lunes, 21 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 71




Paula encargó al hotel que un taxi los recogiera a Luis y a ella al día siguiente para volver al orfanato. El cálido ambiente estaba cargado de humedad esa mañana y no había ni una nube en el cielo azul.


Luis iba sentado muy cerca de ella y apoyaba la cabeza en su hombro. Paula sabía que estaba triste y no tenía ni idea de cómo iba a poder despedirse de el y dejarlo de nuevo en el hogar infantil.


Cuando el taxi llegó al edificio de adobe, Luis estaba tan apesadumbrado que no levantó la vista. Paula le pidió al conductor que la esperara. Salieron del coche y acompañó al niño hasta la puerta, donde los esperaba Scott.


Luis no lo miró a la cara. Temía que lo riñera por haberse escapado, pero Scott se agachó y lo abrazó con cariño.


—Me alegra que estés bien, hijo —le dijo.


Luis asintió e intentó no llorar. A Paula también le quemaban los ojos y tenía un nudo en la garganta que apenas la dejaba hablar.


—Es un niño maravilloso —le dijo a Scott.


—Sí, lo es. Gracias por traérmelo de vuelta sano y salvo.


—No hay de qué. Ha sido un placer.


Luis se separó de Scott para mirarla. Ella se puso frente a él de rodillas y tomó las manos del pequeño entre las suyas.


—Me encantaría volver algún día a verte, si a ti te parece bien.


Luis se quedó mirándola con sus grandes ojos marrones, no sabía si podía creerla. Después asintió.


—Me encantará que vengas.


—Entonces, trato hecho —repuso ella abrazándolo con fuerza y sin ocultar las lágrimas que caían por sus mejillas.


No le dijo nada más porque no sabía cuándo podría volver a ese sitio, pero estaba segura de que lo haría. Le dio otro abrazo y corrió de vuelta al taxi.


Miró hacia atrás mientras se alejaban de allí. Luis la despedía agitando la mano.


Cuando volvió al hotel, se encontró con las hermanas Granger. Estaban esperando a que un taxi las llevara a la ciudad.


—¿Cómo estás, querida? —le preguntaron a la vez al ver su cara.


—Acabo de devolver a Luis al orfanato.


Las señoras la abrazaron con ternura y le frotaron la espalda.


—Es un niño encantador y dulce —le dijo Lyle.


—Y parecía encantado contigo —agregó Lily.


—¿Por qué no piensas en adoptarlo? —le preguntó Lyle.


Paula se apartó unos centímetros de ellas y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.


—Creo que no estoy en condiciones de hacer algo así —les dijo—. Mi vida está ahora mismo hecha un desastre.


—A lo mejor él es lo que necesitas para arreglarla —le sugirió Lily—. Estoy segura de que tú serías una madre increíble para Luis.


Lyle tomó la mano de Paula y la miró a los ojos.


—Cuando llegas a mi edad, te das cuenta de algo muy importante, Paula. Las únicas cosas que merecen la pena en la vida son las cosas que nunca pensaste que eras capaz de hacer, pero que hiciste de todas formas. El resto… El resto no importa para nada.


Paula asintió, no tenía palabras. Le parecía increíble que, después de todo lo que había pasado, esas mujeres la vieran como a una persona que merecía tener algo tan precioso como Luis.


Las abrazó de nuevo y les dijo que iba a irse esa misma tarde. Había hablado con Juan esa mañana y su secretaria le había reservado un vuelo de la isla de Tango a la República Dominicana. Allí tomaría otro con destino a Miami, donde había dejado su coche.


Prometieron mantenerse en contacto e intercambiaron direcciones y números de teléfono.


Después, las observó con dolor mientras se alejaban del hotel en su taxi.


—¡Paula!


Se giró y se encontró con Margo, que la saludaba desde la entrada del hotel. Fueron juntas hasta la cafetería y pidieron un té helado en la terraza que daba al mar.


Le bastó con mirarla para darse cuenta de que las cosas habían progresado y mucho con Hernan.


—Tienes un resplandor especial —le dijo con una sonrisa.


Margo se ruborizó ligeramente.


—¿Tan evidente es?


—Me alegro mucho por ti, pero no puedo negar tampoco que siento algo de envidia.


—No me imagino que nada permanente pueda salir de todo esto —le confesó Margo.


—¿Te gustaría que fuera a más?


—He preferido no pensar en esa posibilidad.


—¿Por qué?


