miércoles, 11 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 20





Bob Eggars consultó su agenda diaria mientras llamaba a su compañero de la oficina de Georgia. No era un favor nada difícil. Que la Agencia estuviera a cargo o no de la investigación era prácticamente una información de acceso público.


Lo que sí que tenía importancia, era una llamada de Pedro Alfonso, uno de los mejores agentes que había trabajado para él. Un tipo dotado de un talento natural para evaluar una situación de un solo vistazo. Casi como si pudiera olfatear el peligro…


Y Bob había tenido ese talento natural a su servicio, en su empresa de seguridad privada, después de que Pedro dejara la Agencia. Hasta que una mujer trastornó tan completamente su vida, que tuvo que refugiarse en una cueva a lamer sus heridas, olvidándose de volver a salir nunca más.


Lo cual le hizo preguntarse por la razón de aquella inesperada reaparición. Si había una mujer detrás de aquello… Sólo esperaba que no se pareciera en nada a María Hernández.



****

Paula pasó la mañana con Kiara. Fueron en la furgoneta hasta el Parque Natural de las cascadas de Amicolola y siguieron una de las rutas fáciles a pie. El día era perfecto para caminar. Comieron temprano en el restaurante del albergue, y de regreso a la cabaña, pararon en la tienda de Mattie para comprar un helado.


Pero su inquietud no había desaparecido. No compartía la sospecha de Sergio, acerca de que las amenazas habían partido de un estudiante. Y si la llamada de la noche anterior no había sido una broma, entonces una aislada cabaña en las montañas no era precisamente el mejor lugar para quedarse. Sólo que pocas personas sabían que estaba allí. Por otro lado, sin embargo, el FBI la había encontrado.


Si es que realmente aquellos dos tipos eran del FBI.


Sacó la última colcha de punto de la lavadora y fue a colgarla en el tendedero que había improvisado entre dos árboles. La cabaña estaba medrando rápidamente de aspecto. Sería una pena tener que dejarla después de todo el trabajo que le había dedicado. Incluso contaban con una pasarela nueva. Y con un vecino de fiero aspecto que había intimidado a los presuntos dos agentes del FBI que habían abusado de su hospitalidad. Si Pedro hubiera alzado en aquel momento su hoz, el tal Roberto probablemente habría saltado por una ventana…


Por primera vez en aquel día, se echó a reír al imaginarse la escena. De hecho, ahora que pensaba en ello, quizá fuera la primera vez en muchas semanas que se reía en voz alta de otra cosa que no fueran las travesuras de Kiara. 


Era extraño sentirse tan… Conectada con un ermitaño de barba que le había dado un susto de muerte apenas veinticuatro horas antes…


Acababa de colocar la última pinza cuando tuvo la inequívoca sensación de que alguien la estaba observando. Se giró en redondo para descubrir a Pedro cruzando la pasarela. Su cojera resultaba más evidente que la primera vez que lo vio. Esa vez no llevaba una hoz, sino una jarra de varios litros. Y definitivamente la estaba mirando.


—Parece que estás de buen humor… —le comentó, caminando hacia ella.


—Lo intentó al menos —se secó las manos húmedas en sus pantalones cortos—. Me sorprende volver a verte tan pronto.


—Te he traído un poco de sidra de manzana. De la cosecha del año pasado.


—Gracias. Seguro que me encantará.


Pero no le entregó la jarra, sino que se quedó muy quieto frente a ella, frunciendo los labios.


—La sidra no es la única razón de mi visita.


Por su tono, Paula se temía lo peor.


—Venga, dispara.


—Hoy estuve hablando con un amigo mío sobre los hombres que vinieron a interrogarte ayer.


Maldijo para sus adentros. Pensó que probablemente se lo habría mencionado a Mattie. La mujer era un encanto, pero también muy charlatana.


—Preferiría que no hablaras de este asunto del FBI con nadie, Pedro.


—El FBI no tiene nada que ver en ello.


—Ya sé lo que piensas, pero…


—El FBI no está involucrado en la investigación de Meyers Bickham, al menos por el momento. No es una opinión mía, Paula. Es un hecho. Lo he confirmado. Si no me crees a mí, llama a la oficina del FBI de Georgia. Pregúntales si han enviado a alguien a interrogarte.


Paula se dispuso a discutir, hasta que comprendió que era inútil. Cerró los puños, presa de un irresistible ataque de frustración y de temor.


Pedro le puso las manos sobre los hombros. Fue un movimiento titubeante, tentativo. Paula casi se alegró de ello, porque al menor gesto de estímulo por su parte, se habría lanzado a sus brazos. Y eso seguramente, lo habría ahuyentado.


—¿Quieres que entremos y hablemos de ello?


—Me gustaría hablarlo contigo, pero no dentro. Kiara está en el salón, jugando con sus muñecas. No quiero que nos oiga.


—Entonces sentémonos en el porche. Te serviré un vaso de sidra.


—¿Por qué, Pedro?


—Porque hace demasiado calor aquí fuera y porque supongo que tendrás sed.


—No me refiero a eso. ¿Por qué te estás involucrando tanto en mis problemas? No… No es propio de un ermitaño.


—Soy un fanático del pastel de carne.


Pedro escuchó atentamente el relato de la extraña llamada telefónica de la noche anterior y la posterior conversación que mantuvo con el padre de Kiara. Pensó que aquel tipo debía de estar un poco loco para haberse separado de esa manera de Paula y de su hija.


—Es tan frustrante… —continuó ella—. Yo no sé nada, y aun así parece que alguien está convencido de que sí.


—¿Sueles pensar con frecuencia en el tiempo que pasaste en el orfanato?


—He pasado la mayor parte de mi vida adulta, intentando no pensar en ello —le dio la espalda, tensa—. Tú también crees que es posible que yo sepa algo, ¿verdad?


—No creo que eso importe demasiado por el momento. El hecho de que alguien así lo crea no sólo te involucra en la investigación, sino que además te pone en peligro.


Paula soltó un profundo suspiro.


—Esperaba terminar con este asunto de una vez, pero supongo que si esos tipos que me visitaron ayer no eran del FBI, entonces tengo que avisar a la policía. Y luego regresar a Columbus. Kiara estará más a salvo allí.


—No, necesariamente.


—Bueno, no puedo quedarme aquí, en una aislada cabaña de las montañas…


—Hay otra opción…


Sabía que el simple hecho de concebir aquella idea era una locura. Y expresarla lo era aún más.


De repente se abrió la puerta y apareció Kiara.


—Hola, señor Pedro.


—Hola, Kiara.


—¿Quiere que le ayude hoy con el martillo?


—No, hoy no. Ya todo está arreglado.


—El señor Pedro y yo estamos hablando de algo muy importante, Kiara. Anda, sigue jugando con tus muñecas, que dentro de un rato entraré a prepararte un bocadillo.


—¿De queso?


—Si eso es lo que te apetece…


—Me apetece. Y también un vaso de leche. ¿A usted también le apetece un bocadillo, señor Pedro?


—Sí, claro.


Pedro pudo oír cantar alegremente a Kiara mientras volvía a jugar con sus muñecas. Un ser completamente inocente, al igual que lo había sido la hija de María. Al final, sin embargo, eso no había significado ninguna diferencia. Se le hizo un nudo en la garganta, consciente de que no tenía ninguna posibilidad contra ese tipo de presión. Así que abrió la boca y se obligó a pronunciar las palabras fatídicas:
—Podéis venir las dos a mi casa, Paula. Yo me encargaré de protegeros.





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