jueves, 5 de marzo de 2020
ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 4
Nada más salir, vaciló. La camioneta y la motocicleta seguían aparcadas en la puerta. Pedro estaba inclinado sobre la moto, mientras que Henry lo miraba apoyado en la puerta de su vehículo.
Paula guardó las compras en el coche. Luego, tomando a Kiara de la mano, se acercó al mostrador de las verduras. Henry escogió aquel momento para acercarse.
—¿Van a quedarse aquí por un tiempo?
—Sí, en la cabaña de los Jackson.
—¿Ese lugar todavía se mantiene en pie?
—Eso espero.
—¿Ya había estado antes?
—No.
—Bueno, pues no espere encontrar gran cosa en esa cabaña…
—Descuide. Ya estoy advertida.
Pedro arrancó la moto en aquel instante, prácticamente ahogando en ruido su conversación. Henry se volvió y le hizo una seña para que la apagara.
—Deberías enseñarles a estas señoritas cómo se va a la cabaña Jackson, Pedro—le sugirió, acercándose a él—. Anda, asegúrate de que la encuentren antes de que se haga de noche.
Pedro se la quedó mirando sin decir nada.
—No es necesario —objetó Paula.
—Pero podría serlo —insistió Henry—. Supongo que no querrá perderse en esos bosques. Al menos con la niña.
Eso era cierto. Pero tampoco tenía muchas ganas de internarse en el bosque con aquel montañés huraño y solitario…
—Sígame —fue lo único que dijo Pedro.
Arrancó de nuevo su moto y se puso el casco.
—No estará preocupada por Pedro, ¿verdad? —le preguntó Henry a Paula, adivinándole el pensamiento.
—Un poco —admitió.
—Pues no tiene por qué. Es un solitario, pero eso no lo convierte en una mala persona. Le gusta vivir así. No hablará mucho, eso desde luego, pero se asegurará de que usted y la niña lleguen a su destino… Sanas y salvas.
Asintió con la cabeza, todavía inquieta, pero convencida de que no había motivo alguno para desconfiar de Henry. Ni de Pedro, por cierto.
Jamás había sido partidaria de juzgar a nadie por su apariencia. Recogió las bolsas de verduras y se dirigió a su furgoneta. Cuando terminó de abrocharle el cinturón de seguridad a Kiara, se volvió hacia la tienda.
Mattie y Henry estaban en el umbral y la saludaron con la mano, sonrientes, como dándole aún mayor seguridad de que no tenía motivo alguno para preocuparse…
Arrancó y volvió a la carretera, pendiente en todo momento de la luz trasera de la moto. Un par de kilómetros después se desvió a la derecha y lo siguió por una pista de tierra, sin señalizar. A partir de ese momento fue como internarse en una oscura bóveda de árboles que apenas dejaban pasar la luz.
Solamente estaban ella y Kiara, y aquel barbado montañés, dirigiéndose a una aislada cabaña al final de una estrecha y desierta carretera.
Agarrando con fuerza el volante, sintió una punzada de miedo. Pero aquello era Georgia. La rural y tranquila Georgia. Estaban a salvo.
Mientras se hacía de noche, se aferró a aquel pensamiento.
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