jueves, 12 de diciembre de 2019

OSCURA SEDUCCIÓN: CAPITULO 1




BRILLANTES luces blancas parpadeaban bajo los techos decorados con frescos del gran salón de baile del hotel Cavanaugh. Todos los famosos de Nueva York bebían champán, fabulosos esmóquines y sofisticados vestidos para el «Baile en blanco y negro» celebrado por la ilustre y misteriosa condesa Paula Chaves.


–Esto no va a ser tan fácil como crees –le susurró a Pedro su viejo amigo mientras se movían entre la multitud–. Tú no la conoces: es bella y testaruda.


–Tan sólo es una mujer –replicó Pedro Alfonso peinándose el cabello con la mano y bostezando a causa del jet lag– Me dará lo que quiero.


Se arregló los gemelos de platino al tiempo que contemplaba el abarrotado salón. Su abuelo había intentado obligarle a vivir en aquella jaula de oro. Sin embargo, él se había zafado: llevaba los últimos quince años fuera del país, principalmente en Asia, construyendo enormes edificios.


Nunca habría imaginado que regresaría a esa ciudad. Pero aquél era el mayor terreno de Manhattan en salir al mercado en toda una generación. Los cinco rascacielos que planeaba construir serían su legado.


Así que se había enfurecido al oír que el conde Chaves se le había adelantado.


Afortunadamente para él, el astuto aristócrata italiano había fallecido hacía dos semanas. 


Entonces Pedro se había permitido una sonrisa irónica. Ya sólo tendría que negociar con la joven viuda del conde. Aunque ella parecía decidida a respetar el último deseo de su marido y emplear la mayor parte de su enorme fortuna en crear un parque público en Nueva York, la joven cazafortunas cambiaría de opinión muy pronto.


Ella sucumbiría a sus deseos, se dijo Pedro


Igual que todas las mujeres.


–Probablemente ni siquiera haya venido –insistió Nicolas–. Desde que el conde murió...


–Por supuesto que habrá venido –dijo Pedro–. No se perdería su propio baile benéfico.


Pero al oír el nombre de la condesa susurrado con admiración por todas partes, Pedro se preguntó por primera vez si ella supondría un desafío; si él tendría que esforzarse para lograr que ella accediera a su petición.


Una idea de lo más intrigante.


–Se rumorea que el viejo conde murió en la cama de ella de tanto placer –le susurró Nicolas mientras atravesaban la multitud–. Dicen que su corazón no pudo soportarlo.


Pedro rió con desdén.


–El placer no tiene nada que ver. Ese hombre llevaba enfermo meses. Mi corazón estará bien. Créeme.


–No la conoces. Yo ya te lo he advertido.





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