lunes, 24 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 23





Cobarde, cobarde, cobarde.


Pedro se maldecía a sí mismo una y otra vez en su inmaculada, lujosa y solitaria casa.


¿En qué maldita clase de encrucijada se hallaba metido? Entre la chica a la que él había prometido proteger y la carrera que era toda la razón de su vida.


Pedro abrió la puerta de su frigorífico de acero inoxidable y sacó una cerveza con los ojos llorosos. No había estado trabajando tan duramente durante seis años para arrojarlo todo por la borda. No descansaría hasta darle a su padre su merecido. Le odiaba. Había recibido más amor y comprensión de los Chaves de los que había tenido nunca de sus padres verdaderos.


La única cosa útil que había hecho su padre por él había sido burlarse de sus aficiones, llamándole vago. Eso había hecho saltar la chispa de un apasionado deseo de éxito que había incendiado y consumido rápidamente todo el material combustible que había ido encontrando a su paso. Para demostrar a Mariano Alfonso lo que de verdad era el éxito.


Tenía un trabajo que hacer. Y su compromiso de ese día era echar un poco de leña a los pies de Paula y de Brian, para encender la llama de la ilusión que deseaba la cadena televisiva.


Se apartó de la mesa de la cocina, bebiéndose la cerveza mientras paseaba arriba y abajo.


Paula había invadido su vida.


Se había acercado sigilosamente a él y se había adueñado de su vida. El nivel de crueldad que acababa de mostrar con ella había sido directamente proporcional al grado de dominio que ella ejercía sobre él. Se había comportado de forma brutal. Intencionadamente. Corroyendo los últimos lazos de amistad para poder sentirse libre de manejar esa situación sin trabas.


Y ahora ella le odiaba. Era un odio que había visto escrito en su rostro cuando le había puesto en aquella encrucijada. Ella le había servido en bandeja de plata la oportunidad de distanciarse. 


Y él la había aprovechado para romperle el corazón.





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