lunes, 21 de octubre de 2019
LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 70
La dirección que Alejandro le había dado en el aeropuerto de Atlanta una hora antes estaba a las afuera de la ciudad, en un lujoso barrio.
Aparcó el coche de alquiler frente a la casa, salió del vehículo y fue hasta la puerta, controlándose para no salir corriendo. Se imaginó a Pamela observándolo desde una de las ventanas y huyendo por la puerta de atrás.
Hizo sonar el timbre. Tenía el corazón en la garganta. Pocos segundos después, la puerta se abrió y apareció Pamela. No parecía sorprendida de verlo allí, era como si lo hubiera estado esperando. Estaba más delgada, como si por ella también hubiera pasado el peso de esos dos últimos años.
—Hola, Pedro —le dijo—. Pasa.
Se quedó parado, perplejo al ver lo calmada que estaba. Hizo un esfuerzo para moverse y seguirla dentro del vestíbulo y hasta un gran salón con vistas a un enorme jardín. Era una habitación muy elegante, como las que salían en las revistas de decoración.
Pamela se detuvo frente a la chimenea y le hizo un gesto para que se sentara.
Pero él no lo hizo y fue directamente al grano.
Estaba fuera de sí.
—Quiero ver a Gaby. ¿Dónde está?
—Arriba —le dijo.
—¿Vas a ir a por ella o lo hago yo?
—¿Puedes esperar un momento? —le preguntó con educación.
—Ya he esperado durante dos años…
—Sabía que nos encontrarías, tarde o temprano.
Explotó en ese instante.
—Entonces, ¿qué ha sido esto? ¿Una especie de juego para ti?
—Nunca ha sido un juego.
—¿Qué ha sido entonces?
Ella suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—Cuando me fui de casa, lo hice porque estaba muy enfadada contigo, Pedro.
—¿Y quedó tu sed de venganza satisfecha al quitarme a mi hija?
—No tenía intención de separarla de ti durante tanto tiempo —se defendió Pamela—. Pero empecé una nueva vida yo sola y me pareció más sencillo comenzar desde cero, sin pensar en el pasado.
Pedro se quedó mirándola con perplejidad. No tenía palabras.
—¿Más sencillo para quien, Pamela? ¿Para mí? ¿Para Gaby? ¿O más sencillo para ti?
Pamela apartó la mirada.
—Creo que pensaba en los tres cuando tomé la decisión.
—Bueno, pues te aseguro que estabas equivocada.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se quedó mirándolo a los ojos.
—¿Por qué nunca informaste a la policía de la desaparición de tu hija?
—Por una razón, sólo una razón. No quería destruir la imagen que Gaby tenía de ti. ¿Qué le has contado, Pamela? ¿Dónde le has dicho que he estado durante estos dos años?
Pamela bajó un segundo los ojos antes de contestar.
—Le dije que en tu vida no había sitio para nosotras. ¿Crees que le he mentido?
En ese instante, Pedro entendió que la gente hiciera cosas en situaciones límite de las que nunca se hubieran sentido capaces y de las que después se arrepentían. Dio un paso atrás y contó hasta cinco para controlarse.
—Por muy mala imagen que tuvieras de mí, Pamela, nunca merecí que me hicieras algo así. Me has robado dos años de la vida de mi hija. Dos años que ninguno de los dos podremos nunca recuperar.
Sacó el teléfono móvil de sus pantalones y lo abrió.
—Vas a bajar a Gaby ahora mismo y contarle la verdad delante de mí —le advirtió—. Si no lo haces, llamaré a la policía y les contaré que secuestraste a mi hija violando nuestro acuerdo de custodia compartida.
—Pedro…
—No pienso negociar contigo.
—¿Y si me odia por lo que he hecho? —preguntó con voz temblorosa.
—¿Como seguramente me odie a mí por tu culpa?
Pamela sacudió la cabeza y abrió la boca para decir algo, pero se calló.
—Ahora vuelvo.
Esperó con impaciencia. Se preguntaba si Gaby querría verlo. Después de lo que le había contado su madre, no podía echarle nada en cara si no quería saber de él.
Un minuto después, escuchó pasos en las escaleras.
Gaby entró corriendo en el salón. Llevaba largo su pelo rubio y estaba más alta. Pedro tenía tanta emoción en la garganta que apenas podía hablar.
—Gaby… Mi pequeña… —le dijo con temblor en la voz.
—Papá —contestó la niña con lágrimas en los ojos—. ¡Papá, has vuelto!
Y con esas palabras y llorando, se echó a los brazos abiertos de su padre.
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