domingo, 22 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 36




Paula había tenido un bebé y no se lo había dicho. Deliberadamente lo había mantenido en secreto.


Él recordó lo nerviosa que ella se había puesto cuando él la había sorprendido por la mañana en la puerta de su casa. Él había creído que se debía a que ella temía que él quisiera autoinvitarse a su dormitorio. Pero lo que ella temía en realidad era que él descubriera la verdad.


Tal vez el bebé había nacido nueve meses tras la muerte del conde, pero ese hombre no era el padre. Eso era imposible. ¡Paula era virgen cuando él la había seducido!, se recordó Pedro.


Y ella le había dicho en el banquete que no había estado con nadie más desde entonces. 


Pedro recordó al camarero del café que aquella mañana había preguntado por mademoiselle Rosario. Y, al preguntar él quién era Rosario, ella había respondido que era una buena amiga.


¡Qué idiota había sido!, se lamentó. ¡Había creído que podía confiar en una mujer hermosa, lista y decidida como Paula Chaves!


Había sobrevalorado el buen corazón de ella.


Había subestimado la profundidad de su engaño.


Ella le había mentido. Ni siquiera le había dado la oportunidad de elegir si quería o no ser parte de la vida de su hija. En lugar de eso, ella se había avergonzado tanto de que él fuera el padre que había mentido a todo el mundo diciendo que el conde había concebido al bebé días antes de su muerte.


Pedro temblaba de ira. Ella le había engañado. 


Le había mentido durante un año y medio. 


Mientras él recorría el mundo, soñando con ella todas las noches a su pesar, ella había estado con la hija de ambos. Y había elegido ocultársela y mentir acerca de su verdadero padre.


Le había mentido a la cara. Pedro apretó los puños.


Y pensar que había decidido dejar marchar a Paula, ser noble y renunciar a sus deseos egoístas por respetar los deseos de ella... Casi rió al pensarlo.


Se subió al Rolls-Royce. Mientras se dirigían a casa de ella, Pedro sonrió amargamente. Él la había admirado. Había creído que ella era especial, sincera y buena. Pero ya no.


La mantendría en su cama. Ella se quedaría allí, como su prisionera, mientras él la deseara.


El mundo era un lugar egoísta. Un hombre tenía que hacerse con todo lo que pudiera cuando pudiera. Y fastidiar al resto.




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