lunes, 16 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 17





Dieciocho meses después.



Pedro no podía creerlo: Nicolas iba a casarse.


Se conocían de cuando ambos eran estudiantes en Alaska. Durante quince años habían disfrutado del estilo de vida de los solteros con fobia al compromiso y adictos al trabajo, ganando auténticas fortunas y saliendo con una interminable sucesión de mujeres bellas.


Él nunca hubiera creído que Nicolas se asentaría. Pero se había equivocado:
su amigo iba a casarse ese mismo día.


Pedro le esperaba en una mesa en el bar del hotel Cavanaugh, donde llevaba diez minutos apurando lentamente su whisky.


¿Sería demasiado tarde para convencer a Nicolas de que no se casara? ¿De agarrar al pobre estúpido y obligarle a salir corriendo antes de que fuera demasiado tarde?


Pedro se frotó la nuca con la mano, todavía bajo los efectos del jet lag tras su largo vuelo desde Ulan Bator. Terminado su proyecto en Mongolia el día anterior, había aterrizado en Nueva York hacía una hora. Era su primera vez en la ciudad en más de un año y medio, y a punto había estado de no acudir.


Pero no podía permitir que su viejo amigo se enfrentara solo al pelotón de fusilamiento.


Faltaba una semana para Navidad y el moderno bar del hotel se hallaba repleto de hombres de negocios con trajes oscuros de buen corte y muy caros.


También había algunas mujeres, unas pocas con traje de chaqueta, pero la mayoría con vestidos ceñidos y pintalabios rojo tan falso y cuidadosamente dispuesto como sus radiantes sonrisas de flirteo.


Podría ser cualquier otro bar caro en cualquier hotel de cinco estrellas del mundo. Pedro bebió otro trago de su delicioso Glenlivet de cuarenta años y se sintió desconectado de todo y todos. 


Contempló su vaso medio lleno. El whisky sólo era un año mayor que él. Dentro de un año él tendría cuarenta. Y, aunque se decía a sí mismo que la vida sólo le iba mejorando, había veces en que...


Oyó la risa forzada de una rubia pechugona ante la broma de un hombre bajo y calvo a su lado. Los contempló beber champán rosado y fingir que estaban enamorados. Qué falso todo.


Pedro no podía creerse que estuviera otra vez en Nueva York. Desearía seguir en el terreno en construcción, durmiendo en un jergón dentro de una tienda de campaña en Mongolia. O trabajando en Tokio. O en Dubai. O incluso regresar a Alaska. Cualquier lugar menos Nueva York.


¿Estaría ella allí por Navidad? La pregunta se coló en su mente de pronto y no fue bien recibida. Pedro frunció el ceño y bebió otro trago de whisky.


Durante el último año y medio había trabajado sin descanso para intentar olvidarla.


La única mujer que le había proporcionado un placer tan inmenso.


La única mujer que le había dejado con ganas de más.


La única mujer que lo odiaba tan intensamente.


¿De forma merecida? Las acusaciones de ella todavía le quemaban el alma.


«Me has seducido por unos rascacielos que nunca corresponderán a tu amor. ¿Y dices que mi padre fue un fracasado? Él nos amaba. Fue mejor hombre de lo que tú serás nunca».






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