sábado, 5 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 10




No había ningún cadáver sanguinolento esperándolos, pero Paula encontró el parque incluso más sobrecogedor que la noche anterior. Nubes oscuras rondaban por el cielo empujadas por el viento, y no muy lejos, los relámpagos desgarraban los cielos y eran seguidos por el estruendo de los truenos.


Un grupo de adolescentes sobre monopatines se detuvo para observarlos mientras salían del coche. La imaginación de Paula comenzó a trabajar a toda máquina, y se imaginó a uno de ellos blandiendo un cuchillo y degollando a Sally Martin. Pero la inocencia de sus rostros los hacía incapaces de una brutalidad como aquella.
Pedro miró hacia ellos sin darles ninguna importancia.


—Pronto comenzará a diluviar, así que vamos a empezar.


—¿Qué es lo que quieres saber?


—¿Dónde aparcaste anoche?


—Delante de ese edificio, cerca de aquel roble.


Señaló un árbol cuyas ramas cubrían toda la calle.


Pedro no se molestó en esperarla. Caminó a grandes zancadas en aquella dirección, escrutando toda la zona con la mirada. En cuanto llegó al árbol, alzó la cabeza y comenzó a mirar entre las ramas como si esperara que el asesino estuviera allí, esperando.


—¿Había alguien cerca cuando saliste del coche? —le preguntó a Paula, cuando lo alcanzó.


—Había grupos de curiosos por todas partes, pero no me fijé en nadie en particular.


—¿Te habló alguien?


—No.


—¿Estás segura?


Paula intentó recordar. Eran tantas las cosas que habían ocupado su mente al llegar… El fotógrafo, las luces de los coches de policía, las cámaras de televisión… Su inexperiencia. Aun así, tenía una memoria que retenía normalmente cualquier detalle.


—No recuerdo haber hablado con nadie hasta que llegué a la puerta. Entonces le enseñé mi carné de periodista al policía que estaba de guardia. Él miró mi vestido y me comentó que debería volver a la fiesta, a menos que tuviera un estómago fuerte.


—¿Y aun así entraste?


—Ese es mi trabajo.


Y continuaría siéndolo, de modo que miró a su alrededor, intentando captar todos los detalles.


Enfrente del parque, había una calle con casas bajas, la mayor parte con la fachada de ladrillo y algunos toques de estuco. Algunas tenían porche. En uno de aquellos porches, un hombre de mediana edad se mecía en un columpio, con la mirada fija en Pedro y en Paula. Para él era algo natural, pero aun así, su mirada la hizo sentirse incómoda a la joven.


—¿Crees que el asesino estaba observándome antes incluso de que yo entrara en el parque?


—Posiblemente.


—¿Desde una de esas casas?


—Puede haber estado vigilándote desde muchas partes. Desde una casa, desde un coche en el aparcamiento, agachado detrás de los arbustos… Pero probablemente estuviera mezclado entre los curiosos.


Y si aquel tipo había estado allí la noche anterior, también podía estar viéndola en aquel momento.


—¿De verdad tenemos que volver al parque? —preguntó, deseando volver al coche y alejarse de allí.


—Ayudaría. Intenta repetir los pasos que diste ayer y yo te seguiré.


Regresaron a la puerta justo en el momento en el que otro rayo surcaba los cielos. En cuanto la cruzaron, Paula se dirigió directamente hacia la zona en la que había visto el cadáver.


—Comencé a seguir las luces de las cámaras de televisión —le dijo—. Entonces fue cuando me viste y le dijiste al otro policía que le dijera a esa tipa con zancos que saliera de allí.


—Al parecer no sirvió de nada.


—El policía me dijo que me marchara, pero en cuanto se volvió, yo volví a hacer mi trabajo. El público tiene derecho a estar informado.


—Así que desobedeciste las órdenes de la policía. ¿Y después, qué?


—Vi el cadáver y…


¡Maldita fuera…! Tenía que admitir su debilidad delante del detective.


—Y vomitaste en los arbustos.


—¿Cómo lo sabes?


—Ayer por la noche eras bastante reconocible. No creo que hubiera un sólo policía de servicio que no quedara impresionado por la periodista del vestido rojo.


A los policías. Al asesino. Los había impresionado a todos, excepto al detective Pedro Alfonso. El policía le dio una patada a una piedra que aterrizó justo al lado de las cintas amarillas con las que la policía había rodeado la zona en la que habían encontrado el cadáver.


Todavía eran visibles las manchas de sangre, aunque probablemente desaparecerían con la lluvia. Pero en la mente de Paula las imágenes continuaban siendo tan nítidas como si Sally continuara tendida sobre la hierba. Se estremeció y retrocedió.


Pedro la agarró del brazo.


—Intenta mantenerte firme. Nos iremos de aquí dentro de un momento.


—¿Es posible llegar a insensibilizarse ante un asesinato?


—No. Y en el momento en el que me ocurriera, dejaría este trabajo.


Aquella admisión lo hizo parecer mucho más humano. Quizá incluso hubiera un corazón en el interior de aquel musculoso pecho.


—¿Te has ocupado alguna vez de algún caso en el que el asesino se haya puesto en contacto con una persona a la que ha visto en el escenario del crimen?


—No, pero recuerdo haber leído algo parecido sobre un caso que se dio en la costa oeste hace un par de años. El asesino llamaba siempre a una mujer antes de cometer el asesinato.


—¿Y qué ocurrió?


—No me acuerdo.


Paula no se lo tragó.


—Terminó matando a la mujer a la que llamaba, ¿verdad?


Por primera vez desde que habían llegado al parque, Pedro se volvió hacia ella, dedicándole toda su atención.


—No va a pasarte nada, Paula. A menos que permitas que ese hombre te envuelva en sus repugnantes juegos.


Cayó la primera gota que fue seguida rápidamente de otras muchas más. Pedro la agarró del brazo y la condujo hacia el coche. 


Pero la furia de la tormenta no esperó. La lluvia golpeaba el rostro de Paula, empapando de tal manera sus lentes de contacto que apenas podía ver. Para cuando llegaron al coche, estaba chorreando.


Pedro puso el motor en marcha, pero esperó un minuto antes de sacar el coche del aparcamiento. Paula tenía la sensación de que quería decirle algo, pero fuera lo que fuera, cambió de opinión. «No dejes que te involucre en sus juegos».


Buen consejo, si no fuera porque el asesino la había involucrado en su juego desde el momento en el que le había dejado aquella nota. 


Con aquel único gesto, le había robado cualquier posibilidad de ser objetiva, la cualidad principal que se le suponía a un periodista. Sin embargo, estaba decidida a no perder el control y a mantener informados a los ciudadanos de Prentice.


Y rezaría para que el asesino no volviera a ponerse en contacto con ella.




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