martes, 17 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 20





-SABES que me preocupo por ti, querida. 


Andres abrazó a Paula por los hombros conforme se sentaban en el banco de la iglesia.


–¿Cuándo me darás el sí?


Ella lo miró y se mordió la lengua.


–Me encantan las Navidades, ¿a ti no? –murmuró él cambiando de tema con diplomacia–. Los regalos, la nieve... ¿No te parece romántico este lugar con las velas y las rosas?


Ciertamente, la catedral estaba decorada de forma muy romántica a causa de la Navidad, con acebo, ramas de abeto y rosas rojas iluminadas por multitud de velas. La boda aprovechaba la magia de aquella noche invernal.


Pero Paula no deseaba celebrar su boda en Navidad. Sólo deseaba regresar junto a su hija, quien se hallaba acostada en su cuna bajo la atenta vigilancia de una niñera.


Y las rosas rojas le hacían pensar en un hombre de pelo oscuro y hombros anchos que había revolucionado su mundo y luego le había herido profundamente.


–Cásate conmigo, Paula –le susurró Andres–. Seré un buen padre para Rosario. Os cuidaré a las dos para siempre.


Ella se humedeció los labios. Andres Oppenheimer era un buen hombre, sería un buen marido y un padre aún mejor. Entonces, ¿por qué ella no lograba decir que sí? ¿Cuál era su problema?


–¿Qué me dices? –insistió Andres.


Ella desvió la mirada y tragó saliva.


–Lo siento, Andres. Mi respuesta sigue siendo no.


El se la quedó mirando unos instantes y luego le dio unos suaves golpecitos en la mano.


–No hay problema, Paula. Te esperaré. Esperaré y confiaré.


Paula se ruborizó sintiéndose culpable. A ella le gustaba Andres. Mantenía la esperanza de que algún día se enamoraría de él o al menos sería capaz de aceptar un matrimonio amistoso, igual que el primero. Pero una noche de pasión con Pedro la había arruinado para siempre. Ya no conseguía imaginar casarse con un hombre si no existía ese fuego.


Sabía que estaba siendo una estúpida. Su hija necesitaba un padre. Pero...


Desvió la mirada. Los bancos de la iglesia estaban llenos de amigos tanto de su amiga y empleada, Emilia Saunders, como del novio, Nicolas Carter. Oyó que alguien recién llegado se sentaba justo detrás de ella.


–Me gustaría llevarte a algún lugar para Nochevieja –anunció Andres sujetándole la mano–. El Caribe, Santa Lucía... O a esquiar en Sun Valley. Adonde tú quieras ir.


Andres le besó la mano.


Ella oyó una leve tos a su espalda. Se dio la vuelta distraídamente y volvió a girarse mientras el tiempo se detenía en seco.


Pedro.


Estaba sentado en el banco a su espalda con la mirada clavada en ella. Vestía una camisa, corbata y pantalones todo negro y resultaba más apuesto, seductor y travieso que el propio diablo. Era el único hombre que había logrado que se sintiera viva. El único hombre al que ella odiaba con cada fibra de su cuerpo.


–Hola, Paula –saludó él con tranquilidad.


–¿Qué estás haciendo aquí? –le espetó ella–. ¡Emilia dijo que te encontrabas en Asia y que seguramente no llegarías a tiempo!


–¿No lo sabes? Soy mago –dijo él e hizo una inclinación de cabeza a Andres– . Oppenheimer, ya le recuerdo.


–Y yo le recuerdo a usted, Alfonso –dijo Andres mirándolo con suspicacia–. Pero los tiempos han cambiado. Esta vez no me arrebatará el bailar con ella.


Por toda respuesta, Pedro miró a Paula y a ella le pareció que él realmente era un mago, porque con una sola mirada cambió su invierno en verano, le desgarró el formal vestido de seda de Chanel y ella sintió el calor del cuerpo desnudo de él contra el suyo.


Incluso un año y medio después, el recuerdo de él haciéndole el amor entre las rosas era tan intenso como si hubiera sucedido una hora antes.


Ella se había dicho a sí misma que le había borrado de su memoria. Pero, ¿cómo podía haberlo hecho cuando cada mañana se encontraba con los mismos ojos brillantes en el adorable rostro de su hija?


Rosario.


¿Qué ocurriría si él se enteraba? Le invadió el miedo. Después de casi nueve meses de embarazo y otros nueve tras el nacimiento de su hija, ella había creído que se hallaban a salvo. 


Que Pedro nunca regresaría a Nueva York. El
nunca se enteraría de que ella había tenido una hija suya.


Toda la sociedad creía que Rosario era la hija póstuma del conde, un milagro nacido nueve meses después de su fallecimiento. Ella no podía deshonrar la memoria de Giovanni ni proporcionar al hombre al que odiaba razones para interferir en sus vidas.




1 comentario:

  1. Uyyyyyyyyyyyy, la que se va a armar cuando se entere Pedro que tiene una hija. Muy buena historia.

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