martes, 10 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 51




Pedro estaba apoyado en el capó de su coche cuando volvieron y, a pesar de lo que había decidido unas horas antes, Paula sintió mariposas en el estómago.


-¿Te encuentras mejor, pequeñaja? 


Maia saltó de su triciclo, con una sonrisa de oreja a oreja.


-Pedro, ¿has venido a jugar conmigo?


-Claro que sí. Si a tu mamá le parece bien, claro.


En silencio, Paula abrió la puerta intentando esconder la mano, pero cuando estaba quitándose el abrigo, Pedro vio la quemadura.


-¿Qué es esto?


-Nada, no es nada...


-Tu ex marido ha estado aquí, ¿verdad?


-¿Cómo lo sabes?


-¿Por qué le dejaste entrar?


-No le dejé entrar - suspiró ella-. Entró por la puerta de atrás... tengo que cambiar esa cerradura lo antes posible. Había venido a vigilarme. Pensó que estaba en la cama con alguien.


-Pero por el amor de Dios... ¿Dónde estaba tu hermano?


-Chris ha dormido en casa de unos amigos. Llamó cuando tú te fuiste y... al final, lo que Leo quería era que Maia pasara el día de Navidad con él.


-¿Y te persuadió quemándote la mano? -preguntó Pedro, con los dientes apretados.


-No, supuestamente fue un accidente -suspiró ella-. Pero yo sé que no es verdad.


-Menudo cerdo...


-He aceptado que la niña pase el día de Navidad con él, pero en Año Nuevo será un juez quien decida su futuro. Lo he decidido.


Esa idea le daba tanto miedo, que no pudo controlar las lágrimas.


-Cariño, no te preocupes. Ya verás como todo sale bien. Te lo prometo -murmuró Pedro, abrazándola.


Paula se negó a ir al hospital, de modo que tuvo que ser el quien le curase la herida. 


Después pasaron la tarde jugando con Maia, que estaba encontrando un sitio en su corazón.


-A mi hija le gustas -sonrió Paula mientras se despedían.


Pedro había insistido en que salieran de aquella casa y se mudaran a su apartamento, pero Paula se negó en redondo. No quería depender de nadie. Además, había hablado con Chris y su hermano le prometió que no volvería a dejarlas solas por la noche.


-¿A Maia le gusta que venga por aquí? -preguntó Pedro.


-Creo que sí. Pero no quiero hacerle daño. Los niños son tan... Si esto nuestro terminase... no quiero que mi hija sufra.


-Te he dado mi palabra de que nunca te haré daño. Ni a ti ni a la niña -suspiró Pedro-. Tienes que confiar en mí. Si no hay confianza, una relación no va a ningún sitio.


Luego la besó con una pasión que la dejo temblando. Y, de repente, sólo existía Pedro y sus besos, el brillo de sus ojos...


-No puedes negar lo que hay entre nosotros, Paula. Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti. Estás en mi sangre, no puedo pensar en nada más que en ti. Dame una oportunidad, cariño. No dejes que tu ex marido arruine lo que podría ser una maravillosa relación.


Tenía razón admitió Paula mientras miraba a su hija dormida. No podía pasar el resto de su vida temiendo a Leo.


Creía a Pedro cuando le decía que nunca le haría daño, pero no sabía lo importante que era él para ella. En un par de meses podría decidir que ya no le interesaba estar con ella y, sin duda, sugeriría que, por Maia, siguieran siendo amigos.


Sería lo mas sensato, pero ella no se sentía sensata con Pedro Alfonso.


Y no se atrevía a arriesgar su corazón.




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