miércoles, 6 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 2





Paula se sentó junto a la mesa de dibujo y trató de pensar en cosas más importantes. Dejó la taza de café sobre la mesa y sacó una carpeta que contenía los bocetos de una nueva colección de anillos de boda. Sacó los bocetos y los repartió por la mesa. Era la colección que tenía que presentar a las once en punto y quería darle el toque final. Sus compañeros de trabajo decían que era una perfeccionista, pero Paula pensaba que lo que provocaba verdadera impresión en una pieza eran los detalles. Puesto que le resultaba tan difícil hablar en las reuniones, necesitaba acudir a ellas sintiendo que su trabajo estaba impecable.


Cuando revisó los bocetos se sintió satisfecha de su trabajo. Estaba orgullosa de la Colección Para Siempre y deseosa de ver qué pensaban los demás. La colección de anillos de boda había sido idea suya y tenía un diseño sencillo pero elegante. Por un lado, le parecía irónico que le gustara tanto crear preciosos anillos de boda, cuando creía improbable que algún día un hombre deslizara una alianza de oro en su dedo anular y pronunciara los votos de amor eterno. 


Solo había tenido una relación romántica, durante el último año de estudios universitarios, y había sido un desastre total.


Cuando diseñaba anillos de boda, o relicarios con forma de corazón, o cualquiera de los muchos objetos que se intercambiaban los enamorados, siempre sentía una ligera sensación de amargura. Intentaba distanciarse y convencerse de que era su trabajo y de que no debía ponerse sentimental. Después se iba a casa, se ponía ropa de trabajo y se encaminaba al estudio. Sola, en aquel espacio vacío, encendía el soplete y descargaba toda la frustración y la soledad en las esculturas abstractas de metal que construía.


A veces le costaba creer que llevaba cuatro años trabajando en Colette. El tiempo había pasado muy deprisa. Era el primer trabajo que tenía desde que salió de la universidad, y aunque no esperaba quedarse tanto tiempo, ya la habían promocionado dos veces y nunca había pensado en buscar otra cosa, a pesar de que otras firmas de la competencia habían intentado contratarla.


Le gustaba el ambiente que había allí; la gente trabajaba en equipo y no había tanto clima de competencia como en otras empresas. Durante los años, había hecho buenas amigas en el trabajo, Yanina Pembroke, Lila Maxwell y Silvia Bennett eran las más cercanas, y además vivían en el mismo edificio que ella, en la calle Amber Court.


¿Pero cuánto tiempo seguiría contratada en Colette, Inc.? Habían corrido rumores acerca de que alguien quería comprar la empresa y Marcos Grey, un importante hombre del mundo de las finanzas, estaba comprando todas las acciones que podía. La importante casa de joyas tenía pocos recursos para defenderse. Solo quedaba esperar, y en la empresa había cierto clima de desánimo.


Pero como muchos otros empleados, Paula había decidido llevarlo con optimismo. Por eso esos días estaba tan centrada en su trabajo. En lugar de esforzarse poco en sus diseños, como si ya nada importara, decidió entregarse a sus quehaceres por completo, de manera que pudiera recordarles a sus compañeros de trabajo que la empresa tenía futuro y que, al final, todo podía salir bien.


Se fijó en el segundo grupo de bocetos y tomó el lápiz para añadir un detalle. El teléfono sonó justo en el momento que se disponía a dibujar.


—Paula Chaves—contestó.


—Soy yo —le dijo Yanina Randolph—. Quieren que bajes a la sala de exposiciones para hacerte una consulta.


—¿A la sala de exposiciones? ¿Tengo que ir? —Paula sabía que parecía una niña pequeña, pero no podía evitarlo. Además, Yanina era su amiga e intentaría ayudarla.


—En una palabra, sí —contestó Yanina.


—Oh, vaya.


Paula odiaba ir a la sala de exposiciones. Prefería morirse de hambre antes de trabajar como vendedora y tratar con gente importante y de alto poder adquisitivo. Pero de vez en cuando, los diseñadores tenían que bajar para atender a los clientes y al personal de ventas.


Una visita a la sala de exposiciones solía significar que alguna mujer adinerada y consentida no encontraba el anillo de diamantes o el collar que tenía en mente, y quería volver loco a alguien tratando de describirle su joya soñada. Paula sabía que la mayor parte de las veces era algo inútil. Dudaba de que alguien pudiera satisfacer a ese tipo de clientela. Ella se sentía mucho más cómoda escondida en el estudio que de cara al público.


Además, si bajaba no terminaría los bocetos a tiempo.


—Vamos, Yanina. ¿No puedes llamar a nadie más? Estoy muy ocupada. Tengo que presentar unos diseños en una reunión importante y todavía estoy haciendo los últimos retoques. ¿No pueden ayudarte Anita?


—He llamado a Franco primero —dijo Yanina—. Cuando le dije a tu jefe quién era el cliente, me dijo que te avisara a ti. Concretamente a ti, Paula.


—¿Quién es el cliente?


Pedro Alfonso —contestó Yanina con un susurro, así que Paula se imaginó que el señor Alfonso, fuera quién fuera, podía oírla.


—¿Se supone que tengo que saber quién es? —preguntó.


—No pretendo ofenderte, Paula, pero… ¿en qué planeta vives? —le preguntó Yanina—. ¿Pedro Alfonso? ¿El propietario de Alfonso Home Furnishings? ¿Uno de los clientes más importantes de esta casa? ¿Uno que se gasta montones de dinero todos los años en esta tienda? Un hombre convertido en millonario.


—Ah, ese Pedro Alfonso —dijo Paula—. Últimamente me cuesta mantenerme al día con la lista de millonarios… ¿Qué está haciendo ahora?


—Pasea de un lado a otro de la sala con cierto gesto de enfado. Ha elegido algunas cosas que le gustan, pero quiere hablar con un diseñador para modificar algunos detalles. Voy a llevarlo a la sala número tres y a servirle un café. Será mejor que bajes enseguida. Creo que conoce a Franco personalmente —añadió.


Paula siempre se había llevado bien con su jefe. 


Él le había enseñado muchas cosas y le había ayudado a que desarrollara su talento creativo. 


Pero Franco Reynolds nunca había tenido concesiones con ella, a pesar de que Paula era su favorita. Si Franco decía que tenía que ir, tenía que ir.


—De acuerdo —dijo Paula con un suspiro—. Dile al magnate impaciente que ya bajo.


Paula colgó el teléfono, agarró su cuaderno y la taza de café. Pensó que quizá debía comprobar su aspecto y ponerse un poco de brillo de labios, pero después desechó la idea. Qué importante. 


Pedro Alfonso. Así que el hombre tenía dinero… mucho dinero. Nunca se había dejado impresionar por las cosas materiales, y además no le gustaba la gente que pensaba que se merecía un trato especial solo por tener dinero.


Se comportaría de manera cortés y profesional, por supuesto. Con un poco de suerte, se desharía del «Millonario Imperioso» enseguida y tendría tiempo para revisar la presentación que tenía que hacer.




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