sábado, 27 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 19





«Desayuno de trabajo» fue el nombre que le dio Paula, pero hasta entonces ella no había comido nada. Volvió a poner la taza en el plato con mucho cuidado e intentó calmarse para responder a la agresiva pregunta de Simón Hay, el más lógico sucesor de Oliver.


Era atractivo y Paula siempre había pensado que era la imagen pura de la confianza en sí mismo, hasta que lo vio en la misma habitación que Pedro.


Ahora, el deseo que tenía de ganar puntos le había hecho pronunciar varios comentarios sarcásticos e infantiles que le habían reportado la aprobación del jefe.


Paula se había preparado para rechazar los comentarios despreciativos de Pedro. Sin embargo, era la actitud de Simón la que, a lo largo de la reunión, resultó tan condescendiente que incluso llegó a ser ofensiva.


—Siento mucho que la campaña te parezca demasiado simplista, pero es exactamente lo que Oliver deseaba transmitir —dijo ella muy seriamente, pero sin tratar de actuar a la defensiva.


Estaban hablando sobre una línea aérea que era uno de los clientes más importantes de Mallory’s.


—Eso es lo que tú dices —respondió Simón.


— ¿Está insinuando que la señorita Chaves es una mentirosa?


La pregunta sonó de un modo casual. De las ocho personas que estaban presentes en la reunión, Pedro era la que menos había hablado. 


Los pocos comentarios que había hecho habían sido agudos y perspicaces. Estaba claro que no conocía el mundo de la publicidad a fondo, pero tenía una mente astuta y se las arreglaba muy bien para entender todos los argumentos enrevesados y sacar los puntos débiles con una facilidad insultante. Paula estaba convencida de
que había estado escuchando, de manera crítica, el modo en el que había contestado a las preguntas de todos los ejecutivos presentes.


—Lo que quiero decir es que sería suicida basar nuestra estrategia en lo que dice una administrativa presumida. Sólo tenemos su palabra de que esto era lo que Oliver pretendía.


— ¿Qué razones tendría para mentir? —preguntó Pedro, admirado por el autocontrol que ella estaba desplegando—. Y lo que es más importante, ¿qué alternativas propone? Usted y los otros caballeros aquí presentes representan a un cuarenta y tres por ciento de los clientes de la empresa. Oliver era responsable directo del resto. ¿Cómo tiene la intención de persuadir a ese cincuenta y pico por ciento de que no se vayan a otra empresa? Ninguno de ustedes se ganó la confianza de mi tío. ¿Por qué debería yo darles la mía?


Aquella presentación de los hechos hizo que le cambiara drásticamente el color de la cara a Simón.


—Señor, si me permite decírselo, y con todos mis respetos, usted no tiene ninguna experiencia en este campo. Es difícil que una persona ajena a este mundo vea…


—Lo que veo es que está dejando que su rencor personal y la ambición le cieguen en el problema que estamos tratando. Su lealtad debería ir hacia los accionistas, que serán los primeros perjudicados si esta agencia se va a pique por las luchas internas. Le aseguro, Simón, que la señorita Chaves tiene muy buenas razones para asegurarse de que esta empresa siga siendo firme y viable.


Paula lo miró con aprensión. ¿Sería capaz de contarles que había recibido un legado de Oliver? Si lo hiciera, sus relaciones laborales con los otros ejecutivos serían imposibles.


—Todos ustedes conocerán los detalles que la señorita Chaves va a proporcionarnos. Y ella seguirá en contacto con los clientes, ya que los conoce personalmente.


—Es una…


Los ojos de Simón Hay estaban a punto de salírsele de las órbitas. Simón estaría encantado de saber que, en realidad, ya no pertenecía a la empresa. Sin embargo, le resultaba muy extraño comprobar que Pedro la apoyaba ante el resto de los ejecutivos.


— ¿Va a decirnos lo que es la señorita Chaves? —preguntó Pedro.


—En el pasado, ha intentado obstruir deliberadamente todas las decisiones. A este nivel, es necesario trabajar en equipo. Ella nunca ha intentado formar parte de nuestro equipo.


Varios de los presentes asintieron. Aunque su experiencia laboral era muy diferente, todos ellos tenían en común una impresionante preparación académica, algo de lo que ella no podía presumir. Paula se sintió agobiada por la inseguridad. «Oliver creía en mí» se dijo. 


Aunque no le importaba lo que Pedro pudiera pensar de ella, no quería parecerle incompetente. Sabía hacer muy bien su trabajo y no iba a dejar que la intimidaran.


—Si hablas con el equipo de producción de televisión, te confirmarán todo lo que he dicho.


—A Oliver tampoco le gustaba trabajar en equipo —atajó Pedro, sorprendiendo mucho a Paula.


—No puede comparar a Oliver Mallory’s con una mecanógrafa minifaldera —protestó Simón en tono de burla.


—Tomaré nota de no permitir que la señorita Chaves se ponga faldas cortas que puedan distraer la atención, ya que le molestan tanto —dijo PedroPor el tono de voz se notaba que estaba harto de tantos comentarios sin importancia—. Y si vuelve a obstruir sus planes, dígamelo —añadió con un tono de voz que daba el asunto por concluido—. En lo que respecta a mi falta de experiencia, no creo que tenga mucha importancia ya que no deseo dirigir la compañía en el día a día, aunque, por el momento, deseo seguir siendo el accionista mayoritario.


Todos lo miraron con ojos expectantes, aunque intentaron parecer indiferentes.


—Supongo que todos saben quién es Octavio Llewellyn —añadió Pedro.


Todos asintieron. Octavio Llewellyn era el director general de una de las agencias de publicidad más importantes de Nueva York—. Ha aceptado tomar las riendas de esta agencia desde el mes que viene.


A continuación, se levantó y les dirigió una leve sonrisa mientras decía:
—Les dejo para que hablen entre ustedes. Paula, quiero hablar contigo… —dijo mirándola de arriba abajo—. Ahora… por favor…


Paula se levantó con toda la dignidad que le fue posible. Simón Hay también se levantó y le cerró el paso.


—No has tardado mucho en acostarte con él, ¿verdad, cariño? —se mofó—. Sin embargo, no creo que te sea tan fácil manejarlo como al viejo.


—Simón, eres un mal perdedor —le contestó con el tono más alto de voz que pudo, para que todos la oyeran—. No te creas que todo el mundo está dispuesto a vender el alma por un ascenso, como tú. Es una lástima que no te haya servido de nada ser tan rastrero.


Algunos miraron a Simón sin ninguna compasión. Sus aspiraciones no eran un secreto y su estilo para intentar conseguirlo le había ganado algunos enemigos entre sus colegas. 


Ser derrotado en la lucha por el puesto que tanto
había deseado era malo, pero lo peor era que Pedro ni siquiera lo había considerado para suceder a Oliver.


—¡Ramera! —murmuró Simón, mientras ella pasaba a su lado.




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