—Mi vida es complicada, me preocupa mi padre…


—Y él se preocupa por ti. Pero estoy segura de que quiere verte feliz.


—Hernan vive en un yate y se pasa la vida navegando por el Caribe. Yo vivo en Massachusetts. ¿Cómo iba a poder funcionar algo entre nosotros?


—Si lo vuestro es de verdad, acabará ocurriendo.


—Ése es el problema, que no sé si es de verdad.


Margo se quedó callada unos segundos.


—¿Y que pasa contigo, Paula? Pedro y tú estabais…


—Eso se ha acabado.


Margo se inclinó hacia ella y tomó su mano.


—¿Estás segura?


—Algunas cosas no se pueden reparar, se rompen y se quedan así…


Hernan apareció entonces en la terraza. Se inclinó y besó a Margo en la mejilla.


—Acabo de enterarme de que han encontrado el barco —les contó—. Tu ex marido y su ayudante están detenidos en la cárcel local.


No sabía cómo reaccionar. Una semana antes, habría estado encantada de ver a Agustin entre rejas, pero en ese instante sólo sintió una gran pena al ver el desastre en el que se había convertido su vida.


—¿Crees que conseguiréis que os devuelvan todo?


—Voy al puerto ahora para asegurarme de que sea así. ¿Queréis venir conmigo?


Ellas estuvieron de acuerdo y salieron del hotel para tomar un taxi que los llevara al muelle.


El barco estaba atado allí y verlo le hizo pensar en Pedro. Se le llenaron los ojos de lágrimas. 


Tenía un gran vacío en su corazón, una sensación de gran pérdida.


Hernan consiguió un permiso para subir a bordo y recoger sus cosas. Ella fue hasta su camarote. 


No le sorprendió comprobar que su maleta había sido registrada y saqueada. Toda su ropa estaba esparcida por el suelo. Recogió todo y volvió a meterlo en su maleta. La bolsa de piel con el dinero no estaba en ningún sitio a la vista. Salió de la habitación sin preocuparse por buscarla con más detenimiento.


Sabía que era una mala idea, pero necesitaba verlo.


Hernan y Margo la acompañaron hasta el pequeño edificio de la cárcel de la isla de Tango. 


Les había dicho que no era necesario, pero ellos insistieron.


Cuando llegó a la puerta y se dio cuenta de que Agustin estaba allí dentro en alguna celda, se alegró de que sus amigos estuvieran allí con ella.


Dio su nombre al oficial y pidió permiso para verlo. Tuvieron que esperar casi media hora antes de que alguien saliera y la acompañara dentro.


Había cuatro celdas a cada lado del pasillo y Agustin estaba en la última de la derecha. 


Estaba sentado en el estrecho catre y tenía la cabeza apoyada en las manos.


El guardia la dejó allí y fue a esperar al lado de la puerta. Agustin levantó entonces la vista e hizo una mueca al verla. Algo así como una triste sonrisa.


—Me preguntaba si vendrías a verme…


Ignoró sus palabras.


—¿Cómo nos encontraste en esa isla desierta? —le preguntó.


—Gracias a la tecnología moderna y a un pequeño aparato localizador que dejamos escondido en el barco.


—¿Por que no entraste directamente a mi habitación del hotel? Tuviste un montón de oportunidades.


—Bueno, siento no haberte consultado sobre cómo robar. Está claro que tú eres la experta.


—¿Cómo has podido hacer esto, Agustin?


—¿El qué? ¿Aprovecharme de ti? —preguntó el con incredulidad—. ¿Cómo no iba a hacerlo? Eras un blanco tan fácil… De no haber sido yo, lo habría hecho cualquier otro.


Sus palabras la hirieron como una puñalada en el pecho. Lo peor era saber que tenía razón. Se sentía más avergonzada que enfadada con él.


—Tienes razón —le concedió—. Era un blanco fácil.


Paula abrió sorprendido los ojos.


—¿Cómo? ¿Ya no quieres vengarte de mí?


Lo miró durante unos instantes, el tiempo suficiente como para que él se sintiera incómodo.


—La verdad es que sí, ya he terminado contigo. Completamente.


Se dio la vuelta y se alejó de la celda.


—¡Paula! —la llamó el—. ¡Espera! ¡Tienes que sacarme de aquí!


—Llama a Tiffany —le respondió sin detenerse.


Con cada paso que daba, se sentía más ligera.


 Y liberada.




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