la región de Dahlonega.


—¿De modo que pretendes llevarte a mi hija a una mina abandonada? Ni pensarlo.


—Es una atracción turística. Su nuevo propietario abrió una pequeña parte de la mina para visitas y tiene una zona reservada para que los visitantes criben oro, como en los viejos tiempos.


Una antigua mina. Cribar oro. Era el tipo de atracción local a la que había esperado llevar a Kiara aquel verano, antes de que sus planes se evaporaran en humo. Pero ahora, con las amenazas…


—No estoy segura de que sea una buena idea, Pedro.


—No pasará nada, Paula. No te lo sugeriría si no estuviera absolutamente seguro. Y teóricamente, Kiara y tú estáis aquí de vacaciones.


—Sí, mami… ¡Estamos de vacaciones!


—De acuerdo —cedió, con una absoluta falta de entusiasmo.


Definitivamente, ese iba a ser un verano que nunca olvidaría. Si acaso vivía para contarlo.




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