lunes, 24 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 21





—¿Quieres que vayamos juntos a casa?


Paula se dejó llevar por Pedro, al salir ambos del bar. Él la llevaba con la mano puesta en su espalda, abriéndose paso entre la gente y el personal de la cadena que seguía celebrando el éxito. Nada más salir a la calle, Paula sintió el aire tibio de la noche acariciándole la piel. Pedro miraba a su alrededor en busca de un taxi.


—¿Qué te parece el ferry? —le preguntó Paula, haciendo señas al taxi que se disponía ya a parar junto a ellos para que siguiera—. Podríamos dar un paseo.


Pedro puso rumbo hacia el muelle.


—¿Va todo bien, Paula?


—Estaba pensando que podría conducir un tanque por la calle principal de Flynn's Beach a esta hora de la noche y no encontraría un alma.


Pedro hizo una mueca con la boca ante tales recuerdos.


—Son dos mundos muy diferentes.


Salieron a George Street y luego giraron hacia el puente del puerto, el célebre Sidney Harbour Bridge, que se recortaba esplendoroso bajo el cielo nocturno. Caminaron entre la multitud hacia el muelle Circular Quay, donde una flota de grandes ferries de color verde iban y venían con la misma frecuencia con que lo hacían las olas del mar, llevando a sus pasajeros río arriba a través del puerto.


—Me llevó un tiempo acostumbrarme al ritmo de Sidney.


—No me hago aún a la idea de que tengo que estar aquí seis meses y tú llevas ya seis años.


—Acabarás acostumbrándote. Acaba metiéndosete en la sangre:


—Pensaba que habrías comprado alguna casa en la playa. Para tener más cerca el surf.


La mirada de Pedro se clavó en el famoso puente.


—Necesitaba romper definitivamente con el surf. Sabía que no era algo que pudiera hacer sin más de un día para otro. Pero hubiera sido superior a mis fuerzas ver a otros practicándolo desde mi propia ventana.


Cruzaron al muelle donde estaba atracado el ferry Neutral Bay a la espera de los pasajeros. Subieron y fueron a la plataforma superior, donde se sentaron junto a una ventanilla abierta.


—¿Te sientes bien? —le preguntó él.


—Sólo estoy un poco cansada del paseo.


—No me extraña. En Sidney nadie pasea.


—¿Por qué viniste aquí? —le preguntó ella.


—Aquí era donde estaba el trabajo.


—Allí también había trabajo.


Pedro fijó la mirada en las luces de la ciudad que poco a poco se iban desvaneciendo a sus espaldas.


—En Flynn's Beach no encontraba lo que andaba buscando, lo que yo quería ser.



—Alguien distinto. Necesitaba reinventarme a mí mismo.


—¿Qué tenía de malo el que eras antes?


—Nada. De hecho, él sigue aquí, en alguna parte. Pero para hacer lo que él quería, lo que él aún desea, necesitaba un lienzo en blanco. Necesitaba el anonimato.


—Y lo conseguiste, sin duda. ¿No te preguntaste lo que el viejo Pedro podría haber hecho aquí?


—No era más que un chiquillo, Paula. Pedro, el rey de las olas de la pequeña ciudad. ¿Cómo iban a tomar en serio a ese muchacho en una ciudad como Sidney?


—¿Así que decidiste acabar con él, igual que con el surf?


Él apretó la mandíbula.


—No tenía nada, no conocía a nadie que me ayudase a enfocar mi vida —dijo él, mirando las centelleantes luces del otro extremo de la orilla y su casa—. No tendría nada de todo esto si no me hubiera arriesgado.


—Eso no quiere decir que no hubieras tenido nada, simplemente habrías tenido otras cosas diferentes. ¿Por qué querías esto en particular?


—Por la misma razón que tú. Para ser mejor. Para ser el primero. Tú creas jardines. Yo creo programas de televisión.


—Yo diseño paisajes porque quiero ayudar a cambiar la actitud de la gente frente a la naturaleza. ¿Por qué quieres tú crear programas de televisión y no otra cosa?


—Porque quiero ser… —Pedro bajó los ojos y la voz—. Porque el triunfo es muy importante para mí.


—Eso lo entiendo. Pero ¿por qué ese esfuerzo tan titánico? ¿Por qué quemarte en ello?


—Porque quiero ser mejor que él —replicó Pedro, mirándola fijamente.


Una pequeña luz se iluminó en la mente de Paula. Su padre, Mariano Alfonso, poseía una pequeña cadena de garajes en la Costa Sur. Era uno de los empresarios más importantes de Flynn's Beach.


—Creo que sobra decir que has eclipsado su éxito. Eres diez veces más importante que él —dijo ella con el ceño fruncido.


—Eclipsarlo no es suficiente. Necesito su aniquilación total.


Paula se había preguntado siempre qué le habría llevado a Pedro a alejarse de su padre. 


Sus padres nunca le habían hablado de ello. 


Paula había recabado alguna información entre los chismes de la ciudad. Una madre hippy que le abandonó cuando apenas sabía andar, y una relación difícil con su padre desde entonces, pero nada que justificase la crudeza de aquella respuesta.


—¿Qué te hizo? —susurró ella.


—No puedo hablar de este asunto contigo, Paula —replicó él con gesto severo y casi sin mirarla.


Paula se lo pensó dos veces, y decidió ser paciente, no quería reaccionar de forma que pudiera herirle.


—¿Has hablado de esto alguna vez con alguien?


—Con tu padre. Él me ayudó á… moderar… mis sentimientos.


—Eso explica muchas cosas. Los dos estabais muy unidos.


Pedro asintió con la cabeza.


—¿Echas de menos a mi padre? —le preguntó ella.


—Sí, claro. Traté de mantener la relación con él, pero resultó… muy difícil.


Ella recordó lo preocupado que había estado su padre tras la marcha de Pedro a Sidney. Tras haber perdido todo contacto con él. El dolor que había sentido, y que había intentado disimular ante la aún afligida Paula.


—Resultaba muy difícil levantar el teléfono, ¿verdad?


—Tú eras sólo una niña, Paula. No lo entenderías.


—¿Qué? —replicó ella mirándole con los ojos encendidos—. ¿Qué es lo que no habría de entender?


Pedro pareció elegir cuidadosamente sus palabras.


—No todo el mundo consigue tener una infancia de cuento de hadas.


—¿Un cuento de hadas, dices? Yo vi morir a mi madre de cáncer cuando sólo tenía ocho años.


—Lo sé, pero tenías aún a tu padre y a Sebastian. Yo no tenía a nadie.


—Tú fuiste el que tomaste la decisión de marcharte. Nadie te obligó —le señaló ella.


Pedro ardía en deseos de decir más cosas, pero volvió la vista y se puso a mirar las profundidades marinas que parecían pasar a su lado a gran velocidad. Los dos se sumergieron en sus pensamientos en un recíproco silencio.




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