sábado, 5 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 7




Dos bloques después, el policía dejaba su coche en el aparcamiento del Grille Prentice. Paula esperó en el coche para darle tiempo a instalarse en su interior y para poder recuperar ella la compostura. Era su primer caso de asesinato. Y de pronto el asesino pretendía hacerse amigo de ella. Aquello parecía una película de terror.


Una vez dentro, tardó un par de minutos en localizar a Pedro. Lo descubrió sentado en uno de los reservados más apartados, hablando por teléfono y sosteniendo en la otra mano un vaso de té con hielo.


—¿Mesa para uno?


Paula le sonrió a la camarera.


—Vengo con el hombre que está allí sentado, el de la camisa azul —señaló con la cabeza al policía.


Pedro no me ha dicho que estuviera esperando a nadie.


—No estaba segura de que pudiera venir.


Pasó por delante de la camarera, se acercó al reservado de Pedro y se sentó enfrente de él.


Pedro Alfonso la fulminó con la mirada, pero terminó la conversación. A continuación, dejó el teléfono en la mesa y la miró a los ojos. Los suyos eran todavía más oscuros que su pelo y Paula tuvo la sensación de que podía leerle el pensamiento. Pero sobretodo, se fijó en la pura virilidad que emanaba de aquel hombre. La testosterona parecía rezumar por todos los poros de su piel.


—La rueda de prensa ha terminado.


—No vengo a hacer ninguna pregunta. Tengo que ofrecerle una información.


La expresión del policía apenas cambió.


—¿Qué clase de información?


Paula sacó la nota del bolso y se la tendió.


—He encontrado esto en el parabrisas de mi coche después de la rueda de prensa. Creo que debería leerlo.


Pedro se secó las manos y agarró la nota sin tocarla apenas. La leyó lentamente, con expresión imperturbable. Pero cuando alzó los ojos, su mirada era todavía más penetrante.


—¿Dónde tenía aparcado el coche?


—Detrás del ayuntamiento. Entre la avenida Cork y la calle Savannah.


—¿Ha visto a alguien acercándose a su coche?


—No, pero cuando iba hacia él, he tenido la sensación de que alguien estaba mirándome.


—¿La sensación?


—Sí, ya sabe. Una sensación de incomodidad. Y no soy una persona nerviosa.


En aquel momento apareció la camarera y dejó una fuente con una hamburguesa y patatas fritas delante de Pedro. Paula pidió un refresco bajo en calorías. En aquel momento, era lo único que su estómago podría soportar.


Esperó a que la camarera se alejara para hacer la pregunta que la estaba consumiendo:
—¿Cree que esa nota la ha escrito el hombre que ha matado a Sally Martin?


—Es difícil asegurarlo. Pero es evidente que eso es lo que quiere que crea.


—¿Pero quién si no podría escribir algo así?


—Cuando se produce un asesinato de este tipo, salen a la luz los tipos más extraños.


—Habla como si hubiera visto muchos asesinatos como éste.


—He visto algunos. ¿Y usted, señorita…?


—Chaves, pero puede llamarme Paula —vaciló un instante. Odiaba admitir la verdad, pero no encontraba ningún motivo para mentir—. Éste es mi primer asesinato.


—¿Trabaja para la prensa o para la televisión?


—Trabajo en el Prentice Times.


—Creía que era Doreen Guenther la que se ocupaba de la sección de homicidios.


—Su madre está enferma y ha tenido que pedir un permiso —en ese momento llegó la camarera con la bebida de Paula. Esta se la llevó a los labios. Necesitaba suavizar su garganta reseca—. ¿Entonces qué tengo que hacer ahora?


—Me llevaré la nota e intentaré buscar alguna huella, pero me temo que debe haberlas echado a perder.


—No sabía que podía ser una nota del asesino.


—Si recibe otra, quiero que la agarre por una esquina y la meta en una bolsa de plástico. Y llámeme inmediatamente —le dio una de sus tarjetas—. Llámeme al móvil. Y sólo por si acaso, no se le ocurra publicar que el asesino se ha puesto en contacto con usted.


—¿Por qué no?


—Sea o no del asesino, la publicidad posiblemente serviría para alentarlo.


—¿Pero por qué ha tenido que enviármela a mí? —susurró, casi más para sí que para que la oyera el detective.


—Digamos que anoche no pasaba especialmente desapercibida con el vestido que llevaba.


—Estaba en una fiesta cuando me llamaron para decirme que me dirigiera inmediatamente al parque Freedom. No tuve tiempo de ponerme nada más adecuado.


—No tiene por qué enfadarse conmigo. Usted me ha hecho una pregunta y yo le estoy contestando.


Pedro se acercó la fuente con la hamburguesa y Paula dedujo que aquella era una manera de invitarla a levantarse.


Dio otro sorbo a su refresco y se secó las manos con una servilleta. Aquel hombre estaba demasiado tranquilo. Si de verdad pensaba que podía volver a tener noticias del asesino, debería hacer algo. Paula no estaba segura de qué, pero al fin y al cabo, ella no era policía.


—¿No va a pedirme mi número de teléfono, por si tiene que preguntarme algo más?


—Su número de teléfono es muy fácil de conseguir.


—No aparezco en la guía.


Pedro le dio un mordisco a la hamburguesa. Paula se levantó y se colgó el bolso en el hombro.


—Una cosa más, señorita …


—Chaves. Paula Chaves.


—Señorita Chaves, quienquiera que sea el que ha matado a Sally Martin, es un hombre muy peligroso. No intente ser una heroína.


—No hay nada que esté más lejos de mis intenciones, detective Alfonso.


—En ese caso, continúe así.


Y nada más. Ni siquiera le dio las gracias por haberle proporcionado aquella información, aunque Paula estaba segura de que muchos periodistas no le habrían dicho nada. Habrían intentado seguirle el juego al asesino con intención de conseguir un buen reportaje.


Ella, sin embargo, había decidido seguirle el juego a Pedro Alfonso. Y estaba segura de que aquél no iba a ser un juego divertido.



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