sábado, 14 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 10




Cerró los ojos al tiempo que aspiraba la fragancia, escuchaba el viento entre los árboles y sentía el cálido sol de la Toscana sobre su piel.


–Hola, Paula –saludó una voz.


Ella se giró sobresaltada.


Era él. Sus ojos oscuros brillaban al otro lado del portón de hierro forjado. Él lo abrió y entró lentamente en el jardín. Su camisa y vaqueros negros destacaban sobre la profusión de coloridas rosas. Él se acercó con aire de depredador, como un león al acecho. Paula sintió la intensidad de su mirada desde la cabeza hasta los pies.


Él resultaba más apuesto allí que incluso en Nueva York, ¿cómo era posible?


Aquel hombre, de belleza tan masculina, era tan salvaje como el bosque que los rodeaba.


Y los dos estaban solos.


Él se colocó entre ella y la puerta del jardín. 


Aquella vez no habría taxi. No habría escape. 


Ella se cruzó de brazos instintivamente, intentando detener su temblor, al tiempo que daba un paso atrás.


–¿Cómo me ha encontrado?


–No ha sido difícil.


–¡Yo no le he invitado!


–¿No? –dijo él con frialdad.


Tomó uno de los rizos de ella entre sus dedos mientras le acariciaba el rostro con la mirada.


–¿Estás segura?


Ella no podía respirar. Oyó cantar a los pájaros á otro lado de las murallas medievales construidas parí protegerse de los intrusos. Las mismas murallas que en aquel momento la aprisionaban en su interior.


–Por favor, déjeme –susurró ella.


Temblaba de deseo por él. Por su calidez. Por sus caricias. Por la manera en que le hacía sentirse viva de nuevo, otra vez joven, otra vez mujer. Se humedeció los labios.


–Quiero que se vaya.


–No, no lo quieres –afirmó él y, elevándole la barbilla, la besó.


Los labios de él eran implacables, suaves y dulces. La fragancia de las rosas inundó los sentidos de ella y se sintió mareada. Estaba perdida, perdida en él.


Y no quería que aquello terminara nunca.


El la apoyó contra una pared recorrida por glicinias. La besó de nuevo, más violentamente. 


Jugueteando con ella. Tomando. Exigiendo. 


Seduciéndola...


El casto beso de Giovanni en la frente el día de su boda no había preparado a Paula para aquello. Durante toda la noche en el solitario viaje en avión atravesando el Atlántico, ella había intentado convencerse a sí misma de que su apasionada reacción al beso del extraño había sido un momento de locura, algo que nunca podría repetir. Pero el placer era mayor que antes, la dulce agonía aumentaba con la tensión de su deseo. Desaparecieron su pena, su soledad y su dolor. Sólo existía la ardiente exigencia de la boca de él, las placenteras caricias de sus manos. Él obtenía lo que deseaba.


Ella intentó resistirse. De veras. Pero era como querer apartar la vida lejos de ella. Aunque sabía que no debía, lo deseaba.


Le devolvió los besos insegura al principio y luego un hambre similar. Se estremeció ante la desmedida fuerza de su propio deseo conforme él acogía cada una de sus temblorosas caricias. 


Advirtió que él le quitaba el vestido y luego el sujetador. Ahogó un grito cuando sintió sus pechos desnudos bajo el sol.


Él gimió y acercó la boca al pezón de ella, arrancándole un grito. Entonces posó su otra mano sobre él otro seno y lamió uno mientras acariciaba el otro.


Luego deslizó sus manos hasta las caderas de ella, le bajó las bragas y las tiró sobre el césped. 


Ella no podía dejar de temblar.


–Paula, cuánto me enciendes... –dijo él con voz ronca tomándola entre sus brazos.


Ella contempló aquel bello rostro y sus intensos ojos oscuros. Y de pronto supo que aquel fuego podría consumirlos a los dos. El la tumbó con cuidado sobre el mullido césped y cubrió el cuerpo de ella con el suyo, lentamente; Ella gimió, deseando algo aunque no sabía el qué. El se bajó la cremallera y entreabrió los muslos de ella con los suyos. Ella sintió el miembro erecto de él exigiendo penetrarla y se estremeció, tensa y llena de deseo.


Él la besó y ella le correspondió con igual pasión.


Entonces él la penetró de una sola embestida.


El dolor se apoderó de ella, haciéndole ahogar un grito.


Él se detuvo en seco y la miró desencajado.


–¿Cómo es posible? ¿Eres virgen?




No hay comentarios.:

Publicar un comentario