jueves, 12 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 22




El juez Gustavo Arnold estaba sentado en un rincón de su club de Atlanta, llevándose un vaso de whisky escocés a los labios. Habitualmente no bebía licores fuertes tan temprano, pero ese día necesitaba hacerlo. Terminó la copa y pidió una segunda justo cuando Abigail entró en el salón.


—Perdón por el retraso —se sentó frente a él—. Había una emergencia en el hospital.


—Podías haber llamado.


—Más bien podía haber cancelado esta reunión. Porque creo que de todas formas, va a ser una pérdida de tiempo.


—Esa es tu opinión, no la mía.


—Te estás alterando por nada, Gustavo. Paula no va a decir nada… Porque no sabe nada.


—Estuvo allí, Abigail. Lo sabe.


—Ya te dije en aquel entonces que ella no comprendía lo que vio. Sólo tenía diez años.


Abigail dejó de hablar y sonrió en el instante en que se acercó el camarero.


—¿Qué le sirvo, señora Harrington?


—Un martini con vodka. Muy seco. Con dos aceitunas.


Gustavo removió su copa, haciendo sonar los hielos. No volvió a decir nada hasta que el camarero se hubo alejado.


—Hoy me he enterado de que es posible que el FBI se implique en esto. Si eso ocurre, la situación cambiará sensiblemente.


—No veo por qué.


—Me interrogarán.


—Entonces te sugiero que practiques tu versión de los hechos.


—No tengo ninguna versión.


—Claro que sí —Abigail se inclinó sobre la mesa y le puso una mano sobre la suya—. Te quedaste consternado por el descubrimiento. Tus contactos con la plantilla siempre fueron buenos, y los niños de la residencia estaban bien cuidados.


—Haces que todo parezca tan sencillo… Para ti siempre lo es.


—Porque nunca dejo nada al azar. Todo está controlado.


—Eso espero, Abigail. Lo espero de todo corazón. Porque si yo caigo, tú caerás conmigo. De eso puedes estar segura.


De repente entró un grupo de socios procedente del campo de golf, y ocupó una mesa no muy lejos de la suya. Abigail cambió bruscamente de tema, iniciando un monólogo sobre una galería de arte que acababa de abrir en la ciudad.


Una vez que el camarero volvió con su copa, bebió un par de tragos y se dispuso a levantarse. Le explicó a Gustavo que debía volver al hospital y le aseguró de nuevo que todo estaba controlado.


«Para ti sí, al menos», pronunció Gustavo para sus adentros mientras la veía alejarse. La hermosa, rica, confiada Abigail. Siempre se había salido con la suya y había conseguido lo que quería. Al principio había pensado que eso lo incluía a él. ¡Qué ingenuo había sido!


Pero esa vez no iba a pecar de ingenuo. Esa vez sería diferente.




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