miércoles, 4 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 1




Carlos Moffitt se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo, y volvió a guardárselo empapado, en el bolsillo trasero del pantalón. Demoler un edificio era un trabajo duro en cualquier época del año, pero resultaba criminal con el calor veraniego de Georgia. Por supuesto, a finales de Mayo todavía estaban en primavera, pero nadie lo habría dicho por las temperaturas. Todavía no eran las doce de la mañana y ya hacía más de treinta grados. Y eso que se hallaban en las montañas, cerca de Tennessee.


—Yo ya he cumplido con la excavadora —le dijo Gus—. Supongo que el resto tendrá que ser con pico y pala.


—No veo por qué. El terreno ya está nivelado. No queda nada más que el sótano. El tipo puede llenarlo de escombros y listo. ¿Qué importa que queden unos cuantos ladrillos debajo?


—El jefe dijo que el nuevo propietario no quería que quedara resto alguno del antiguo edificio en el solar. Dice que es una abominación…


—¡Pero si era una iglesia, por el amor de Dios! Y un orfanato después. No entiendo cómo un tipo con un mínimo de corazón puede llamarlo así.


—En cualquier caso, quien paga es él.


—A mí me da igual. Si no estuviera sudando aquí, estaría sudando en cualquier otra parte —Carlos volvió con el resto de la cuadrilla, si acaso merecía ese nombre. Un par de compañeros de instituto trabajando para ganarse algún dinero y Javier, un joven con más músculos que cerebro—. Vosotros, chicos, id a buscar los picos a la camioneta. Javier, tú tráete el martillo neumático y enchúfalo al generador. Vamos a tirar abajo los muros del sótano.


Los chicos del instituto se encogieron de hombros, tomándose todo el tiempo del mundo. Javier se encaminó sonriente hacia el martillo neumático, su herramienta preferida.


Carlos se acercó a la camioneta, sacó una lata de soda de la nevera portátil y se la bebió de golpe. Estaba a punto de volver al sótano, cuando oyó la retahíla de maldiciones que estaba soltando Javier.


—¿Tienes algún problema? —le preguntó, asomándose al agujero rodeado de escombros y tierra.


—Podría decirse que sí. He encontrado un cráneo.


Lo levantó para que todo el mundo lo viera.


—Parece muy pequeño —comentó Gus, saltando dentro del agujero—. Tiene que ser de un bebé.


Javier se agachó para examinar el lugar exacto donde lo había extraído. Esa vez sacó un hueso que parecía pertenecer a la espina dorsal. De repente, uno de los chicos del instituto golpeó con su pico un ladrillo suelto y todo un muro empezó a caer. Carlos se apartó justo a tiempo de que un segundo cráneo rodara por el suelo, a sus pies.


—No pienso cavar en un cementerio —dijo Javier, retrocediendo—. Es un sacrilegio.


—Aquí no había ningún cementerio —declaró Gus—. Sólo una iglesia y un orfanato. Se supone que aquí no tenía por qué haber ningún cadáver. Creo que será mejor que llame al sheriff.


Carlos se apartó del cráneo. Sentía una extraña inquietud. Y también estaba algo asustado, pese a que eso era algo que no le ocurría con facilidad…


—Chicos, salid ahora mismo de ahí y dejadlo todo donde estaba —les ordenó Gus, mientras marcaba un número en su móvil.


Ninguno de ellos esperó a que se lo dijeran dos veces. Lo curioso fue que ya no les pareció que hacía tanto calor. De hecho, Carlos se había quedado estremecido. Helado hasta los huesos.





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