miércoles, 11 de marzo de 2020
ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 19
Pedro caminaba entre los manzanos, más allá de los robles, buscando las señales de alguna plaga. Un trabajo de rutina que por desgracia, no conseguía aplacar su inquietud.
La noche anterior se había quedado dormido, pensando en la mujer que apenas había abandonado sus pensamientos durante los últimos tres años y medio: María. En aquel entonces, solía embriagarse sólo de pronunciar su nombre.
Evocó su larga melena negra deslizándose como seda entre sus dedos. Sus estrechas caderas que se contoneaban seductoramente al andar. La hipnótica sensación de sus dedos acariciando su cuerpo. Sus manos sobre su piel, con aquella sutil delicadeza…
Pero cuando se había despertado en medio de la noche… Había sido el rostro de Paula el que había aparecido en la pantalla de su mente.
No había nada sutil en Paula. Sus emociones afloraban instantáneamente a su rostro. El miedo, la hostilidad, el placer, cualquier cosa que sintiera. Sus ojos y su lenguaje corporal expresaban hasta la última variación.
Cortó un par de manzanas de una rama baja, dejando espacio para que otras crecieran con mayor libertad. Las guardó en el cesto de lona que llevaba a la cintura, y ahuyentó con cuidado a una abeja que estaba rondando su mano. Las abejas eran sus mejores agentes polinizadores, y no quería matar a ninguna.
Siguió caminando con sus pesadas botas hundiéndose en la tierra blanda, intentando concentrarse en las manzanas… Y fracasando miserablemente. Nunca debió haberse prestado a acompañar a Paula y a Kiara a la cabaña. Y definitivamente, tampoco debió haber aceptado su invitación a cenar.
En ese caso, jamás se habría enterado de la visita de aquellos dos tipos. Ni habría relacionado a Paula con la investigación acerca de lo ocurrido en aquel antiguo orfanato. Pero todo eso había sucedido. Y ya no había manera de echarse atrás.
Renunciando a la pretensión de que aquel era un día tan normal como cualquier otro, volvió a su casa y preparó la moto. Había un teléfono de monedas en el local de Mattie. Una conexión directa con la vida que había dejado atrás.
—¡Pedro Alfonso! Esto sí que es una verdadera sorpresa…
Bob Eggars parecía el mismo de siempre.
Pero eso era de esperar. Era Pedro el que había cambiado.
—¿Qué tal el negocio?
—Más ocupado que nunca. ¿Estás listo para volver al trabajo?
—No —incluso aunque lo estuviera, dudaba que quisieran contratar a un agente tullido—. Sólo quería pedirte una pequeña información.
—Supongo que no estamos hablando de manzanas.
—No.
—¿Qué es lo que quieres saber?
—Si el FBI está o no implicado en la investigación sobre el orfanato Meyers Bickham.
—¡Ah, ya! Lo de los cadáveres enterrados en el sótano ha llegado hasta tu nido en las montañas, ¿eh?
—Podría decirse que sí.
—¿Piensas dedicarte a ello o es simple curiosidad?
—Simple curiosidad.
—Bien. Es un comienzo. Lo averiguaré y te lo diré. ¿Tienes ya teléfono?
—No, pero puedo volver a llamarte yo.
—De acuerdo. Dame una hora.
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