lunes, 24 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 22





Al aproximarse al muelle de Neutral Bay, Pedro se puso de pie y le ofreció la mano a Paula. Ella la aceptó con indecisión. Justo en el momento de incorporarse, el ferry estableció contacto con la hilera de neumáticos colgados a tal efecto en la pared del malecón, y Paula se tambaleó. Pedro la sujetó con fuerza, pasándole un brazo alrededor de la cintura para evitar que se cayera. Paula sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.


Cruzaron el muelle y salieron a la tranquilidad nocturna de las calles de Neutral Bay.


Pedro se colgó la chaqueta de un hombro y se metió la otra mano en el bolsillo del pantalón.


Pedro… —comenzó a decir ella, arriesgándose a mirarle—. Sobre lo de la otra noche…


Pero la actitud pasiva de él fue apagando paulatinamente sus palabras, convencida de que no la estaba escuchando. Sus ojos permanecían obstinadamente fijos en la calle por la que caminaban.


—¿No vamos nunca a discutir sobre ello?


Tras unos tensos segundos, Pedro sacó la mano del bolsillo del pantalón y se la pasó por el pelo.


—No debería haber sucedido. Fue inapropiado por muchas razones.


—¿Por qué eres mi jefe?


—Y un amigo de tu hermano. Y de tu padre. Y porque soy prácticamente hermano tuyo.


¿Cuánto tiempo iba a estar ocultándose detrás de eso?


—¿Crees que ellos no lo aprobarían?


—Yo no lo apruebo, Paula. Una relación entre nosotros no sería una buena idea.


—Entonces, ¿por qué lo hicimos? —dijo ella—. Tú fuiste el que empezaste, Pedro —añadió ella, irritada al ver que él se encogía de hombros por toda respuesta.


—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? —susurró él—. Podrías seguir llevando trenzas y brazaletes.


—Tú no eres un viejo, y yo tengo veinticinco años. Todos crecemos —dijo ella con mucha decisión.


—Físicamente, quizá…


—Y emocionalmente también. No me parezco en nada a la niña de entonces. Yo puedo, sin ninguna dificultad, separar al Pedro muchacho del Pedro hombre, ¿por qué no puedes tú separar a la niña que era entonces de la mujer que soy ahora?


—Tú tenías una ventaja, Paula. Yo era ya un hombre y tú fuiste siempre una niña.


La vieja herida volvió a abrirse.


—Estás pasando por alto un punto muy importante, Pedro. Tú viniste a mí. Tú me besaste. Nadie te puso una pistola en la sien.


—¿Quieres que lo diga, Paula? Bien. Has crecido. Tienes un cuerpo fantástico y sabes cómo usarlo. Estuviste usándolo conmigo esa noche, a la luz de la luna, y sólo por un instante pensé, demonios, ¿por qué no?


Paula tomó aliento para protestar a continuación, pero él le quitó las intenciones.


—Querida, nunca tuve la pretensión de ser un santo. Me dejé llevar por el momento, igual que te pasó a ti. Gracias a Dios, tu padre llamó en el instante oportuno, de otro modo ahora estaríamos teniendo una conversación muy distinta.


Paula sintió que le temblaban las manos de indignación. Decidió ocultarlas detrás de la espalda.


—Yo no me dejé llevar…


—¿Quieres decir que lo planeaste?


—¡No!


—Luego te dejaste llevar —dijo él acercándose más a ella—. Deja a un lado pues tu justa indignación, Paula. Los dos sentíamos la curiosidad de probar algo nuevo. Fin de la historia.


De pronto, aquello que habían compartido sonaba tan… sucio. Le miró en silencio con los ojos encendidos, dispuesta a no derramar una sola lágrima. No quería darle esa satisfacción.


—¿O estabas esperando una segunda oportunidad? —le dijo él desafiante a unos metros de distancia.


Paula se giró para mirarlo.


—¡Debes de estar de broma!


—¿No era eso lo que pretendías antes con tus palabras?


—¡No! —replicó ella furiosa.


—Entonces, ¿dónde está el problema? Ibas a decirme que no volvería a pasar otra vez. Yo, por mi parte, no quiero que suceda de nuevo. Creo que sobre este punto estamos en sintonía.


Paula se volvió con amenazante decisión y se fue derecha hacia él, y tan rápida que él, vacilante, dio un paso atrás cuando ella le empujó muy airada en el pecho con la mano.


—¿Qué te pasó, Pedro? ¿Qué le sucedió al inteligente joven con problemas que acostumbraba a ayudarme cuando me caía de mi tabla de surf? ¿Al muchacho al que mi madre le abrió su casa?


Él no contestó, se quedó mirándola extasiado. Bien, si no tenía nada que decir, entonces, por todos los santos, ella iba a seguir su camino.


—Pensé que le había perdido aquel día en la playa, cuando me partiste el corazón sin pensártelo dos veces, y luego en tu oficina, cuando hiciste valer tu fuerza legal para obligarme a aceptar tu apestoso contrato. Pero luego la otra noche tuve una visión del joven que recordaba, y me pregunté si no estaría aún aquí enterrado en lo más profundo… —dijo ella golpeándole con la mano en el pecho.


Pedro dio otro paso más hacia atrás.


—Pero ese Pedro, mi Pedro, nunca hablaría a nadie de la forma en que tú lo hiciste.


—Ése es el problema, Paula. Yo nunca fui tuyo. Y tú siempre me tuviste demasiado alto en un pedestal. Bienvenida a la realidad, querida —dijo abriendo los brazos en cruz.


—Tu realidad, tal vez. No la mía —dijo ella jadeando—. Seguiré en la cadena mis seis meses porque me comprometí a ello, y porque, a diferencia tuya —dijo empujándole de nuevo—, aún valoro la integridad que mi padre me enseñó a tener.


—Deja a tu padre fuera de todo esto.


Paula comenzó a apartarse de él, pero deseosa de que no se perdiera sus palabras de despedida.


—Espero que valga la pena, Pedro. Tu éxito, tu grandiosa carrera y todo el poder que conlleva. Porque sé que mi padre se avergonzaría de ver el tipo de hombre en el que te has convertido. Me avergüenzo de ti.


Y dicho eso, se dio la vuelta y echó a correr en medio de la oscuridad de la noche para no derramar una sola lágrima más delante de él.




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