martes, 18 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 1





—¿Esto es legal?


Paula Chaves contempló la fila de hombres trajeados que flanqueaban a Pedro Alfonso en su oficina, en una de las últimas plantas de uno de los rascacielos más altos de Sidney.


—¿Pueden hacer esto, Pedro? —preguntó de nuevo.


Ante ella tenía a cuatro hombres de la cadena de televisión, uno de ellos no dejaba de mirarla un instante.


—Sí, Paula, podemos.


Resultaba un poco decepcionante la forma de demostrar lealtad de Pedro. Se había hecho a la idea de que la habían llamado allí para despedirla, no para darle una oportunidad de ascender en su carrera.


Lo primero le resultaba más atractivo.


—¿Me estás diciendo que mi continuidad como diseñadora de exteriores para Urban Nature está condicionada a que me ponga delante de la cámara?


—Existe una disposición en su contrato con AusOne para modificar la manera en que usted… —comenzó diciendo con mucho entusiasmo uno de aquellos hombres.


Pedro miró de reojo al hombre hasta que éste guardó silencio.


—En las audiencias de prueba gustó mucho tu breve aparición en el episodio de tomas falsas de la última temporada —dijo Pedro, como si con eso lo explicara todo—. Nos gustaría ver cómo te manejas sola un rato, a ver qué pasa.


Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había sumergido en la profundidad de aquellos ojos castaños. Paula tenía que armarse de valor contra aquel insistente acoso.


—No quiero estar delante de la cámara.


—Paula, es una oportunidad única que se presenta una sola vez en la vida —dijo él—. Debes aprovecharla.


—No quiero salir en la televisión, Pedro. Te lo estoy diciendo claramente. No.


—No puede negarse. Tiene un contrato —dijo en voz alta de nuevo el mismo hombre.


Paula le miró fijamente tratando de adivinar el alcance de sus palabras. Aquel hombre tenía la mirada de un perro salvaje oliendo la sangre.


Pedro hizo un gesto y los abogados salieron del despacho. Se pasó la mano por el pelo. La mano mostraba una cuidada manicura y el pelo un esmerado corte de cien dólares. El Pedro Alfonso que ella recordaba había prestado siempre tan poca atención a sus cutículas como a la política. No había tenido ojos más que para el surf. De niña, había soñado que conseguiría alguna vez llamar su atención, aunque sólo fuese por una vez.


—Paula… —exclamó él mirándola muy sereno.


—¡No! —dijo ella sobresaltada, reconociendo demasiado bien el tono acaramelado de su voz.


Era la voz que había usado siempre que quería conseguir algo de ella.


—Sé adónde quieres ir a parar. Perfeccionaste tus habilidades negociadoras conmigo y con mi hermano, cuando éramos adolescentes, ¿recuerdas?


—Paula, si te niegas, estarás incumpliendo tu contrato con la cadena y las pirañas que te están esperando ahí afuera te harán pedazos en los tribunales. ¿Es eso lo que quieres?




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