jueves, 5 de marzo de 2020
ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 5
Al cabo de quince minutos de sinuosa carretera rodeada de barrancos, llegaron al final: Un tronco derribado que alguien había puesto allí deliberadamente para impedir que algún conductor incauto se internara con su vehículo en el arroyo.
Pedro se salió de la pista y torció a la derecha, de manera que su faro quedara iluminando un sendero que se internaba en el bosque. Paula aparcó al lado y también dejó las luces encendidas. No había ninguna cabaña a la vista.
Ni pasarela tampoco.
Y estaban las dos solas con aquel extraño que seguía sin abrir la boca…
Sintió otra punzada de miedo y acarició por un instante la idea de meter la marcha atrás y alejarse a toda velocidad. En lugar de ello, sin embargo, dejó encendido el motor y bajó el cristal de la ventanilla.
—No veo la cabaña.
—Está oculta por los árboles. Pero la pasarela está a sólo unos metros, por ese sendero… O lo que queda de él. Le aconsejo que eche antes un vistazo antes de que empiece a descargar sus cosas.
—Buena idea.
Estaba impresionada… Aquel tipo había logrado pronunciar un par de frases completas. Aquello tenía que ser una buena señal. Además, al parecer sabía de lo que estaba hablando. Eso logró despejar sus miedos… Al menos lo suficiente para bajar de la furgoneta.
—¿Ya hemos llegado, mami?
—Estamos muy cerca.
Ayudó a Kiara a bajar mientras Pedro sacaba una linterna de una de las alforjas de su moto.
Paula también sacó su linterna de la guantera. La más pesada que tenía.
Si aquel tipo intentaba algo, le golpearía en la cabeza con ella y a continuación le soltaría una patada en la entrepierna. Un truco que había aprendido durante el primer año que estuvo viviendo en las calles.
—Si le parece bien, cargaré en brazos a la niña —le propuso Pedro—. Es muy inseguro andar por aquí cuando no se tiene costumbre.
Paula habría preferido cargar ella con Kiara, pero el sendero no sólo estaba lleno de raíces y de enredaderas, también de ramas y troncos derribados. Bastante tenía con procurar no caerse. De repente sintió algo corriendo bajo sus pies y dio un pequeño salto hacia delante, con tan mala suerte que tropezó con un saliente de roca. Para colmo, una rama le azotó la cara, todo en cuestión de segundos.
—¿Está bien?
—¡Oh, sí! Estupendamente.
Pedro continuó andando con Kiara cómodamente sentada sobre sus anchos hombros. Caminaba a buen paso, aunque cojeaba ostensiblemente de la pierna derecha.
—¡Qué divertido, mami! —exclamó la niña, riendo y agarrándose fuerte al cuello de Pedro—. Estamos viviendo una aventura.
—Y que lo digas —afirmó en el instante en que una zarza le arañó la pierna—. ¡Una aventura divertida de verdad!
Kiara soltó entonces una andanada de preguntas. Pedro le respondió algunas, lacónico. Paula pensó que probablemente no habría hablado tanto en meses. Por su parte, estaba absolutamente concentrada en ver dónde ponía los pies, evitando las rocas y las serpientes que se imaginaba reptando bajo la hierba.
—Aquí está.
Estaban ante la pasarela, o al menos lo que quedaba de ella. Básicamente unas cuantas tablas de madera amarradas juntas. Con rendijas entre ellas lo suficientemente anchas como para que cupiera una persona si daba un mal paso.
—¿Eso es seguro?
Pedro levantó a Kiara y la dejó en el suelo, al lado de Paula.
—Lo comprobaré —avanzó con cuidado por la pasarela y volvió lentamente, dando fuertes tirones a las barandillas de soga.
—Se puede cruzar.
Fue entonces cuando Paula descubrió la cabaña, a unos pocos metros del puente. Soltó un suspiro de alivio. Al menos existía, y aquel adusto montañés las había llevado hasta ella.
Encajaba perfectamente con la descripción que le había dado Ana. Rústica, rodeada de altos pinos, con un tejado que sobresalía del porche y un columpio de tabla.
—Una casa en el bosque, como en el cuento de los tres ositos —exclamó Kiara, deleitada, tirando a su madre de la mano.
—Tienes que agarrarte muy fuerte a mí cuando crucemos el puente —le advirtió Paula—. No te sueltes ni intentes correr, ¿entendido?
Pedro pasó con ellas. Una vez que llegaron al otro lado, Kiara soltó a su madre y lo tomó de la mano.
—¿Vas a quedarte con nosotras? —le preguntó.
—No —se apresuró a responder Paula por él—. El señor Pedro sólo nos ha acompañado para que encontremos la cabaña.
En uno de sus habituales despliegues de energía, Kiara echó a correr hacia el porche y se puso a empujar el columpio. Pedro se quedó a un lado mientras Paula abría la puerta. Estaba buscando el interruptor cuando una telaraña se le enredó en la cara. Al fin lo encontró.
—Esto parece Halloween —anunció Kiara, entrando y plantando la huella de su mano en la espesa capa de polvo que cubría una mesa.
Paula pensó que Halloween resultaba una expresión adecuada, sobretodo con la abundancia de telarañas y con el extraño insecto muerto que descansaba en mitad del suelo.
Soltó un gruñido de asco.
—No parece muy acogedora —comentó Pedro.
«El comentario brillante del día», se dijo Paula.
Apartó el insecto de una patada y examinó la habitación. Pasada la primera impresión, no tenía tan mal aspecto. Los suelos de madera de pino necesitaban un buen fregado. Había una chimenea de piedra flanqueada por dos mecedoras y un sofá tapizado, cubierto por un plástico protector. La pared del fondo estaba llena de estantes de obra, con antiguas fotografías, polvorientas cajas de juegos de mesa y gastados libros.
—Tiene su encanto —comentó Paula, decidida a sacarle el mejor partido a la situación—. Con una buena limpieza quedará estupenda.
—¿Está segura? En este parque tienen más cabañas para alquilar.
—Nosotras veníamos concretamente a ésta.
—Como quiera. Si piensa quedarse, será mejor que me ponga a descargar sus cosas.
Eso sí que la sorprendió. Había esperado que se largaría de inmediato, en el instante en que la oyera decirle que se quedaba. Y desde luego, iba a necesitar de su ayuda. Sobretodo a la hora de trasladar lo más pesado por aquel puente tan inestable.
—Tú quédate aquí —le dijo a su hija—. Siéntate en esa mecedora y no te muevas mientras el señor Pedro y yo traemos las cosas.
—Será mejor que lo haga yo solo —pronunció, saliendo de la cabaña.
Y echó a andar hacia la pasarela sin esperar su respuesta.
Paula soltó un suspiro. «Un hombre extraño… Pero servicial», pensó.
—¿Jugarás a las damas conmigo? —le preguntó Kiara, sacando una de las cajas de los estantes.
La tapa resbaló y las fichas cayeron al suelo, rodando en todas direcciones.
—Los juegos después. Ahora vamos a revisar el resto de la cabaña. Tenemos que encontrar tu dormitorio.
Si alguna dama había quedado en la caja, se cayó mientras Kiara intentaba volver a colocarla en su estante. Paula la ayudó a recogerlas, apresurándose para que Pedro no resbalara con alguna cuando entrara con su equipaje. Incluso los huraños montañeses de Georgia, podían contratar a un abogado para poner una demanda…
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario