viernes, 14 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 34





Paula no era la única que pronto se encontró viviendo peligrosamente.


Durante las semanas siguientes, Pedro se encontró haciendo algo que había jurado no hacer nunca más en toda su vida: pensar en Paula a todas horas.


Empezaba a gustarle demasiado estar con ella.


Empezaba a añorarla cuando tenía que irse a palacio.


Y más…


Disfrutaba enseñándola a conducir una moto. 


Ella seguía sus instrucciones al pie de la letra, gritando de alegría cuando por fin pudo montar sola. Y eso le produjo una alegría absurda, exagerada.


La había llevado a cenar a París, pero con guardaespaldas y fotógrafos siguiéndolos por todas partes, prácticamente tuvieron que sentarse en la punta de la torre Eiffel para ver el atardecer sobre la ciudad.


Por fin, el día del cumpleaños de Paula, Pedro estaba tan harto del asalto de los medios que prácticamente la secuestró en su yate para llevarla a mar abierto.


Cenaron en cubierta y le regaló un zafiro de Bulgari y esmeraldas de Van Cleef & Arpels. Con fuegos artificiales estallando en el cielo, hicieron el amor hasta el amanecer. Había sido perfecto.


Hasta que las fotografías tomadas desde un helicóptero aparecieron en una revista británica al día siguiente. Atracar en mar abierto no había servido de nada. ¿Cómo iba a seducirla para que aceptase casarse con él si nunca podían estar solos?


Pero Paula aceptaría su proposición, estaba seguro. En sus brazos cada día, en su cama cada noche, pronto se daría cuenta de que no podía decir que no. No tenía más remedio que convertirse en su esposa.


Mientras tanto, no había razón para retrasar su plan de dejarla embarazada.


Pasaban gran parte del tiempo en la cama. 


Afortunadamente porque no podían salir de la villa sin ser perseguidos por los fotógrafos. Pedro casi se sentía como un prisionero en su propia casa.


Aun así, merecía la pena.


Paula, por otro lado, llevaba el asunto de los fotógrafos de manera impecable.


Y la admiraba por ello. Nunca se quejaba, nunca tenía un mal gesto. A pesar de la molestia los saludaba a todos con una sonrisa en los labios.


Pedro estaba seguro de que ese constante interés no podía durar. Su relación era noticia, claro. El famoso magnate norteamericano robando a la virginal princesa cuando estaba a punto de anunciar su compromiso con otro hombre parecía ser algo que interesaba a mucha gente, pero se decía a sí mismo que pronto pasaría.


Sin embargo, no fue así, al contrario. Dos semanas antes un periódico alemán había descubierto que el príncipe Mariano von Trondhem era su hermanastro y la noticia había caído como una bomba. Los reporteros acampaban a la puerta de la villa, desesperados por conseguir una foto, gritando preguntas cuando pasaban por delante en la limusina…


—Alteza, ¿por qué ha elegido a Alfonso en lugar de al príncipe Mariano?


—¿Ha sido amor a primera vista?


—¿Tiene intención de casarse con él?


La última pregunta era una que Pedro querría contestar, preferiblemente mientras estrangulaba al irritante reportero. «Sí», le habría gustado gritar. «Vamos a casarnos y dejadnos en paz de una vez».


Pero durante aquellos asaltos, Paula era la gracia y la elegancia personificadas. Un día incluso pidió a la cocina que sacaran limonada y sándwiches para los reporteros.


—¿Por qué? —demandó Pedro—. Déjalos que se mueran de sed.


—¿De verdad quieres que escriban sobre nosotros cuando están de mal humor? No podemos controlar lo que escriben, pero sí podemos influir en su opinión.


Por supuesto, al día siguiente todos publicaron que la amable princesa Paula se acordaba de los pobres fotógrafos mientras vivía en pecado con un avaricioso millonario italoamericano.


—¿Lo ves? —sonrió ella.


Sí, lo veía. Lidiar con los medios de comunicación era tanto como una negociación o un acuerdo comercial. Sólo que ellos, en lugar de intentar comprar una empresa, estaban intentando ganar puntos de cara al público.




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