viernes, 29 de noviembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 14
Ya estaba bien, decidió Paula. Prefería que darse sin empleo a trabajar un segundo mas con Pedro Alfonso. Pero no tuvo tiempo de informarle porque dos altos y fornidos policías entraron en el despacho y, aunque ella era la víctima del delito y no la culpable, tuvo que tragar saliva.
A pesar de su impresionante presencia, los policías fueron muy amables con ella mientras la interrogaban sobre el robo del que había sido testigo, señalando que no había sido muy sensato enfrentarse con el ladrón porque podría haber llevado un arma.
-Una navaja, una pistola... nunca se sabe con esa gente. No merece la pena arriesgar la vida para recuperar un bolso.
-Por supuesto que no -asintió Pedro.
-Yo que usted iría al médico para que le eche un vistazo en el hombro. Ese hematoma no tiene buen aspecto -sugirió uno de los policías.
Paula les aseguro que así lo haría, añadiendo esa pequeña mentirijilla a las otras que había contado aquel día. Se enorgullecía de su honestidad, Pero un solo día trabajando para Pedro Alfonso y se había convertido en una mentirosa redomada. Pedro acompañó a los policías a la puerta y Paula se dejó caer sobre la silla, agotada. Estaba pálida cuando él volvió.
Aquella interrupcion era la gota que colmaba el vaso. Sin duda, iba a des pedirla sin contemplaciones.
-Supongo que quieres que me vaya.
-Una idea excelente. Por favor, recoge tus cosas.
Mientras se ponía la chaqueta. Paula se pregunto si debía decirle la verdad... que en lugar de estar felizmente casada era una mujer divorciada que hacía lo que podía para compaginar una vida profesional con el cuidado de una niña de cuatro años. Pero todo parecía muy complicado y, en realidad, sólo quería irse a casa.
-Adiós.
-Voy contigo -dijo Pedro.
-¿Eh? No hace falta que me escoltes hasta la calle, no voy a llevarme nada -protestó ella, furiosa.
-Me da igual lo que digas -replicó él.
Naturalmente, él era el jefe y le daba igual lo que nadie dijera.
Paula casi esperaba que le diera un empujón cuando llegaran al vestíbulo, pero cuando se abrieron las puertas del ascensor descubrió que estaban en el aparcamiento subterráneo del edificio.
-Mi coche está ahí -dijo Pedro, llevándola hacia un Bentley plateado, del que salió un chofer uniformado para abrir la puerta.
-No hace falta que... tengo un billete de tren -murmuró ella, sin entender nada-. Déjame en la estación, si quieres.
Pedro, sin hacerle caso, subió al coche y se inclino para hablar por el intercomunicador:
-A la calle Harley, Barton.
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