sábado, 15 de febrero de 2020
TE ODIO: CAPITULO 38
—Embarazada.
Paula susurró esa palabra, incrédula, las manos temblorosas sobre el volante del Mini mientras salía de palacio. Había querido confiar en Pedro y casi se había convencido a sí misma de que podía hacerlo.
Pero él le había mentido.
¿O no? Paula intentó recordar… él nunca había dicho que se hubiera hecho una vasectomía. Sólo había dicho que nunca se encontraría embarazada y sola.
Eso, de repente, tenía un significado muy distinto.
«Estoy planeando seducirte, dejarte embarazada y casarme contigo».
No le había mentido. Le había contado la verdad desde el principio.
Pero ella no había querido darse cuenta.
¿Podría casarse con él?, se preguntó. Lo amaba y estaba esperando un hijo suyo.
¿Podía confiar en que cumpliera con sus obligaciones como príncipe consorte?
¿Podía confiar en que le fuera fiel?
Sin dejar de hacerse preguntas llegó a la villa, pero no encontró a Pedro en su estudio.
—Creo que está en sus habitaciones, Alteza —le dijo una de las criadas.
—Grazie.
Quizá estaba echándose una siesta, pensó. Y sería lógico porque apenas habían dormido por la noche. Apenas habían dormido una sola noche desde que estaban juntos. Paula sonrió, pensando en darle la noticia como había soñado hacerlo diez años antes…
—No te preocupes, no volverá hasta mañana.
Era la voz de Pedro. Paula se detuvo abruptamente en la puerta.
—¿Estás seguro? —oyó la voz de Valentina, su secretaria.
—Pues claro que sí —contestó él, impaciente—. Paula no lo sabrá nunca. Y aunque lo supiera, a ella le gusta compartir. Así que ven aquí. Esto es lo que quieres, ¿no? Estoy cansado de oírte suplicar. ¿Quieres que espere fuera mientras te quitas la ropa?
—No —suspiró la mujer—. No hace falta.
Paula no quiso oír una palabra más. Con el corazón en la garganta, empujó la puerta y entró en la habitación. La secretaria estaba frente al vestidor, con unos zapatos de tacón y un sujetador que empujaba sus enormes pechos casi hasta su barbilla.
Pedro estaba sentado frente a la ventana, con el ordenador sobre las piernas. Sin duda esperando que Valentina se desnudase para «entretenerlo».
—Paula —dijo él, sorprendido—. Llegas temprano. —Pedro se aclaró la garganta—. Espero que no te importe, pero Valentina…
—Oh, no me importa —se oyó decir a sí misma con una voz que no parecía suya—. ¿Cómo has podido? ¿Cómo has podido hacerme esto?
—No —dijo Pedro entonces—. No, Paula, espera…
Pero ella no podía esperar. Sollozando, se dio la vuelta y corrió escaleras abajo.
Cuando entró en el coche, el águila de piedra de la entrada parecía reírse de ella. Sólo en aquel momento se daba cuenta de su error.
Ella era el dragón muerto que sostenía bajo sus garras, como había imaginado el primer día.
—¡Paula! —oyó la voz de Pedro.
Pero no esperó. No podía esperar. Pisó el acelerador y salió de la villa.
Se casaría con Mariano. Cumpliría con su deber.
Y no quería volver a ver a Pedro Alfonso en toda su vida.
Poco después se detenía frente a la villa de los Von Trondhem con la intención de hablar con Mariano.
Pero no podía… no podía casarse con otro hombre. A pesar de lo que Pedro le había hecho, no podía traicionarlo como él la había traicionado.
Sollozando, Paula se inclinó sobre el volante y lloró hasta que no le quedaron lágrimas.
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